“Bienaventurados...” “Bienaventurados...”
En aquel tiempo, Jesús,
levantando los ojos hacia sus
discípulos, les decía:
“Bienaventurados los pobres,
porque vuestro es el
reino de Dios.
Bienaventurados los que
ahora tenéis hambre, porque
quedaréis saciados.
Bienaventurados los que
ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros
cuando os odien los hombres,
y os excluyan, y os insulten
y proscriban vuestro
nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad
de gozo, porque vuestra
recompensa será grande
en el cielo. Eso es lo que
hacían vuestros padres con
los profetas.
Pero íay de vosotros, los
ricos, porque ya habéis recibido
vuestro consuelo!
íAy de vosotros, los que
estáis saciados, porque tendréis
hambre! íAy de los que
ahora reís, porque haréis
duelo y lloraréis! íAy si todo
el mundo habla bien de vosotros!
Eso es lo que vuestros
padres hacían con los falsos
profetas”.
Elegir bien a qué Dios servir y amar
Cuando se trata de los
Mandamientos y las Bienaventuranzas,
algunos cristianos
tienen la misma dificultad
que nosotros para
decidir si el huevo o la
gallina son lo primero. He
aquí algunas ideas para ayudarnos
a decidir.
Los Diez
Mandamientos tienen que
ver con el “hacer”, pero las
Bienaventuranzas tienen
que ver principalmente con
el “ser”.
Nuestro ser es lo primero;
el hacer fluye de nuestro
ser. En otras palabras,
lo que hacemos está determinado
por lo que somos.
Muchos cristianos parecen
cansados, aburridos y faltos
de alegría, precisamente
porque basan su fe en ese
laborioso hacer y deshacer
sin haber descubierto el
amor que lo hace posible. Es
difícil seguir haciendo cosas
cuando no fluyen de nuestro
ser.
Parafraseando una idea
del teólogo James Alison, la
fe cristiana no consiste en
hacer el bien, ni siquiera en
ser bueno; íse trata de ser
amado! Una vez que nos damos
cuenta de que somos
amados “pase lo que pase”,
nuestro ser se vuelve
noble (Bienaventuranzas) y
las acciones correctas simplemente
fluyen de nosotros
(Mandamientos).
Bien sabe Jesús que el
deseo más fuerte de todo
corazón humano es conseguir
la felicidad, disfrutar de
una vida donde prevalezca
la felicidad y no la tristeza
y la amargura.
Por ello, como
no podía ser menos, Jesús
en varias ocasiones toca
este tema y nos señala
los caminos que nos llevan a
esa vida feliz, a una felicidad
limitada en esta tierra y total
y para siempre después
de nuestra muerte y resurrección.
Todas sus enseñanzas
en este sentido, también las
bienaventuranzas del evangelio
de hoy, tienen una nota
común. Nos pide que dejemos
a Dios, al Dios Padre
presentado por él mismo,
que sea nuestro Rey y Señor,
el que rija y guíe nuestros
pasos. Es lo que hacen
los ochos proclamados por
Jesús como bienaventurados.
Y es lo que no hacen los
que Jesús proclama como
desdichados y alejados de la
felicidad… dejan que sus vida
las rijan dioses falsos.