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EL LIBERAL . Opinión

Conversaciones viciadas

18/06/2022 20:21 Opinión
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Conversaciones viciadas Conversaciones viciadas

Ciertas conversaciones,

inevitablemente, se vician

en algún momento. Al hacerlo

parece imposible recomponer

las cosas. Se

transforman en puntos de

no retorno. Se convierten

en infiernos dialécticos.

Es

como si el prejuicio se instalase

como una evidencia

permanente y tenaz. Así, ya

no se escucha lo que

el otro dice, sino

que ya “oímos”

nuestra interpretación

de lo que va

a decir. Entonces,

sólo

queda el enfrentamiento

como norma

y es así como nos

encontramos forzados

o forzadores en esas conversaciones.

Conversaciones

que están condenadas

a tener puntos de roce tan

fuertes que lo lógico es que

terminen siempre en choques

agresivos, sea el tema

que fuera: cuestiones ideológicas,

hechos discursivos,

temas políticos, problemas

familiares, situaciones climáticas,

opiniones artísticas,

vivencias contadas,

y todo tema que se pueda

conversar. En realidad,

el tema deja de ser importante

al convertirse, únicamente,

en un camino, una

“excusa”, que conduce, invariablemente,

a la discusión

agresiva. La famosa

grieta, para

usar el lenguaje

más cotidiano,

actualmente,

sobre esto.

El problema

es que cada

uno, de los

que ya se consideran

contrincantes,

piensa que está dando

una nueva oportunidad

al otro cuando recomienza

la conversación. Esto lo

creen, pues siempre recomienzan

hasta con el propósito

firme de no discutir.

Este es otro dato altamente

curioso (se hacen espacios

en el tiempo, pero se

vuelve a la “conversación”

con esa persona).

Los dos

creen que esa nueva tentativa

les permitirá torcer la

historia, aunque en el fondo

están buscando siempre

nuevos argumentos que le

otorguen la razón y, de ese

modo, certificar que la otra

persona es como uno cree

que es: completamente diferente

de uno, con una incompatibilidad

ideológica

comprobada, casi científicamente.

Así, nuestras diferencias

no son fruto de mi

ceguera sino de cuestiones

casi “genéticas”.

Esto nos

impide ser intolerantes, solo

respondemos al sino de

la “naturaleza” y quedamos

“tranquilos” de haber hecho

el mejor esfuerzo para

revertir la cuestión.

Así

pensamos, pero lo cierto es

que, en realidad, nunca nos

preguntamos sobre nuestra

incapacidad, de nuestra

ceguera, de nuestra incoherencia,

de nuestra limitación,

de nuestros miedos

frente a lo que el otro pueda

decirnos o a plantearnos

lo más simple, que las

perspectivas diferentes hacen

que veamos las cosas de

manera diferente y el objetivo

debería ser cómo buscamos

espacios de consenso

para poder construir algunas

de las utopías que todos

podemos coincidir.

Pero no lo hacemos, sino

que persistimos en eso y,

después, y como si no tuviésemos

ninguna responsabilidad,

nos preguntamos incrédulos

sobre las razones

porque el mundo no funciona

cuando todos afirmamos

que hablando se entiende la

gente.

Tal vez por lo más simple

que deberíamos reflexionar:

coincidimos que

la comunicación es la herramienta

vital, inteligente

y creativa que sólo la especie

humana es capaz de

utilizar, pero olvidamos

que esa herramienta, como

cualquiera, se debe aprender

a usar, optimizar su

aplicación y cuidarla día a

día. Entonces, hoy, frente

al espejo, nos preguntemos

una vez más: ¿qué hice hoy

para mejorar mi comunicación?

Y sea cual sea la respuesta,

nos comprometamos

a tener más respuestas

al día siguiente. Quizás sea

una de las formas más audaces

de celebrarnos como

seres humanos.

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