“¡Alegraos conmigo! “¡Alegraos conmigo!
En aquel tiempo, Jesús
dijo a los fariseos y
a los escribas esta parábola:
“Quién de vosotros
que tiene cien ovejas y
pierde una de ellas, no
deja las noventa y nueve
en el desierto y va tras la
descarriada, hasta que
la encuentra?
Y, c uando l a encuentra,
se la carga sobre
los hombros, muy
contento; y, al llegar a
casa, reúne a los amigos
y a los vecinos, y
les dice:
-`¡Alegraos conmigo!,
he encontrado la
oveja que se me había
perdido'.
Os digo que así también
habrá más alegría
en el cielo por un solo
pecador que se convierta
que por noventa y
nueve justos que no necesitan
convertirse”.
“He encontrado la oveja
que se me había perdido”
La fiesta del Sagrado
Corazón que hoy celebramos
nos hace recordar
el tiempo pascual,
en que hemos vivido y
experimentado el amor
misericordioso de Cristo,
en su muerte y resurrección.
Un corazón
herido, traspasado, pero
a la vez lleno de ternura
y compasión; un corazón
bondadoso capaz de
amar y de perdonar infinitamente.
La primera lectura y
el evangelio relacionan
el Antiguo y el Nuevo
Testamento.
En la primera
lectura el profeta
Ezequiel nos anuncia un
pastor que ha de venir
a cuidar a su rebaño, lo
guiará, lo apacentará en
ricos pastos, cuidará de
sus ovejas según la necesidad
de cada una.
En el evangelio, Jesús,
a través de una parábola,
enseña a los que
todavía viven según la
ley y el moralismo que
él se alegra por haber
encontrado a la oveja
perdida, deja las noventa
y nueve y va al encuentro
de la que necesita
ser sanada, porque
él ha venido al mundo
para los enfermos, los
que necesitan médico.
Acerquémonos al Señor
como la oveja perdida,
la descarriada, la enferma,
la herida..., cansada
de caminar por
pastos secos, sin vida y
así podamos encontrar
en él el pasto saludable
que nos conduce al Padre.
Muchas veces por
el sufrimiento, por la
ceguera, por la falta de
fe, no nos damos cuenta
de su presencia en
nuestra vida, pero el Señor
no nos abandona. él
nos guía, nos acompaña,
nos quiere, nos ama
hasta entregar su vida.
En la segunda lectura
la carta del apóstol San
Pablo nos muestra el
gran amor con que Dios
nos amó, “siendo nosotros
todavía pecadores”;
miró nuestra debilidad,
se compadeció de nosotros
y nos envió a su Hijo
único como luz del
mundo para rescatarnos
del poder de las tinieblas
y así podamos andar
en la claridad de su
presencia.
Abramos el o í d o
del corazón para escuchar
la voz del Pastor,
de mi pastor. Reposemos
nuestra cabeza en
el pecho de Jesús, como
el discípulo amado y digámosle:
“Señor te quiero,
cuídame, apaciéntame
en tu rico pasto para
que yo permanezca en
tu corazón manso y humilde,
y ahí encontraré
descanso para mis fatigas”.