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A un año del asesinato de psiquiatra local, su familia brindó precisiones del hecho

22/08/2017 00:00 Policiales
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A uno año del asesinato de la psicóloga santiagueña Liliana Oubiña en Córdoba, su hermana María Rita Oubiña brindó precisiones del hecho que aún conmueve a toda una familia local. Por el hecho está acusado Claudio Allende. ‘Hace un año, a las dos de la tarde -indica-, hora en que todo se empezaba a distender y silenciar intramuros del edificio Orcón de la avenida Colón al 300 de Córdoba capital, Liliana Oubiña, reconocida psiquiatra, se preparaba para ir a atender a sus pacientes más queridos. Sí, al día de descanso lo dedicaba a la atención de quienes padecían la silente enfermedad bipolar que ella trataba con ahínco para encontrar la cura y contención que necesitaban. No en vano era presidenta de Fubipa (Fundación Bipolar de Argentina) - filial Córdoba’.

‘Las cámaras del edificio no funcionaban, pero una entidad bancaria lindante con el edificio de marras pudo captar la figura de Claudio Allende, parado en la puerta, simulando hablar por celular, hasta que alguien- desaprensivamente- le abriera la puerta (que tenía sistema de chicharra). Así se coló hacia su objetivo premeditado, el departamento 3° B’, relata María Rita Oubiña.

‘Aunque el referido hombre tenía un frondoso prontuario, por obra y arte de la magnanimidad de la Justicia garantista, anque abolicionista, gozaba de libertad condicional. Esa misma libertad le había permitido relacionarse con gente de un departamento del mismo edificio y entablar charlas esporádicas con distintos habitantes del mismo. Entre ellas, Liliana. Muy probablemente los deseos de ésta por mantener su departamento impecable le habrían hecho aceptar el ofrecimiento de Allende de ver una pérdida de un lavabo. Al decir de algunos vecinos, muchas veces, el ‘reinsertado social’ había sido visto en el lugar, como ‘reparador orquesta’. Ella, como buena psiquiatra sabía tratar a la gente, pero tenía dos elementos en su contra: uno, se dedicaba mucho a su cuidado personal y era una mujer atractiva; el otro, vivía sola. Justo se había ido el portero, justo era sábado, justo había poco movimiento, justo Liliana estaba distendida, ¡justo!... Y si bien era precavida, una posible charla previa sobre el asunto doméstico hizo que ella le abriera. El ascensor daba directamente a su departamento ya que era una construcción de palieres individuales’.

‘En ese segundo fatal en que ella abrió -sigue el relato de la hermana de la víctima-, captó las intenciones de Allende, intentó cerrar la puerta y él se la tiró la puerta encima fracturándole la nariz. Luego la arrastró y maniató con intenciones de atacarla sexualmente, pero ella tenía mucha fuerza y zafó. La única salida era el balcón. Allí gritó, pero sus pedidos de auxilio fueron ahogados por la caída. Dura, estallante, inolvidable para los vecinos’.

‘La sobrevida fue de un día. Llegué justo para verla, viajé sabiendo lo que me encontraría (aún con la recóndita esperanza de estar equivocada)... y la médica me confirmó todo lo que me susurraba la oscura voz anticipatoria propia de los malos pálpitos. ‘No te va a escuchar’, me dijo. Yo junté fuerzas para ver lo que sabía que era irremediable y le dije que se fuera hacia la paz, que nosotros, sus sobrinos, mi madre (que no sabe la verdad de su muerte y vive encapsulada en su fe) y yo, íbamos a estar bien. Ella lloró, contra todo pronóstico médico. Hasta noté que sintió mis pasos al entrar, pese a que sus ojos estaban morados y su cara me era ajena, producto de tamaña conmoción. Luego fue la espera del final, hasta que una fría cinta adhesiva pegada al hombro, con su apellido y fecha de deceso volvía más gélida la historia. Era la metáfora de la reducción del todo. Más tarde la burocracia y algunos puntos oscuros sobre personas de su entorno íntimo que quedarán para la justicia divina, si mi intuición de hermana no me falla. Cuando alguien muere, se ven grandezas y vilezas de la gente. Yo vi de varios frentes, ambos gestos. También quedará para la justicia suprema su juzgamiento. Mientras tanto estoy convencida de que a Liliana no la mató Allende solamente. La mató una tendencia de pensamiento progresista militante que incorpora a nuestras vidas, irrecuperables, que ellos no deben soportar. El fardo queda para el resto, los que no estamos en la vereda de los pensamientos alambicados’.

‘Ese sábado, ella sólo quería un momento apacible, ir a atender a sus pacientes, mientras en el fondo, como un símbolo paradojal, sonaba de su computadora, la voz de Joan Manuel Serrat al que admiraba con denuedo, quien cantaba ‘A la hora del timbre’, ése que ella nunca debió atender’, concluyó María Rita Oubiña.

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