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El origen de la Constitución Nacional: anécdotas y curiosidades de los Constituyentes de 1853

06/05/2023 11:05 Opinión
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El origen de la Constitución Nacional: anécdotas y curiosidades de los Constituyentes de 1853 El origen de la Constitución Nacional: anécdotas y curiosidades de los Constituyentes de 1853

Por Eduardo Lazzari

Este año ha sido particularmente pródigo en acontecimientos de conmemoración motivado en los 170 años de la firma de la Constitución Nacional, ocurrida en Santa Fe de la Veracruz el 1° de mayo de 1853. Desde el juramento a la Constitución por parte de los alumnos del tercer año de la escuela secundaria, ordenado por la ley nacional 27.505, que hizo que miles de jóvenes realizaran un acto hasta ahora reservado a la promesa de lealtad a la Bandera que tiene lugar cada 20 de junio, hasta los actos cívicos en la propia Santa Fe, Concepción del Uruguay y en otros muchos lugares del país, el recuerdo del magno acontecimiento no pasó tan desapercibido como era habitual.

No cabe duda que en el ordenamiento de la historia, el 1° de mayo de 1853 merece ser considerado como una fecha tan extraordinaria como lo son el 25 de mayo de 1810, día de la Revolución de Mayo en Buenos Aires; y el 9 de julio de 1816, día del juramento de la Independencia argentina en San Miguel del Tucumán. Incluso los personajes vinculados a aquellos episodios tienen una memoria diferente. Por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires podemos encontrar en el barrio de Balvanera los nombres de los nueve miembros de la Junta Gubernativa del Río de la Plata que asumió en 1810, así como también los apellidos de los diputados que juraron la Independencia, cruzando las avenidas Rivadavia, Córdoba y Santa Fe, completando su recuerdo.

Sin embargo, sólo hay una avenida “De los Constituyentes”, ubicada en el viejo límite entre los partidos de Belgrano y San Martín allá por 1887, cuando fueron absorbidos esos territorios por la Capital Federal. El hecho de la ausencia porteña en los debates de Santa Fe puede haber influido en el ocultamiento de los nombres de los 25 constituyentes que dieron forma a la organización nacional en la nomenclatura urbana de la ciudad. Recién en 1904, durante la presidencia de Quintana, las calles porteñas comenzaron a recordar a los hombres de Santa Fe.

Vale la pena recordar sus nombres y a cuál de las provincias representaban: Manuel Leiva y Juan Francisco Seguí por Santa Fe; Juan María Gutiérrez y José Ruperto Pérez por Entre Ríos; José Benjamín Gorostiaga y Benjamín Lavaisse por Santiago del Estero; Agustín Delgado y Martín Zapata por Mendoza; Pedro Díaz Colodrero y Luciano Torrent por Corrientes; Salvador María del Carril y Ruperto Godoy por San Juan; José Manuel Pérez y Salustiano Zavalía por Tucumán; Delfín Huergo y Juan Llerena por San Luis; Facundo Zuviría y Eusebio Blanco por Salta; Pedro Centeno y Pedro Ferré por Catamarca; Santiago Derqui y Juan del Campillo por Córdoba; José de la Quintana y Manuel Padilla por Jujuy; y Regis Martínez por La Rioja, única provincia que tuvo un solo representante.

Recorreremos hoy algunas anécdotas de estos hombres fundamentales de la historia argentina, cuyo recuerdo debe engrandecerse, sin olvidar al gran defensor de su vigencia a través del sermón de la Constitución, fray Mamerto Esquiú.

Los religiosos y los otros oficios en Santa Fe

Así como en el Congreso de Tucumán los sacerdotes y religiosos fueron casi la mitad de los integrantes, en Santa Fe también hubo presencia clerical, aunque menguada. El padre Pedro Zenteno, catamarqueño de Piedra Blanca, había estudiado en Córdoba y fue ordenado sacerdote para volver a su provincia y ser el párroco de la iglesia matriz de Catamarca. Fue diputado de la primera legislatura provincial en 1821 y fugaz gobernador en 1834, por sólo 37 días. En el Congreso de Santa Fe sostuvo posturas conservadoras y fue el primer diputado en firmar la Constitución, luego del presidente del Congreso. Murió al poco tiempo en su provincia natal.

El fraile dominico José Manuel Pérez tuvo una importancia muy grande en la vida de su orden religiosa en la Argentina, llegando a encabezarla. Fue durante 24 años diputado en la legislatura de Tucumán. Luego del Congreso fue propuesto como obispo de Salta, pero rechazó el nombramiento y se dedicó a la religión hasta su muerte en 1859.

El santiagueño Benjamín Lavaisse fue hijo de un general que luchó bajo las órdenes de Napoléon Bonaparte, llegado al Río de la Plata en 1817 casándose en Santiago del Estero. Fue muchos años cura párroco de Tulumba y explicaba sus posiciones políticas con una frase extraordinaria: “Yo soy puramente gubernamental... no pertenezco a partido o persona alguno”. En Santa Fe fue defensor de la libertad de cultos por el fomento de la inmigración, en tanto no supusiera restringir la posibilidad proselitista de la Iglesia. Murió de viaje a Jujuy en 1854.

Si bien a los tres sacerdotes se le sumaron 18 abogados que fueron diputados del Congreso, hubo también un médico, Luciano Torrent; un agrimensor y poeta, Juan María Gutiérrez; un educador, Agustín Delgado; un periodista, José Ruperto Pérez; un empresario minero, Ruperto Godoy; y un militar, el brigadier general Pedro Ferré.

Facundo Zuviría

El gran acuerdo político propuesto por Urquiza a sus viejos enemigos permitió que el Congreso de Santa Fe fuera presidido por un unitario de larga data, el doctor en derecho de la Universidad de Córdoba José Facundo de Zuviría, quien se había opuesto al general Martín Miguel de Güemes cuando fue gobernador en 1820. Este salteño fue el primer presidente de la legislatura en 1821 y redactó la primera constitución provincial. En los tiempos del predominio federal se exilió con su familia en Bolivia y retornó a principios de los 1850 dedicándose a la agricultura.

Ya siendo presidente del Congreso, trató de evitar que la reunión avanzara sin los diputados de Buenos Aires, pero fracasó en el intento y se sometió a la mayoría, siendo un excelente moderador de las discusiones que se dieron en las sesiones. Fue luego senador nacional, ministro y fue convocado a la Corte Suprema de Justicia, pero nunca llegó al cargo. Murió en Paraná, capital de la Confederación Argentina en marzo de 1861 y sus restos fueron llevados a su provincia natal, donde fueron sepultados en el Panteón de las Glorias del Norte, en la Catedral salteña. Allí reposa junto al general Güemes, al general Rudecindo Alvarado, al general Juan Antonio álvarez de Arenales, a Juana Manuela Gorriti, a Martina Silva de Gurruchaga y al soldado desconocido.

Su estatua, tallada por Lola Mora, permaneció en el Salón Azul del Congreso Nacional, en una de las hornacinas dedicadas a los presidentes de los Congresos Constituyentes, acompañando a la de Carlos de Alvear, de la Asamblea del Año 13; de Francisco Narciso de Laprida, del Congreso de Tucumán de 1816; y de Mariano Fragueiro, de la Convención Reformadora de 1860. Por razones inexplicables e inexplicadas, las cuatro estatuas de mármol de Carrara fueron quitadas y enviadas a las provincias natales de los próceres. Así la de Zuviría terminó en el parque San Martín de la ciudad de Salta.

El Sermón de la Constitución

Uno de los hechos fundamentales que permitieron la puesta en marcha de los preceptos constitucionales elaborados en Santa Fe fue el apoyo decidido de una de las figuras más respetadas del país, el por entonces sacerdote franciscano Mamerto Esquiú, vicario foráneo de Catamarca, dependiente del obispado cordobés. El 9 de julio de 1853, en la iglesia matriz de su provincia, fray Mamerto dio el sermón celebratorio de la Independencia Argentina. Es uno de los textos liminares de la historia del país, ya que expresó con claridad el estado de cosas y propuso el camino que la Argentina debía seguir, a pesar de las discordias anteriores.

“¡República Argentina! ¡Noble patria! ¡Cuarenta y tres años has gemido en el destierro! Medio siglo te ha dominado su eterno enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo! ¡Qué de ruinas, qué de escombros, ocupan tu sagrado suelo! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores, y nuestras manos no descansarán, hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! regaremos, cultivaremos el árbol sagrado, hasta su entero desarrollo y entonces, sentados a su sombra, comeremos sus frutos. Los hombres, las cosas, el tiempo, todo es de la Patria”. Esta extraordinaria frase fue el inicio del camino hacia la aceptación popular de la Carta Magna, ya que define al país como pocas veces pudo ser entendido por los pueblos.

Ese formidable trabajo oratorio culminaba con las siguientes palabras: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el cielo de la bienaventuranza en el padre, en el hijo y en el espíritu santo, por quien y para quien viven todas las cosas”. Fue tal la repercusión del sermón que el propio director supremo provisorio, el general Justo José de Urquiza, ordenó su impresión para ser repartido en todos los pueblos de la Confederación, haciendo así más fácil la comprensión de las ventajas del respeto a la Constitución.

Por estas palabras, fray Mamerto Esquiú, que moriría en 1883 siendo obispo de Córdoba, fue llamado el “Orador de la Constitución”, título que figura en la causa de canonización que se lleva adelante en Roma para consagrarlo santo de la Iglesia Católica. Ya es beato y su cuerpo está sepultado en la Catedral de Córdoba, aunque su corazón, que se veneraba en Catamarca, ha sido robado y no encontrado hasta hoy.

Fuente: TN

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