Los sacramentos de sanación Los sacramentos de sanación
S iendo niños recibimos el sacramento de iniciación que es el bautismo, luego recibimos la comunión y después la confirmación. Pero a veces olvidamos que hay sacramentos -que la Iglesia Católica expresa en su Catecismo- que son de curación: la reconciliación y la unción a los enfermos.
El Señor Jesucristo es el médico de nuestras almas y cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo e hizo que su Iglesia continuase con la fuerza del Espíritu Santo su obra de sanación, incluso en sus propios miembros. ésta es la finalidad de los dos sacramentos de curación.
El sacramento de reconciliación nos sana de las enfermedades espirituales y corporales. Sabemos que el pecado nos hace sentir mal: el orgullo, la mentira, el odio; la tolerancia nos hace sentir tristes, rebeldes, frustrados. Reconciliándonos con el Señor y con nuestros hermanos volvemos a ser libres en el amor de Dios.
El 18 de noviembre vamos a festejar a Cristo Rey y antes vamos a celebrar la clausura del Año Santo de la Misericordia. Los cristianos deben aprovechar para confesarse y recibir ese sacramento, la absolución de los pecados para vivir bien y de acuerdo con el espíritu de Dios.
Unción a los enfermos
El sacramento de la unción a los enfermos se administra a toda persona que padece una enfermedad física. Mediante la gracia, Dios nos reconforta, nos da fortaleza y reanima durante la enfermedad.
A veces podemos pensar que es un sacramento que sólo hay que darlo cuando la persona está grave. Antes se conocía como la extremaunción, pero ahora no debemos llamarlo así. “Es un sacramento de salud, de alma, espíritu y cuerpo al cristiano en estado de enfermedad”.
Dios, queriéndose compadecer del dolor humano y del sufrimiento que produce estar enfermo, quiso restablecer física y espiritualmente a quien padece la enfermedad. Dios no abandona.
En el Nuevo Testamento se lee: “Cuando el Hijo de Dios, Cristo, sanaba de todas clases de dolencias a los hombres como parte de su labor mesiánica para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías. él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades”. (Mt 8, 17)
Y esa misión se las encomendó a sus discípulos cuando les decía: “Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios”. (Mt 10, 8)
De ese modo la Iglesia participa del poder sanador de Jesús y suministra este sacramento a través de la imposición de las manos y la unción con el aceite, tal como lo efectuaran los apóstoles.
Este sacramento no es únicamente una formalidad, sino para fortalecer al enfermo. Como en el Antiguo Testamento, el uso del aceite es para fortificar, restablecer y sanar las heridas. Además, la unción une al enfermo a la pasión de Cristo para su bien y el de toda la Iglesia.
Por eso, este sacramento por los enfermos y el de reconciliación están conectados: hay que perdonar los pecados espiritualmente, porque hay muchas heridas y necesita paz.
La unción de los enfermos es administrada por el obispo y los presbíteros. El enfermo lo puede recibir en más de una ocasión. Por lo tanto, no es conveniente dejar para la última hora y recibir la unción por miedo o temer ante la eventual muerte, sino por el contrario cuando la enfermedad lo amerite no dudemos en llamar al sacerdote. El sacerdote va para fortalecer y no hay que dejar pasar el tiempo.
También debemos tener cuidado con los aceites que hay en todos lados. El aceite de este sacramento es el que el obispo ha bendecido por los enfermos. No importa si la persona comulga o no, si se confesó o no. El cristiano debe recibir el sacramento cuando tenga la necesidad.
En la unción a los enfermos es la gracia de Dios la que obra. No es el obispo, ni el sacerdote que administra el sacramento el que cura.
Tampoco debemos caer en la confusión de llamar “misa de sanación”. Es una misa para orar por los enfermos. La persona que sana es Cristo. Debemos ir y orar con fe, para que la gracia de Dios fortalezca a esas personas.
Hoy pidamos por todos los enfermos y por los sacerdotes para que tomen conciencia que en nuestra Iglesia hay sacramentos de sanación. Pidamos para que los sacerdotes no queden con el pensamiento de “extrema unción”. Oremos por la persona que acompaña, ayuda y cuida a los enfermos.
Que nuestra Madre nos ayude a cuidar a los enfermos y dé la posibilidad de vivir con salud y felicidad para alabar a Dios y dar testimonio de un Dios que está presente, vivo y que nunca abandona a sus criaturas.






