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EL LIBERAL . Opinión

M''hijo, el emigrante

21/09/2022 12:24 Opinión
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M''hijo, el emigrante M''hijo, el emigrante

Por Sergio Sinay

De acuerdo con datos de la Dirección Nacional de Migraciones, entre mediados de 2020 y mediados de 2021 se fueron del país 60 mil personas. Ese exilio voluntario significó un promedio de 200 personas diarias. El flujo no se detuvo desde entonces. Sigue. Sobre este tema la Fundación Colsecor (Cooperativa de Provisión y Comercialización de Servicios Comunitarios de Radiodifusión) aporta un dato significativo a partir de un estudio que realizó sobre Calidad de Vida en Pueblos y Ciudades de la Argentina. Se preguntó a las personas acerca de su satisfacción con la vida cotidiana en los lugares que habita.

En términos generales el 52% de los encuestados dijo que, si tuviera la posibilidad, se iría del país. El porcentaje creció dramáticamente en la franja específica de los 15 a los 24 aÑos. Allí llegó al 78%. La angustia de padres que ven partir a sus hijos o que los observan prepararse para la emigración y la dolorosa nostalgia cotidiana de quienes ya los tienen viviendo en tierras lejanas, se han convertido en parte de las conversaciones y los sentimientos cotidianos para una capa amplia y creciente de las familias argentinas.

Los sentimientos que se producen son profundos y complejos. La satisfacción e incluso el orgullo de saber que a esos hijos les va bien, cuando así ocurre, que han encontrado un lugar laboral y profesional y que lo están asentando, se mezcla natural e inevitablemente con el sufrimiento y tristeza causado por la lejanía, por la imposibilidad de la presencia física, el contacto, la conversación de cada día.

En 1903 se estrenó en Buenos Aires “M'hijo el dotor”, obra de Florencio Sánchez (1875-1910) que se considera como uno de los títulos fundadores del teatro argentino. Convertida en clásico, su trama condensa la experiencia de los inmigrantes que, tras llegar a esta tierra, trabajar honesta y laboriosamente, desarrollar un oficio, afirmar una identidad y espacios de pertenencia y cristalizar el sueÑo de la casa propia, bendecían el sentido de todo ese esfuerzo cuando veían a sus hijos obtener un título universitario. Sentían que, así, su huella en la vida quedaba marcada. El país parecía seguir entonces el mismo paso que aquellas vidas.

Argentina asomaba en el escenario internacional como una nación joven, pujante, vibrante, un barco que navegaba hacia un puerto de prosperidad y certezas. Una generación, la del 80, había preparado un par de décadas atrás la tierra para esa siembra.

DEL SUEÑO A LA PESADILLA

Ciento veinte aÑos después, con una pobreza que devasta al 40% de los 47 millones de argentinos que somos hoy, con una inflación del 100% anual que luce desbocada e indomable, con una educación en ruinas (la educación de la que brotaban aquellos hijos “dotores”), con un sistema sanitario que desprotege y enferma, con un desempleo y una subocupación indignas, con pequeÑas y medianas empresas que cierran porque los proyectos y emprendimientos que aquellos inmigrantes hacían florecer son ahora obstaculizados hasta el desaliento, con una carencia absoluta de mentes como aquellas que soÑaron, proyectaron y materializaron el país de principios del siglo veinte, la obra de Florencio Sánchez (quien era, él mismo, inmigrante uruguayo) ya no es el testimonio de una realidad social presente, sino el residuo de un sueÑo lejano.

Más representativa, y cruda, sería hoy una pieza que se titulara “Mi hijo el emigrante”. Aquella tierra que atraía a hombres y mujeres de buena voluntad, como reza su Constitución, y lo hacía con promesas que se convertían en realidad, es hoy un país que expulsa. Y si aquellos inmigrantes llegaban en pos de un sueÑo, los emigrantes actuales tratan de alejarse de una pesadilla diaria, en la que se ven privados de esperanzas y de porvenir.

Fuente: eldía
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