Dichoso que no pueden pagarte Dichoso que no pueden pagarte
En aquel tiempo, Jesús
dijo a uno a de los
principales fariseos que
lo había invitado:
«Cuando des una comida
o una cena, no invites
a tus amigos, ni a
tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos
ricos; porque corresponderán
invitándote,
y quedarás pagado.
Cuando des un banquete,
invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos;
y serás bienaventurado,
porque no pueden pagarte;
te pagarán en la
resurrección de los justos”.
¡Qué suerte para ti si no
pueden compensarte!
En la línea de la primera
lectura, Jesús nos indica y propone
cuál ha de ser la actitud
del verdadero discípulo comprometido
con el Reino.
A diferencia de los fariseos,
cumplidores de una ley
de preceptos, de la que vivían
y se aprovechaban para
sus intereses, Jesús centra su
discurso en la auténtica Ley, la
del “precepto” del Amor, que
rompe esquemas y muestra
a las claras quién es Dios y el
camino del Reino. Hemos podido
leer y reflexionar las distintas
parábolas del Reino y
todas ellas insisten en la necesidad
de salir de sí mismo para
buscar al hermano que estaba
perdido, al que no cuenta
en nuestra sociedad ni en
nuestra familia o “amigos”, al
que “no cumple”.
La búsqueda y construcción
del Reino de Dios ha de hacernos
salir de nuestras seguridades
y animarnos a entrar
en las sendas estrechas por
las que Cristo sigue caminando
hacia la Cruz. Nadie nos lo va a
agradecer quizá. Al revés: nos
criticarán y tratarán de descartarnos
por ir precisamente
en ayuda y defensa de quienes
están en nuestros márgenes
de corrección y, como dice
el Evangelio, de retribución.
Y darnos cuenta de que
cuando el Señor nos habla de
recompensa en la “resurrección
de los justos” se está refiriendo
no al final de los tiempos
solamente. Con la Resurrección
de Cristo, somos ya
“hombres resucitados” desde
el bautismo: sacerdotes, profetas
y reyes que formamos el
Pueblo de Dios, porque nos ha
elegido personalmente a cada
uno no para nuestro exclusivo
beneficio de felicidad sino para
precisamente para invitar a los
que nada tienen, pero que esperan,
nos esperan.
“La Iglesia, reunión de liberados,
de perdonados ...
no es una sala de espera donde
están juntos quienes han recibido
la entrada gratis para el
cielo, sino un pueblo en camino
hacia el Reino ...
Quizás hoy la Iglesia está
llamada a llevar a cabo esta
tarea comprometida: hacer caminar
a la gente. Pero es necesario,
ante todo, que nosotros
demostremos que somos capaces
de caminar ... Hemos
permanecido demasiado tiempo
recostados sobre las almohadas
de la verdad tenida como
posesión ...
Mientras tanto el mundo
camina cada día más de prisa,
pero no adelanta. Porque nosotros
no caminamos. --- El
Reino no se ha hecho para gente
que se mantiene a la espera,
sino para tipos que se han decidido
a ponerse en camino”.