Qué hacer cuando quien se suicida es una amiga Qué hacer cuando quien se suicida es una amiga
amigo se va”, dice la canción. Y es así.
La muerte de un amigo duele, pero si
la muerte es por suicidio duele el doble.
Es desgarradora. He dudado en
escribir este artículo por el tema, porque es delicado.
Sin embargo, he pensado que tal vez
pueda ayudar a alguien que esté atravesando
esta difícil situación.
La OMS alerta de que cada 40 segundos alguien
muere por suicidio en el mundo. En España
recientemente ha sido publicado un gráfico
aterrador, en el que los suicidios son más
numerosos que las muertes por Covid. Ya es la
primera causa de muerte externa. En México, el
2020 fue el año con más suicidios de la pandemia.
Y lo mismo ocurrió en Colombia, según cifras
del Dane.
Por tanto no es un tema baladí. Es un asunto
serio y no sirven esas afirmaciones que a veces
se hacen por desconocimiento de “quiere
llamar la atención” o “es un acto muy egoísta”.
La enfermedad mental aún a fecha de hoy
asusta, está rodeada de un fuerte estigma y provoca
rechazo en nuestra sociedad. Y precisamente
los enfermos – sí, enfermos- necesitan
cuidado y compañía, alguien que comprenda su
sufrimiento y sentirse escuchados.
Mi amiga se suicidó en 2007
Un día de frío invierno, me encontraba en el
trabajo. Era la hora de comer y una compañera
que conocía a mi amiga Lidia me hizo señas
porque tenía algo que decirme. Cuando estuve
a solas con ella y sin más dilaciones me soltó la
bomba: “Lidia se ha suicidado esta mañana”.
Yo estaba embarazada de mi primer hijo, y
conmocionada tuve que sentarme. En alguna
ocasión se ha comparado el dolor que se siente,
tan extremo, con la vivencia traumática de
los campos de exterminio. Por eso a los familiares
y amigos de alguien que ha fallecido en
estas circunstancias se les conoce como supervivientes.
Desafortunadamente, en ese momento otra
compañera me comentó: “suicidarse me parece
el acto más egoísta que existe”. Esto no ayudó
en absoluto a mi recién iniciado duelo. Menos
mal que otra persona, más sabia, me dijo que
sólo Dios podía juzgar, que se trataba de una
persona enferma y que había sufrido mucho, y
que eso Nuestro Señor lo tendría en cuenta.
También me ayudó conocer la historia que
relaciona al Padre Pío de Pietrelcina con el suicidio,
y esa frase que dijo el santo a una mujer
que acababa de perder a un familiar cercano:
“Del puente al río hay unos segundos”. Desconocemos
por completo lo que pasa por la mente
del suicida para quitarse la vida, así como sus
últimos pensamientos antes de fallecer.
La misericordia de Dios es infinita y no tendrá
en cuenta sólo una acción de por sí condenatoria
sin tener en cuenta el balance de su vida
ni sus verdaderas intenciones. Hay que tener en
cuenta que en la mayoría de casos las personas
suicidas son personas con una enfermedad grave,
que no quieren dejar de vivir sino de sufrir.
¿Cómo ayudar? Sintoniza la antena
Yo no supe ver que mi amiga me necesitaba.
Ni siquiera semanas antes de ejecutar sus planes
cuando me confesó, mientras tomábamos
un café, que había intentado quitarse la vida.
Esa vez tuvo suerte porque sus compañeras de
piso pudieron llamar a la ambulancia y salvarle
la vida.
Después llegó su cumpleaños, que organizó
invitando a mucha gente por medio de un mail.
Pero al parecer hubo muchas bajas porque al
cabo de unos días envió otro anulando la fiesta.
Ese correo fue su carta de despedida. Era una
llamada de auxilio que nadie supo ver, tampoco
yo.
En su momento me hubiera gustado saber
que los síntomas de alarma que pueden llevar a
una persona a cometer un suicidio son: tristeza,
falta de fuerzas, evitar lo social, encamamiento
(permanecer en cama), llanto fácil, ideas de
muerte, baja autoestima, pequeñas autolesiones
(como arrancarse pellejos, tocarse los granos
de la cara, etc.).
Además cualquier persona medicada por
una depresión o ansiedad es persona de riesgo.
Porque la enfermedad no es estática, es fluctuante,
y por tanto es susceptible de subidas o
bajadas de ánimo, con todo lo que eso conlleva.
Y, por supuesto, a cualquier persona que exprese
que se quiere morir, quitarse de enmedio,
dejar de sufrir o cualquier otra frase que implique
desaparecer hay que tomarla en serio, porque
verdaderamente lo está pasando mal.
Aprender el lenguaje de la salud mental-
Hay que aprender el lenguaje de la salud mental.
Cuándo conviene exigir y cuándo consolar,
cuándo hace falta poner cabeza y cuándo corazón.
Es muy difícil, pero no imposible. De esta
forma estoy convencida de que se salvarían muchas
vidas.
La familia, el primer refugio para
que un joven supere la depresión
Tal vez la clave está en convertirse en el “Teléfono
de la Esperanza” de nuestros familiares y
amigos. Para eso hay que estar pendiente, interesarse,
estar al día de sus cosas, pero también
de sus sentimientos.
Mi amiga solía ir a sesiones de risoterapia.
Alguna vez la acompañé hasta la puerta. Hoy la
acompañaría más allá de la entrada para enterarme
bien en qué consistía su terapia y así ayudarla
mejor.
Las preguntas que nunca formulé
Si vives con alguien o conoces a una persona
que se quiere suicidar, acostúmbrate a formular
estas preguntas: ¿Cómo estás ahora? ¿Qué
sientes? ¿Necesitas ayuda? Y tender la mano:
“Si te vuelven esas ideas por favor llámame”.
Trata de empatizar.
Siempre se puede acudir a un centro de urgencias
donde ya disponen de un protocolo para
actuar en estos casos. Una buena idea es tener
el teléfono de su médico o terapeuta a mano,
por si te hiciera falta.
Evita decir afirmaciones como: “con la suerte
que tienes”, “anímate”, etc. Porque más que
ayudar sólo contribuyen a que la persona se
sienta aún más miserable. Es como decirle a
una persona con la pierna enyesada: “Camina,
venga”.
¿Y qué hacemos con la culpa?
Después del jarro de agua fría que recibes
con semejante noticia, te inunda una culpa inmensa.
Te cuestionas cada palabra, cada gesto
que has tenido o no has tenido con esa persona.
Pero convéncete: no es culpa tuya. Hagas lo
que hagas, si esa persona se ha obsesionado con
la idea de suicidarse y ejecutar su plan, hay poco
que hacer.
Siempre hay esperanza
Hace un mes me topé con un anuncio en una
revista que decía: “Encarga una misa para algún
fallecido”. Y enseguida pensé en Lidia y el
valor que tiene cada santa misa. Desde su marcha
tenía una sensación incómoda en mi interior
y desde que le encargué una en sufragio por
su alma tengo paz. La muerte no tiene la última
palabra.