“¡Ten compasión de mí!” “¡Ten compasión de mí!”
Cuando se acercaba
Jesús a Jericó, había
un ciego sentado al borde
del camino pidiendo
limosna. Al oír que pasaba
gente, preguntaba
qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno”.
Entonces empezó a
gritar: «¡Jesús, hijo de
David, ten compasión de
mí!”.
Los que iban delante lo
regañaban para que se callara,
pero él gritaba más
fuerte: «¡Hijo de David,
ten compasión de mí!”.
Jesús se paró y mandó
que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca,
le preguntó:
«¿Qué quieres que haga
por ti?”.
él dijo: «Señor, que recobre
la vista”.
Jesús le dijo: «Recobra
la vista, tu fe te ha salvado”.
Y enseguida recobró
la vista y lo seguía, glorificando
a Dios. Y todo el
pueblo, al ver esto, alabó a
Dios.
¿Qué quieres que haga por ti?
Sentado al lado del
camino por donde pasa
Jesús está un ciego.
Se trata de un hombre
que conoce muy bien lo
que es el dolor de la vida
y el rechazo de la sociedad.
Jesús pasa por
allí, camino de Jerusalén.
Paradójicamente,
es el ciego el que llega a
“ver” quién es Jesús, el
Mesías. Y esa luz interior
del hombre que tiene
fe le impulsa a gritar
cada vez con más fuerza
e insistencia, ¡ten compasión
de mí!
Esta actitud provoca
dos reacciones; la
repulsa de la gente a
quien molestan los gritos
que piden ayuda y el
interés y acogida de Jesús
que ha venido a salvar
a los hombres.
La pregunta de Jes
ú s p a r e c e i n g e n u a ,
¿qué quieres que haga
por ti? ¿Qué puede desear
ardientemente un
ciego, sino ver? Pero este
hombre, que pasaba
todos sus días pidiendo
unas monedas para poder
vivir tiene fe en Jesús,
cree que él le puede
dar más, porque es
Dios, y por eso se atreve,
confiado, a pedirle
la vista. La misma súplica:
“Señor, que vea
otra vez” es un acto de
fe. Y esa fe le cura, y con
la curación, la salvación
entra en él. Sigue a Jesús,
camino de J erusalén,
alabando a Dios.
Si Jesús se presentase
a nosotros ahora,
preguntándonos lo que
queremos de él, ¿cuál
sería nuestra petición?,
¿algo que también un
poderoso de la tierra
puede darnos, o bien
lo que sólo Dios puede
otorgar? Y, sin embargo,
la fe nos dice que
no es necesaria la presencia
física de Jesús
de Nazaret para obtener
de Dios todo lo que
le pedimos.
¿Cuál es para ti la
mayor felicidad?
¿Qué le pedirías a
Jesús si hoy se presentase
y te preguntara qué
quieres de él?