“Dios lo puede todo” “Dios lo puede todo”
En aquel tiempo, Jesús dijo
a sus discípulos:
“En verdad os digo que difícilmente
entrará un rico en el reino
de los cielos. Lo repito: más
fácil le es a un camello pasar por
el ojo de una aguja, que a un rico
entrar en el reino de los cielos”.
Al oírlo, los discípulos dijeron
espantados:
“Entonces, ¿quién puede
salvarse?”.
Jesús se les quedó mirando
y les dijo:
“Es imposible para los hombres,
pero Dios lo puede todo”.
Entonces dijo Pedro a Jesús:
“Ya ves, nosotros lo hemos
dejado todo y te hemos seguido;
¿qué nos va a tocar?”.
Jesús les dijo:
“En verdad os digo: cuando
llegue la renovación y el Hijo del
hombre se siente en el trono de
su gloria, también vosotros, los
que me habéis seguido, os sentaréis
en doce tronos para juzgar
a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa,
hermanos o hermanas, padre
o madre, hijos o tierras, recibirá
cien veces más y heredará
la vida eterna.
Pero muchos primeros serán
últimos y muchos últimos
primeros”.
La clave del amor es la primacía del otro
En el Evangelio se nos habla
de la relación humana con los
bienes y la dificultad de que un
rico pueda entrar en el reino de
los cielos.
Y es que la cuestión es la siguiente:
El Evangelio nos abre
siempre un camino de sentido
y de felicidad humana cuya clave
fundamental es el amor, la
primacía del otro. Estamos hechos
para el encuentro. Un encuentro
que está llamado a vivirse
desde la acogida y el reconocimiento
del otro como es, la
complementariedad, la diversidad,
la donación mutua, el favorecer
la vida de todos, la búsqueda
del bien común.
Quizás la palabra
que hoy mejor recoge este
sentido de la vida en la perspectiva
del encuentro, es la llamada
a la fraternidad, que es el mejor
signo del Reino. Y está claro que
bajo la defensa a ultranza de tantos
egoísmos enmascarados en
palabras que los justifican como
defensa de la libertad, del propio
bienestar y de “mis” derechos, lo
que en el fondo está en juego es
la posibilidad de la existencia del
otro como un hermano y no como
una amenaza o un competidor.
En el fondo, está en juego
la posibilidad de vivir verdaderamente
el Evangelio de Jesús que
vino a servir y no a ser servido,
que hizo de su vida Eucaristía,
pan entregado y vida derramada,
para alimentarnos a todos y
sentarnos a la misma mesa.
Oremos hoy esta Palabra
de Dios, reconociendo, agradeciendo
los dones y bienes que
hemos recibido. Preguntémonos
si estamos atados a ellos
y tenerlos se ha convertido en
un fin para nosotros o nos sentimos
libres para compartirlos.
¿Cómo Dios nos está llamando
a cada uno a utilizar los bienes
que de él hemos recibido para
colaborar en su sueño para
nuestro mundo hoy?
Dejemos resonar la Palabra
de Dios en nuestro corazón
que nos dice… “eres hombre y
no Dios” y que al mismo tiempo
que nos señala la dificultad que
tenemos para vivir una sana relación
con los bienes nos abre el
camino de la salvación. Porque
nos puede pasar como a los discípulos
que ante la dureza de la
palabra de Jesús al hablar de los
ricos nos preguntemos también
espantados: “Entonces, ¿quién
puede salvarse?”. Y es bueno
recordar lo que Jesús les contesta
y nos contesta a nosotros:
“Para los hombres es imposible;
pero Dios lo puede todo”.