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"Mailín, rostro visible del amor misericordioso de Dios y esperanza de vida nueva"

09/05/2016 00:00 Opinión
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"Mailín, rostro visible del amor misericordioso de Dios y esperanza de vida nueva" "Mailín, rostro visible del amor misericordioso de Dios y esperanza de vida nueva"

"Señor de Mailín, misericordia de tu pueblo", es el lema de nuestro encuentro anual en esta tierra bendita elegida por la Providencia para hacernos presente su amor entrañable por medio de la sagrada imagen de Nuestro Señor de los Milagros.

En el Evangelio de Lucas, Jesús Resucitado antes de ascender a los cielos les dice a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto." Lc 24,46-48.

El Señor les recuerda lo que ya les había anunciado y les da a comprender las Escrituras y todo lo revelado en la antigua Alianza sobre su pasión, muerte y resurrección. Es así, que en su nombre, los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, iniciaron la misión de anunciar y enseñar a todos el amor de Dios manifestado en la persona de su Hijo: redentor de todos.

Renovados y fortalecidos por el don del Espíritu estos hombres, tan débiles, sin prestigio, con sus propios límites y hasta algunos de ellos humanamente con "pocas luces", salieron a recorrer pueblos y ciudades. De sus corazones brotaba como agua viva: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos, acerca de la Palabra de Vida, es lo que anunciamos",1Jn 1,1-2.

El Espíritu los llenó de sabiduría, audacia, valentía para ser testigos e instrumentos del Reino de Vida, Verdad, Amor y Paz. En este Año Santo de la Misericordia, nos volvemos a encontrar junto al Señor Forastero. Venimos con un corazón agradecido y necesitado a los pies de nuestro Señor. Necesitados de su gracia, de su perdón compasivo, que nos rescata de nuestros males y pecados. Venimos a confesar y proclamar con nuestros labios algo que nace de nuestro corazón creyente.

Jesús es el rostro de la misericordia del Padre: ¡sólo él es nuestro único Amo y Señor! él está vivo. Jesús es el Señor de nuestras vidas, de nuestros pensamientos, de nuestros sueños, proyectos y realizaciones. Aún en medio de tantos desencuentros, fragilidades, caídas, tristezas, pesares, de tantas lágrimas y sufrimientos: con nuestra presencia en esta humilde Villa de Mailín renovamos nuestro amor y fidelidad a quien merece toda nuestra confianza.

Porque es él quien comenzó su obra en nosotros y nos espera siempre para renovar su acción salvadora en nuestras vidas. Confesamos nuestro amor porque nos amó primero. Esta Cruz Milagrosa es señal visible de ese amor incondicional. Este amor de Jesús entregado en la cruz nos atrae a pesar de nuestras rebeldías y pecados; nos llena de confianza y vigor en nuestras luchas, nos consuela y sostiene en medio de las pruebas y tribulaciones, nos invita volver a la casa del Padre, para experimentar el abrazo del perdón que sana heridas, pacifica el corazón y hace nuevas todas las cosas. La Cruz, "fuerza y sabiduría de Dios", es el signo más grande del amor de Dios que no se cansa de invitarnos a beber de las fuentes de la salvación.

Queridos hermanos, experimentar la misericordia de Dios, nos lleva a ser misericordiosos con nuestros hermanos. Por ello cada encuentro en Mailín es la posibilidad de un renacer a una vida marcada por el amor, que debe reflejarse en obras de justicia y caridad. No bastan solo buenas intenciones y deseos; debemos pasar a la acción.

Las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales son una expresión clara de nuestra fe y nuestro amor al Señor. Este ser misericordiosos con nuestros hermanos es signo de verdadera conversión y credibilidad de nuestra fe en Jesús. Como nos exhorta el papa Francisco: "En este Año Santo podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales…¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy! ... en este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aun más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención…No caigamos en la indiferencia que humilla... Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio…"MV 15.

El auténtico encuentro con el Señor, que cura nuestras heridas y nos devuelve la paz, nos urge ir al encuentro de tantos hermanos nuestros heridos y empobrecidos para servirles, llevando consuelo y alivio. Este mundo necesita de apóstoles de justicia y de solidaridad con los excluidos que sufren discriminación, que sufren toda clase de desigualdad que hiere la convivencia fraterna, con tantos que viven marginados de los bienes de la creación: pan, trabajo, salud, educación, seguridad. Año de la Misericordia, tiempo realmente importante para nosotros. En pocos días vamos a celebrar 200 años de la Independencia Nacional.

Acontecimiento propicio para reflexionar sobre las diversas situaciones que atraviesa nuestra Patria y nuestro Santiago. El Congreso Eucarístico Nacional a realizarse en Tucumán a mediados de junio podrá ayudarnos a iluminar desde la Fe en Jesús, presente en la Eucaristía, esta hora de transformaciones, de desafíos, así como también de pobreza y desamparo de hermanos nuestros.

Hora, además, para decir gracias a los hombres visionarios y valientes que se jugaron por su Patria, por su gente, por el pueblo, en momentos muy difíciles logrando nuestra independencia y diseñando un país por hacerse. Es bueno volver nuestra mirada a los orígenes de nuestra fe y de nuestras devociones religiosas. La fe que nace de la predicación, llego a nuestras tierras de la mano de los misioneros, continuadores de la acción de los apóstoles. De este modo nuestros pueblos conocieron el Dios verdadero, creador y redentor.

En tiempos de una nueva evangelización debemos volver al primer anuncio que nos descubre al Dios de la Misericordia. Como Iglesia en nuestra patria, nos disponemos con inmensa alegría a la canonización de Juan Gabriel Brochero, el Cura Brochero como lo conocemos y nombramos con cariño y devoción. Un pastor de Jesús, un cura gaucho que hizo del Evangelio su entrega apasionada por Jesús y su pueblo, de los pobres y olvidados de su tiempo. Su ejemplo, su vida sencilla, su santidad es faro que ilumina e inspira nuestro caminar como comunidad eclesial.

Y para nosotros en Santiago del Estero: año de gracia particular. El 27 de agosto será proclamada beata la primera mujer santiagueña. Una mujer nacida en nuestra tierra, que desde muy joven, acompañada por los padres jesuitas, descubrió en Jesús un tesoro, lo vivió y compartió con su gente en el siglo XVIII. Mujer de fe, fuerte, luchadora, perseverante, capaz de enfrentar infinidad de dificultades para llevar el evangelio –a través de los ejercicios espirituales- a todos que no conocían al Señor. Mujer, que no guardó para sí esa rica experiencia del amor de Dios, sino que salió a caminar. Se convirtió en peregrina de la fe, solidaria con los pobres y desamparados de su tiempo. Mujer que lo entregó todo por la causa del Reino. María Antonia, Mama Antula, se distinguió por su amor a la Cruz: fue su bastón y fortaleza, en su largo peregrinar por senderos y parajes de nuestro noroeste llegando luego hasta Buenos Aires.

La cruz fue su signo distintivo, el Crucificado su amigo de toda hora: a él amó sirviendo en la primera evangelización de nuestra Patria. Bendito sea el Señor que nos regaló en la persona de Mama Antula mujer fuerte, modelo de fe, una mujer sensible y solidaria, mujer de encuentro pues convocó a todos, sin distinción de raza y condición social para anunciarles la inmensa riqueza del evangelio de la Salvación, una mujer peregrina, incasable, apasionada por hacer descubrir a sus hermanos el amor misericordioso de Dios. Queridos hermanos: pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, nos haga llorar de amor ante la cruz de nuestro Señor quien entregó su vida por nosotros.

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