“¡Ay de vosotros!” “¡Ay de vosotros!”
En aquel tiempo, dijo
el Señor: “¡Ay de vosotros,
que edificáis mausoleos
a los profetas, a
quienes mataron vuestros
padres! Así sois testigos
de lo que hicieron
vuestros padres, y
lo aprobáis; porque ellos
los mataron y vosotros
les edificáis mausoleos.
Por eso dijo la Sabiduría
de Dios: ‘Les enviaré
profetas y apóstoles:
a algunos de ellos los
matarán y perseguirán’;
y así a esta generación
se le pedirá cuenta de la
sangre de todos los profetas
derramada desde
la creación del mundo;
desde la sangre de Abel
hasta la sangre de Zacarías,
que pereció entre el
altar y el santuario.
Sí, os digo: se le pedirá
cuenta a esta generación.
¡Ay d e vosot ros,
maestros de la ley, que
os habéis apoderado de
la llave de la ciencia: vosotros
no habéis entrado
y a los que intentaban
entrar se lo habéis
impedido!”. Al salir de
allí, los escribas y fariseos
empezaron a acosarlo
implacablemente
y a tirarle de la lengua
con muchas preguntas
capciosas, tendiéndole
trampas para cazarlo
con alguna palabra de
su boca.
Dios mira los corazones, donde se
halla el origen de lo que hacemos
Esta tercera sección
del evangelio de Lucas,
nos muestra a Jesús camino
de Jerusalén. En
ese camino se va percibiendo
con más claridad
el papel que él desempeña
ante determinadas
actitudes de los líderes
religiosos y políticos.
En concreto, ante los
doctores de la ley.
Ante
su forma acomodaticia
de vivir la ley, adaptada
a sus intereses, Jesús
manifiesta una actitud
cada vez más decidida
y asertiva, reprochándoles
directamente
sus engaños.
Es la razón por la que
también el enojo y la inquina
de sus adversarios
se va acentuando.
Una vez más, Jesús nos
hace volver, desde lo
formal exterior, hacia lo
profundo de nuestro corazón.
Dios no es el fiscal
dispuesto a probar que
somos culpables.
él mira dentro de
nuestros corazones
donde se halla el origen
de todo lo que hacemos.
Aplicado a nuestra propia
vida, es una llamada
a la coherencia exigente
que indica que, lo que
hay en el corazón, tiene
su proyección en nuestros
actos.
Por eso es necesario
cultivar nuestro interior,
conscientes de que
eso es lo que expresaremos
en nuestra conducta.
Revisar lo que somos
y lo que expresamos en
nuestro comportamiento,
es una necesidad, si
no queremos dejarnos
arrollar por nuestra rutina
o el mero formulismo.
Ser coherentes con lo
que creemos, es garantía
de vida sincera. La fe
no es mera formulación
de ideas. Es una forma
de vida que abarca todo
lo que somos. Ese esfuerzo
nos ha de conducir
a expresar en nuestros
actos los mismos
valores de Jesús.
Ese ha de ser nuestro
objetivo: imitar a Jesús
acomodando nuestra
conducta a su modo
de obrar.