“Dadles vosotros de comer” “Dadles vosotros de comer”
En aquel tiempo, al enterarse
Jesús de la muerte
de Juan el Bautista, se marchó
de allí en barca, a solas,
a un lugar desierto. Cuando
la gente lo supo, lo siguió por
tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús
una multitud, se compadeció
de ella y curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron
los discípulos a decirle:
“Estamos en despoblado
y es muy tarde, despide a
la multitud para que vayan a
las aldeas y se compren comida”.
Jesús les replicó: “No hace
falta que vayan, dadles vosotros
de comer”.
Ellos le replicaron: “Si
aquí no tenemos más que cinco
panes y dos peces”.
Les dijo: “Traédmelos”.
Mandó a la gente que se
recostara en la hierba y tomando
los cinco panes y los
dos peces, alzando la mirada
al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y se
los dio a los discípulos; los
discípulos se los dieron a la
gente. Comieron todos y se
saciaron y recogieron doce
cestos llenos de sobras. Comieron
unos cinco mil hombres,
sin contar mujeres y
niños.
No tenemos más que
cinco panes y dos peces
El capítulo 14 del evangelio
de Mateo nos relata como
Jesús, al enterarse de que
Juan el Bautista había sido
asesinado en la cárcel, decide
apartarse junto a sus discípulos
a un lugar retirado y
tranquilo, pero la gente le sigue
por tierra y, al desembarcar,
se encuentra rodeado de
un enorme gentío y comenzó
a predicarles.
Al hacerse tarde los apóstoles
le incitan a que despida
a la gente para que busquen
algo con qué alimentarse
en las aldeas cercanas, ya
que estaban en descampado,
pero él les dice, no hace
falta “dadles vosotros de comer”,
ípero cómo!
Las reservas
eran cinco panes y dos
peces.
Pero el Maestro alzó la
mirada al cielo, pronunció la
bendición y, milagrosamente,
el escaso alimento con que
contaban se multiplicó, comieron
todos, que eran una
multitud, y aun recogieron
doce cestos con los restos
sobrantes.
Jesús nos invita a que
seamos nosotros, sus seguidores,
quienes alimentemos a
nuestros semejantes, con la
Palabra que procede de Dios,
no solo que cubramos las necesidades
de los más vulnerables,
sino que, también,
seamos portadores de la alegría
del evangelio.
No admite la postura cómoda
de invitar a la gente a
que busque su propio alimento,
no, quiere que nosotros
facilitemos poder vivir aquello
por lo que hemos sido llamados
a seguirle, y seamos
capaces de transmitirlo a los
demás.
Nos dice: “lo que habéis
recibido gratis, dadlo
gratis”, es decir, que seamos
anunciadores de la Buena
Noticia de Jesús y podamos
contagiar a los otros la
gracia que nos infunde considerarnos
“sus” amigos.
¿Nos convertimos en falsos
profetas, con tal de conseguir
ser honrados por los
demás?
¿Estamos convencidos
que Jesús nos invita a alimentar
a la gente con su Palabra,
y dispuestos a hacerlo?
¿Nos consideramos correa
de transmisión de la alegría
del evangelio?