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La política no define: se acomoda y se adapta

07/10/2021 01:57 Opinión
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A escasas semanas de las próximas elecciones parlamentarias, las encuestas nacionales vuelven a poner límites claros al voluntarismo de muchos de los principales actores de la competencia electoral. Quienes no votaron en las PASO votarán de modo aproximadamente similar a como votaron los que sí votaron. Quienes sean llevados a votar, no votarán como los que intenten acarrearlos: votarán como ellos mismos piensan y sienten en las circunstancias actuales de sus vidas cotidianas y no necesariamente como prevén quienes administran y regulan sus accesos a las políticas sociales. Quienes ya no creen en la política es difícil que recuperen su fe en los próximos 30 días y volverán a buscar el modo más disruptivo de expresarse que tengan ese día a la mano. Quienes creen que es una buena oportunidad para ponerle límites a los "desconocidos de siempre", no parecen esta vez muy inclinados a desaprovechar esta nueva oportunidad para expresarse del modo como ya lo hicieron.

Esto no implica pronosticar ningún resultado. Mucho menos adelantar el posible de algunas elecciones provinciales en los que la política está bastante más "estructurada" de lo que parecería estar a nivel nacional. Afortunadamente, la democracia funciona a pleno, sin restricciones ni miedos. Todo pronóstico es así, provisorio y relativo, frente a la potencia de la opinión pública y su reflejo en el comportamiento electoral.

Por otra parte, iguales causas seguirán produciendo iguales efectos y ante incentivos idénticos cabría esperar reacciones aproximadamente similares. Si algo ha aprendido la política en estas elecciones es que, la gente ha dejado de confiar en las promesas de campaña y ha aprendido a conocer y confiar en la lógica de las instituciones. De allí tal vez el ascenso de todos los indicadores de confianza en las instituciones democráticas, en comparación con lo que ocurre en el resto de la región.

La democracia funciona. Como puede. Lejos ya de ideales y reacciones emocionales y sobre la base de un cálculo pragmático de realidades y posibilidades. Es afortunadamente y, por fin, "lo que hay". Nadie espera que la democracia cure ni alimente. Menos aún que garantice el futuro o siquiera la supervivencia frente a las amenazas recurrentes de la inseguridad, la pobreza y la bancarrota de los sistemas laborables y previsionales. Solo se le pide trabajo, sobre todo porque tal vez sea el único tema en el que la política gravita e impone sus intereses de modo monopólico. La política ha perdido, en la Argentina como en el resto del mundo, la capacidad de prometer y asegurar el futuro.

Basta en consecuencia con que los profesionales de la política se hagan cargo de sus deberes, asuman sus responsabilidades y no intenten trasladarnos los costos de sus aventuras al resto de la sociedad. Menos aún, por supuesto, bajarnos líneas morales ni convencerlos de sus discursos.

La sociedad descubre así nuevas funciones, muchas de ellas hasta ahora no tan evidentes para una sociedad que ha comenzado a gobernarse por sí misma. La democracia permite, después de largo tiempo, expresarse, definir prioridades, asumir compromisos, apoyar o no las pretensiones de los que mandan. En momentos críticos como los actuales permite incluso premiar, castigar, ensayar cambios y, sobre todo, dejar claro ante la dirigencia lo que se piensa y se siente. En la sociedad de la hiperconectividad y las redes sociales las posibilidades de expresar este nuevo conjunto de vivencias se perciben como infinita. El acceso a la información es inmediato y, por sobre la basura de la posverdad, es posible vislumbrar las luces al final del túnel.

A un ciclo de democracia gobernada sucede otro ciclo de democracia gobernante - nos pronosticaba hace años en sus clases mi viejo maestro Georges Burdeau.

Las razones de este funcionamiento efectivo del sistema institucional son múltiples y se imponen sobre pronósticos negativos. Al extremo de que, a mitad de un periodo presidencial, la sociedad hasta avizora ya con claridad hasta ese experimento crucial de todo sistema que es la posibilidad de alternancia en el poder, reforzada por la inminencia de un "gobierno dividido", expresión que describe a la mayoría de los gobiernos del mundo, en los que los ejecutivos carecen de toda posibilidad de contar con un poder legislativo con mayorías propias y un poder judicial concesivo y ausente.

El dato de que el sistema institucional funciona obliga a considerar varias explicaciones posibles. La primera, que más allá de las dificultades para desarrollar en plenitud sus funciones básicas, lo hace en una medida más bien relativa, adecuada al nivel de necesidades más inmediatas de la sociedad. Esto es que el sistema no representa, expresa, incluye o integra en una medida ideal, pero sin embargo lo hace en un nivel suficiente que permite avanzar sin mayores conflictos hacia objetivos graduales y progresivos. Otra explicación posible indicaría que, más mas allá de sus insuficiencias ante funciones primarias, el sistema cumpla con otras funciones, menos ostensibles y secundarias, aunque suficientes para la estabilidad actual.

Por lo pronto, el hecho de que las instituciones prevalezcan sobre el conflicto político. Algo que en el país sigue siendo una novedad. El Congreso se renueva, las hegemonías se diluyen, las pretensiones del hiper presidencialismo giran en el vacío, las oligarquías parlamentarias y judiciales dejan de funcionar y la oferta tradicional de las instituciones se inclina ante la presión de una revolución de valores y expectativas realza la importancia de los proyectos individuales y colectivos por sobre las pretensiones ideológicas de todos los sectores.

Esta perspectiva gana en importancia sobre todo a la vista de la crisis profunda por la que atraviesan los sistemas institucionales en la casi totalidad de las democracias latinoamericanas. En casi todo el continente, la república constitucional está en suspenso. Salvo en la Argentina, donde el sistema funciona. Bloqueado y empastado, sin defensas entusiastas ni sacrificios depuradores, aunque sin niveles de riesgo que lo amenacen

Es posible que una afirmación de este tipo conlleve situarse en una posición incómoda, contra la corriente dominante. Desde una u otra orilla de la estrategia de la polarización, lo que se impone es el pronóstico catastrófico.

Aun así, los hechos se imponen. En un mes, las urnas habrán consagrado nuevos equilibrios políticos, habrán premiado y castigado comportamiento, habrán cerrado y abierto nuevas vías para transitar hacia el futuro. Para mas de un 60% de la sociedad, el futuro está abierto y depende de la cantidad y calidad de otros esfuerzos sociales que han comenzado a desarrollarse lejos de una dependencia absoluta de la política. Es una verdadera revolución cultural. La política no define, se acomoda y adapta. Cede ante el imperio de las circunstancias. Agrega y complementa, participa y se integra a muchas otras formas de expresión de la voluntad colectiva.


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