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Estados Unidos-Rusia, anatomía de un vínculo complejo

20/03/2021 09:42 Opinión
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Estados Unidos-Rusia, anatomía de un vínculo complejo Estados Unidos-Rusia, anatomía de un vínculo complejo

Por Mariano Caucino. Especialista en Relaciones Internacionales. Ex embajador argentino en Israel y Costa Rica.

El día 17, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, calificó a su par ruso Vladimir Putin de “asesino”. Una declaración de esa magnitud no tiene prácticamente precedentes. Una suerte de regla no escrita que indica que un Presidente de los Estados Unidos no le dice “asesino” al Presidente de la Federación Rusa. Ambas naciones son las dos potencias más importantes del mundo en materia de armas nucleares.

Naturalmente, el gobierno ruso rechazó las acusaciones. El día 18, el portavoz del Kremlin Dmitru Peskov calificó los comentarios de Biden como “muy malos”. El vocero se abstuvo de hacer más comentarios aunque reconoció que “nunca había ocurrido algo así con anterioridad”. Horas más tarde fue el propio Putin quien se refirió al tema.

“En cuanto a la declaración de mi colega estadounidense, realmente, como él dijo, nos conocemos personalmente. ¿Qué le respondería? Yo le digo: ¡mantente sano! Le deseo buena salud”, dijo Putin durante una reunión con representantes del público en Crimea y Sebastopol.

“Esto es lo primero. En segundo lugar, si hablamos más ampliamente sobre este tema, esto es lo que me gustaría decir. Cuando evaluamos a otras personas, o cuando evaluamos a otros estados, otras naciones, siempre nos miramos en el espejo, siempre nos vemos a nosotros mismos. Siempre cambiamos a otra persona por lo que somos”, dijo el presidente.

Sometida a una suerte de repetición sin fin, en las últimas tres décadas las relaciones entre EEUU y Rusia parecen recorrer un camino circular. Desde el fin de la Guerra Fría en 1989, casi todas las Administraciones norteamericanas comenzaron con un intento de mejorar la relación con Moscú para luego ver un deterioro en las mismas. Culpas compartidas parecen haber contribuido a esa realidad.

Bill Clinton y Boris Yeltsin gozaron de amistosas relaciones que llevaron a que la Casa Blanca asistiera política, diplomática y financieramente al Kremlin durante buena parte de los años 90. Por entonces Rusia experimentaba el trauma de la pérdida del imperio soviético y una transición extremadamente compleja que puso fin, de la noche a la mañana, del sistema socialista a la economía de libre mercado.

Pero la política de expansión de la OTAN hacia el Este desplegada por la Administración Clinton estaba destinada a provocar la irritación de Moscú. Fue entonces cuando los rusos vieron que los norteamericanos habían incumplido una promesa. Aquella formulada por el entonces secretario de Estado James Baker III del Presidente George H. W. Bush en febrero de 1990. Baker había asegurado a Mikjail Gorbachov que la unificación alemana no supondría una expansión de la OTAN.

La operación de la alianza en los Balcanes, a fines de esa década, volvería a dañar los lazos de confianza entre ambas potencias y llevarían incluso al entonces premier ruso Yevgeny Primakov a ordenar un giro en U en medio el Atlántico cuando se dirigía a Washington para entrevistarse con Clinton y Al Gore.

En tanto, en junio de 2001, pocos meses después de asumir la Presidencia, George W. Bush (hijo) aseguró después de su primer encuentro con Putin en Liubliana (Eslovenia) que había podido “ver el alma en sus ojos”. Otra visión tenía su vicepresidente, quien era enormemente poderoso.

El influyente Dick Cheney afirmó que cada vez que veía a Putin no podía dejar de pensar: “KGB, KGB, KGB”. Una declaración que en cierta forma se asemeja a la de Biden. No obstante, durante los primeros años del gobierno de Putin, éste se mostró cercano a Occidente ofreciendo pruebas concretas de amistad. El 11 de septiembre de aquel año, Putin se transformó en el primer presidente en llamar a Bush y ofrecerle “¿En qué podemos ayudarlos?”.

Fue entonces cuando Rusia cooperó con los EEUU permitiendo el acceso a través de su territorio para la operación en Afganistán que siguió a los atentados. A su vez, Moscú cerró las bases que conservaba -acaso reliquias de la Guerra Fría- en Cuba y Vietnam.

Pero poco después las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos volvieron a deteriorarse cuando la Administración Bush decidió en forma unilateral -acompañada por pocos aliados y sin autorización del Consejo de Seguridad- atacar a Irak. Esta segunda guerra de Irak provocó un quiebre profundo en el sistema internacional.

Países clave como Rusia, China, Francia y Alemania, entre tantos otros, consideraron que no había pruebas suficientes que vincularan a Saddam Hussein con el 11 de septiembre y que las acusaciones sobre su presunta tenencia de armas de destrucción masiva no estaban comprobadas. Horas antes de la invasión, Putin le advirtió a Bush: “Estoy apenado por tí, esto será terrible para tí”. Bush reconoció años más tarde que el llamado del líder ruso había contenido un mensaje sincero.

 En tanto, las relaciones con Moscú descendieron notablemente durante la era Obama (2009-2017). El joven demócrata propuso un “reseteo” en la relación con Rusia. Pero equivocó el camino. Envió allí un embajador -Michael McFaul- que terminó siendo visto por los rusos como un activista y un provocador.

La relación terminó de deteriorarse cuando los rusos vieron -con razón o sin ella- una mano norteamericana detrás de las manifestaciones que tuvieron lugar en Medio Oriente y Europa Oriental. Las “Primaveras Arabes” y las “Revoluciones de Color” fueron vistas como factores de desestabilización del sistema. La posibilidad de que esa tendencia se extendiera a la propia Rusia resultaba inaceptable.

Un punto culminante se produjo cuando la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton dijo que había “algo mal” en las elecciones parlamentarias rusas de diciembre de 2011 que fueron la antesala al regreso de Putin a la Presidencia después del interregno de Dmitri Medvedev.

En 2014, en tanto, la crisis con Ucrania y la anexión de Crimea terminaron de colapsar las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia. El entonces secretario de Estado John Kerry advirtió que Moscú se comportaba con reglas inaceptables en el siglo XXI. Los rusos, mientras tanto, celebraron lo que entendieron era una reparación toda vez que Crimea fue cedida en 1954 en lo que la dirigencia y el pueblo ruso considera uno de los mayores errores del entonces secretario general de la Unión Soviética Nikita Kruschov.

La crisis en Crimea fue seguida por la aplicación de duras sanciones y por una caída en el precio del petróleo. Como resultado de la combinación de ambos factores, la economía rusa se vio seriamente afectada. Sin embargo, Occidente logró el resultado inverso al pretendido porque esa situación obligó a Putin a reorientar sus prioridades estratégicas hacia el Asia, en particular hacia China. En el verano de 2014 Rusia firmó un acuerdo de provisión energética de magnitud con Beijing.

Durante la Administración Trump (2017-2021), a su vez, el mandatario insinuó procurar mejorar el vínculo con Rusia acaso con la pretendida intención de contener el avance de China, toda vez que Beijing aprovechó el distanciamiento de Moscú de las potencias occidentales para convertirla en una suerte de socio menor de lo que algunos imaginan como un bloque anti-occidental. Pero las acusaciones -ciertas o no- sobre la incidencia rusa en la campaña electoral que llevó al magnate a la Presidencia en 2016 parecieron destruir las chances de una “Detente” entre los rusos y los norteamericanos.

La perspectiva de una mejora en la relación triangular, una iniciativa impulsada en su día por la audaz y creativa diplomacia de la Administración Nixon y llevada adelante por Henry Kissinger procuraba reeditar el criterio según el cual los intereses de los EEUU estarían mejor atendidos en la medida en que Washington tuviera con Moscú y con Beijing una mejor relación que la que éstas tenían entre sí.

Las duras declaraciones de Biden, en tanto, parecen inaugurar un ciclo plagado de dificultades en esta estratégica relación. Muchos analistas sostienen que es difícil de entender qué razones llevan a Biden a extremar el conflicto con China y con Rusia en forma simultánea, dado que en pocas horas comienza una cumbre clave con los chinos en Alaska en la que la nueva Administración busca “resetear” los lazos con el Politburó de la República Popular.

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