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El verdadero análisis sobre los planes sociales

21/07/2022 13:17 Opinión
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El verdadero análisis sobre los planes sociales El verdadero análisis sobre los planes sociales

Por Carlos Scaglione. Docente de la Unse

En la medida que se expanden los montos que el Gobierno destina a la asistencia social y se multiplican los planes, el debate sobre el impacto que la ayuda estatal tiene sobre la oferta de empleo es cada vez más intenso. La discusión arrastra varios años y el contexto de la pandemia, que obligó a reforzar la red de contención social, combinada con un alto nivel de presión impositiva sobre los trabajadores formales, la exacerbó. Pero, ¿qué hay de cierto en que los planes sociales atentan contra la voluntad de los beneficiarios de buscar empleo? En otras palabras, ¿es verdad o no que hay quienes prefieren cobrar un plan a tener que trabajar?

Un enfoque  por encima  de la grieta, con elementos pragmáticos, objetivos sobre la tematica no solo Argentina sino de Latinoamérica y el mundo, nos aportan elementos para el análisis y el debate serio que debemos darnos entre nosotros si en realidad queremos avanzar en el enfoque  de esta realidad. 

Aunque la reciente expansión de los programas de transferencias monetarias en los países en vías de desarrollo, particularmente América latina,( CEDLAS  de la Universidad de Uruguay  profundizó el debate sobre sus efectos sobre la formalidad laboral, la evidencia empírica sobre este tema específico es limitada. Sin embargo, un estudio para America Latina,  reciente elaborado en el marco de la crisis del coronavirus, confirma la sospecha: los planes sociales afectan el empleo. Aunque debe aclararse que ese efecto es limitado y recae sobre un sector también acotado de los beneficiarios.

 Parafraseando a Agustín Torpe (La Gaceta de Tucumán) Un antiguo adagio, casi bíblico, sostiene que en vez de regalar peces es preferible enseñar a pescar. Son de esas ideas que cargan tanta lógica y sentido común que nadie se atreve a cuestionarlas. Además, suena tan políticamente correcta que calza en casi todo credo, ideología o clase social. En teoría, de un lado se ubica el populismo demagógico y del otro la meritocracia. Supuestamente, unos combaten la desigualdad con limosnas y otros con educación y trabajo. Y nos gusta creer eso, nos tranquiliza, porque nos libera de toda culpa. Pero la verdad es que ese adagio es falso. Con enseñar a pescar no alcanza para eliminar o acortar la desigualdad. Si así fuera, el mundo desde hace mucho tiempo sería más justo y más equitativo.

Porque aún si todos hiciéramos el mismo esfuerzo y tuviéramos la misma preparación los resultados no serían iguales. Esto se ve claramente, por ejemplo, en el deporte, sobre todo en el de alto rendimiento o en las competencias olímpicas. Ganadores y perdedores Este debate se instaló nuevamente en la Argentina a propósito de los  beneficiarios de planes sociales.

La meritocracia como concepto opuesto a la acción de recibir un emolumento sin una contraprestación acorde.

“El primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales para todos”, sentencia Michael Sandel, profesor de Derecho de la Universidad de Harvard y autor del best seller “La Tiranía de la Meritocracia”.

“La meritocracia es un ideal atractivo porque promete que si todo el mundo tiene las mismas oportunidades, los ganadores merecen ganar. Pero la meritocracia tiene un lado oscuro y dos problemas”, explica.

“Uno es que en realidad no estamos a la altura de los ideales meritocráticos que profesamos o proclamamos, porque las oportunidades no son realmente las mismas. Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las mejores universidades”, desglosa Sandel, cuyo curso “Justice” es uno de los más populares de los últimos 40 años en Harvard.

¿Y el segundo problema? “El segundo problema de la meritocracia tiene que ver con la actitud ante el éxito. La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores. Pero si los que tienen éxito creen que se lo han ganado con sus propios logros, también tienden a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de estar así. El segundo problema de la meritocracia es un problema de actitud ante el éxito que lleva a dividir a las personas en ganadores y perdedores. La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás”, explica el filósofo en una entrevista con la BBC de Londres.

La retórica del ascenso

Suponer que el máximo objetivo de progreso social es obtener un título universitario es un error, porque la gran mayoría de las personas, en todo el mundo, no tienen ni podrán tener jamás estudios superiores. En Estados Unidos y en Gran Bretaña dos tercios de la población no cuentan con un título universitario. En Latinoamérica, áfrica y Asia esta brecha es aún mayor y la tendencia es que continuará agrandándose. En la llamada “Ivy League” (que incluye a las universidades de Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth College, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale, las más prestigiosas de EEUU) dos tercios de los estudiantes pertenecen al 1% de las familias más ricas del país, y el tercio restante al 60% con menos ingresos.

“En el último tiempo se ha ido profundizando la división entre ganadores y perdedores, envenenando nuestra política y separándonos. Esa división tiene que ver en parte con las crecientes desigualdades de las últimas décadas”, explica el filósofo, y confirma que la profundización de la grieta no es sólo argentina.

Es el fracaso neoliberal de lo que Sandel llama “la retórica del ascenso” en la globalización. Es la idea de que si creamos igualdad de oportunidades, entonces no hay que preocuparse por la desigualdad, ya que la movilidad puede permitir a las personas ascender de trabajos con salarios bajos a otros mejores. Como el adagio de enseñar a pescar, es un mensaje inspirador, porque todo el mundo quiere creer que si trabaja duro puede mejorar su condición.

Pero Sandel sostiene que además de inspirador es insultante, porque sugiere que si la estás pasando mal la culpa es sólo tuya. Los que han llegado a la cima en la era de la globalización, creen que su éxito es todo suyo porque lo han ganado por sus propios méritos, y que los perdedores no tienen a nadie a quien culpar de su fracaso más que a ellos mismos.

Esto genera cada vez más resentimiento y violencia ya que, sin contar a los desempleados, el 80% de los trabajadores de los sectores más populares rozan la línea de pobreza, aunque trabajen 12 horas por día. En este mundo globalizado actual trabajar más duro no garantiza ascenso social. Es un concepto que ya no existe y que ha muerto con el Siglo XX y la era industrial y la gente más vulnerable se está empezando a dar cuenta de eso.

El concepto de meritocracia, que hoy tomamos como un axioma sociológico, en realidad surgió de un libro de ciencia ficción de Michael Young, “The Rise of Meritocracy”, publicado en 1958.

La pandemia nos demostró que no siempre los trabajos más esenciales son los mejor remunerados y que mucha gente perdió su empleo sin tener ninguna responsabilidad en ello. Un enfermero, un bombero o un taxista ganan 10, 20 0 30 veces menos que un corredor de bolsa o un especulador financiero. Es una idea errónea suponer que la medida de un salario tiene relación con la contribución al bien común.

“No digo que debamos abandonar el proyecto de igualdad de oportunidades. Ese es un proyecto muy importante, moral y políticamente. El error es asumir que crear más igualdad de oportunidades es una respuesta suficiente a las enormes desigualdades de ingresos y riqueza que ha provocado la globalización neoliberal”, afirma Sandel.

Y agrega que “la mayoría de las ganancias de la globalización fueron a parar al 20% más rico, y la mitad inferior de los trabajadores no recibió ninguna de esas ganancias, ya que los salarios en general están estancados desde hace cuatro décadas en el mundo”. Por otro lado, los modelos de producción han cambiado radicalmente. De modo que la mayoría de los trabajadores actuales, los desempleados o los beneficiarios de los planes sociales están o estarán excluidos del sistema. Muchos no tienen ni tendrán posibilidad alguna de reinsertarse en el mercado laboral. Esto se omite a la hora de emitir juicios sobre las personas que sobreviven gracias a una contribución estatal.

“Es que no quieren trabajar” suele escucharse a menudo. Lo cierto es que la mayoría no podría hacerlo ni aunque quisiera. No es un problema argentino, es un desmoronamiento global de los sistemas de producción, donde las máquinas, los robots y los softwares están sustituyendo a la fuerza laboral humana.

También se piensa erróneamente que si una persona vulnerable estudia o aprende un oficio podrá salir de la pobreza. Está comprobado que esto es cada vez menos probable. El veredicto lo dicta un mercado laboral desregulado y no la contribución a la sociedad que cada quien haga o el esfuerzo que ponga en su trabajo.

Un estudio de la New Economic Foundation, de 2009, revela que algunos de los trabajos mejor pagados son socialmente muy destructivos, son trabajos que no aportan nada al bien común. Un ejemplo es el que mencionábamos antes, de un corredor de bolsa, que puede hasta hacer quebrar una empresa sólo por intereses especulativos.

La investigación fue desarrollada por el subdirector del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS)Guillermo Cruces, junto a Marcelo Bragnolo, profesor adjunto del Instituto de Economía (IECON) de la Universidad de la República, de Uruguay. Publicada a principios de febrero, concluye que los programas de transferencias monetarias en los países en desarrollo pueden generar desincentivos para el empleo registrado, pero las consecuencias de la eficiencia pueden ser relativamente pequeñas”. Esto significa, explican los autores, que existen efectos concretos que pueden desalentar a un beneficiario a entrar al mercado laboral formal pero que esos efectos, al menos en el caso del programa analizado, son de alcance relativamente menor.

El caso de estudio que derivó en esta conclusión fue el programa uruguayo de asignaciones familiares (AFAM) destinado a niños y mujeres embarazadas, equivalente según los autores, a la Asignación Universal por Hijo (AUH), implementada en la Argentina, a la que le atribuyen impactos similares. De hecho, el trabajo destaca que si bien algunas de estas implicaciones son específicas del programa analizado, “el mensaje general de que las transferencias monetarias y sus reglas de elegibilidad deben evitar tanto discontinuidades bruscas como altas tasas impositivas implícitas, se aplica a otros contextos”. Se refiere así esencialmente al umbral de ingresos definido para participar o no del programa y a la carga adicional implícita que supondría esos parámetros para un trabajo formal.

De ahí que los investigadores recomiendan que el diseño de los programas de bienestar social contemplen mecanismos de transición entre el plan y el empleo, con el objetivo de mitigar el contra estímulo a ingresar al mercado laboral. Esos esquemas pueden llegar a ser un desafío en la Argentina donde, particularmente los destinatarios de la AUH suelen ser beneficiarios de asistencia adicional.

Otro hallazgo de los investigadores es que la reducción del empleo registrado es más marcada entre las personas que tienen una propensión media a tener un empleo formal y es aún más fuerte para las madres solteras en este grupo. “En contraste, el impacto sobre aquellos que tienen una baja o alta propensión a tener un empleo formal es sustancialmente menor que el efecto promedio, probablemente porque estos individuos no estarían empleados formal o informalmente independientemente de su participación en el plan”, establece. Es decir, prácticamente la asistencia social no tiene impacto entre quienes elegirían sumarse al mercado laboral de todos modos y entre aquellos que prácticamente no tienen ninguna oportunidad de trabajo.

En ese sentido, los investigadores aconsejan “introducir correcciones para perfeccionar el funcionamiento de los programas, de manera que tal que el acceso a un empleo registrado no implique pérdidas del ingreso total”.

Resumiendo, entre el estímulo  a crecer con esfuerzo, con dedicación con constancia, con   la perseverancia  y la verdadera  cultura del trabajo, están las circunstancias sociales y políticas para que estos axiomas  se concreten en logros.   

“Es importante inculcarles a nuestros hijos que si mañana tienen éxito será en parte gracias a su propio esfuerzo, pero en parte gracias también a sus maestros, a su comunidad, a su país, a los tiempos en que viven, a las circunstancias, a las ventajas de las que hayan podido disfrutar. Enseñar a nuestros hijos que su éxito sólo es resultado de su propio esfuerzo podría hacerles olvidar que están en deuda con los demás, incluidas su comunidad. Debemos criar niños que tengan un sentido de gratitud y humildad cuando triunfen”, concluye Sandel, echando luz sobre la mentirocracia.


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