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EL LIBERAL . Opinión

Ternura

Por Francisco Viola. Médico y Dr. en Psicología.

Leo que el Che Guevara escribió “endurecerse sin perder la ternura”. Una síntesis que bien valdría que sea un plan de vida. Efectivamente, si ese nombre evoca una vida particular, la podemos pensar que vale para todos, para todas. Endurecerse es lo que uno hace cuando la vida abandona la niñez dorada y nos va poniendo las pruebas inevitables de la vida. Donde pasan cosas y nadie nos protege tanto. Si, lo sé, a algunos la vida los sacude desde que nacen. Otros tenemos unos años donde la familia –en cualquiera de sus versiones- nos protege, nos ofrece una suerte de paraíso. (Lo señalo, mientras haya infantes que sufran el abandono, no hay gobierno que sea inocente). Pero un día llegan otras experiencias. En algunos casos, reales, en otras la gente se ahoga en un vaso de agua. Pero el endurecerse parece ser la consecuencia del vivir. Este tiempo tan complejo que vivimos desde hace ya más de año lo reafirma en cada momento. La incertidumbre, las limitaciones, los conflictos y tantas otras cosas están aquí, allí, por todos lados.

Pero, por un momento, pensemos en esa utopía de niñez feliz. Luego vamos creciendo y al andar por la vida, aprendemos que hay un poco de todo en eso que llamamos “la viña del Señor” –o de la señora, valga también. Frente a eso hacemos lo que podemos con los recursos que tenemos. Entre ellos, está la ternura. Esa que se supone que descubrimos en aquella época de la niñez, a veces a pesar de los que nos rodean.

La ternura es el ingrediente que permite la capacidad de manifestar con gestos un sentimiento de calidez hacia el otro. Es la capacidad de permitir que el otro pueda mostrar su fragilidad porque siente que será protegida en ese momento, aunque sea un instante. Básicamente, la ternura es lo que hace que el otro se sienta un poco en casa, un poco simple, un poco más humano. Es algo que nos surge y que nos motiva, generando una sensación de tranquilidad, de relajación, de cercanía, de frescura. Es, quizás, el motor de los gestos que tienen que ver con la simplicidad de ofrecer a otro una especie de oasis. Curiosamente, no siempre tiene que ver con la cercanía física. A veces, una palabra simple y espontánea en la distancia, como por ejemplo te mando un abrazo o quisiera abrazarte –cuando el otro expresa una sensación de fragilidad-, muestran el peso que puede tener esta palabra que sintetiza esa humanidad que ansiamos tanto y que, en esta época, precisamos con urgencia y cotidianeidad como nunca. Vale decirlo, la ternura es lo que se percibe, lo que el otro percibe que hacemos, decimos, pensamos o expresamos. ¡Qué lindo sería que esa percepción siempre vaya acompañada de nuestra intención de ser tiernos/as!

Hay personas que son una fuente inagotable de ternura, que le sale por los poros e inunda el cotidiano donde están. Son como faros que se muestran allí, en el medio de la vida “endurecida” y les dice a los navegantes que pueden ir en esa dirección. Todos conocemos esas personas. Allí están para ofrecernos un lugar donde sentirnos en una paz efímera pero intensa. Los demás, no siempre podemos ser así. Pero, sin embargo, todas las personas somos capaces de ofrecer ternura. Aunque sean como instantes pasajeros, tanto como un ofrecimiento espontáneo y circunstancial como aquel que surge con nombre y apellido. O sea, que la ternura está en nosotros. A flor de piel o escondida en nuestro ser. Una ternura que es la puerta a la paz, un sendero a la felicidad. Porque es, quizás, el único modo, por ejemplo, de poder decir “lo siento, perdón, te amo, gracias” (¡Sí!, eso que llaman en otras latitudes Ho'oponopono).

La ternura alimenta, es un nutriente que en estas épocas tan complejas, tan llenas de incertidumbre, es una suerte de necesidad y urgencia a dar o recibir. Por eso sería bueno preguntarnos cada día o, mejor, cada noche, si logramos ofrecer ternura a alguien y, si lo hicimos, si fue a quienes la necesitaban.

 También nos permitirá tomar conciencia de los momentos en que las recibimos. Respondernos positivamente, quizás, sea una de las curas de los insomnios tan comunes en estas épocas, y aquello que nos permite creer que avanzamos.


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