“Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”
En aquel t i empo,
mientras Jesús hablaba
a la gente, una mujer de
entre el gentío, levantando
la voz, le dijo:
“Bienaventurado el
vientre que te llevó y
los pechos que te criaron”.
Pero él dijo:
“Mejor, bienaventurados
los que escuchan
la palabra de Dios y la
cumplen”.
La enseñanza va directa al interior
como un imperativo: “Escucha”
El pasaje del evangelio de
hoy, aunque breve, nos invita
a una clave importante en
el seguimiento de Jesús, como
lo es la escucha de la Palabra
de Dios. Mandato imprescindible
para los que se quieren iniciar
en algo, incluso para aquellos
que se tienen por doctos,
aunque tengas muchas ansias
de lanzarte a la acción: “Escucha”
como principio de sabiduría.
Así recuerda Dios al pueblo
elegido: “Escucha, Israel: El Señor
es nuestro Dios, el Señor es
uno solo. Amarás, pues, al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todas
tus fuerzas” (Dt 6,4-5).
La enseñanza que quiere
marcar hoy el Maestro de Nazaret
a su discipulado va directa
al interior de la persona como
un imperativo: “Escucha”.
El seguidor de Jesús necesita
de esa quietud. Párate un poco.
Busca ese momento vital y
para un poco la vida, haz silencio,
deja de lado el correr de la
agenda, de lo inmediato y llénate
de Dios. Deja que la Palabra
de Dios, llegue a la esencia
de tu interior. Deja que esa Palabra
de Dios hable en lo profundo
de tu corazón. Deja que el Mandato
de vivir en el amor abrase
todo tu ser. De ese modo, la Palabra
de Dios saldrá hacia fuera
como respuesta comprometida.
De ese modo ya no habrá excusas,
no habrá medias tintas, no
habrá miedos, no habrá faltas
de caridadà La fuerza de la Palabra
de Dios rebosará con fuerza
en tu corazón y obrarás coherentemente.
Jesús ante ese “piropo”
que le lanzan, le da un sentido
más amplio y más profundo.
De hecho, podemos tomar
como ejemplo la actitud en María,
“Bienaventurado el vientre
que te llevó y los pechos que te
criaron”, en ella se cumple perfectamente
esa nueva categoría
de bienaventuranza de ser: “dichoso”,
que plantea Cristo. María
en su vida terrena no se vio
privada de dudas, incertidumbres,
obstáculos o espadas que
atraviesan su ser por completo.
Sin embargo, eso no la paralizó,
sino que hizo de la Palabra
de Dios su escudo y fortaleza:
«Hágase en mí según tu palabra
» (Lc 1,38). ¡Aquí estoy! Como
respuesta al plan de Dios en
mi vida, se convierte en el modelo
del discipulado. Que nos invita:
Escucha la Palabra de Dios,
interiorízala, rúmiala, hazla tuya.
De ese modo germinará en tu interior
la luz, la fuerza, el amor y
la vida de esa Palabra.
Bienaventurado es aquel
que es capaz de escuchar la Palabra
de Dios y hacer de ella el
estandarte de su vida. La escucha
de la Palabra y su acogida te
lleva a luchar contra las contrariedades
que se presentan en
la vida. Esa escucha de la Palabra
de Dios es la lámpara que
acompaña tu historia personal y
alumbra las sombras de muerte
que en tantas ocasiones nos
vemos sumergidos. La escucha
de la Palabra de Dios deja un poso
de sabiduría en el interior de
tu corazón para que sepas discernir
con acierto las riendas de
tu existir. La escucha y contemplación
de la Palabra de Dios es
lo que te lleva a amar a Dios y al
prójimo.
Bienaventurado si eres capaz
de contemplar la Palabra de
Dios, ese camino te lleva a la felicidad.