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EL LIBERAL . Santiago

"Pusimos todo nuestro empeño en aliviar el sufrimiento de nuestros camaradas"

02/04/2017 00:00 Santiago
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"Pusimos todo nuestro empeño en aliviar el sufrimiento de nuestros camaradas" "Pusimos todo nuestro empeño en aliviar el sufrimiento de nuestros camaradas"

El 2 de abril cuando nos enteramos en el Hospital Aeronáutico Córdoba de la recuperación de nuestras islas, festejamos efusivamente como gran parte de la población. Tal era nuestro entusiasmo, que le pedimos al subdirector médico, de quien dependíamos, que en caso de necesitar médicos, estábamos disponibles y listos. Tuve la suerte de ser designado junto con otro santiagueño, el entonces capitán médico Jorge Antonio Fernández Reuter, con quien solíamos recordar “viejos tiempos” de nuestro querido Santiago, especialmente de nuestro paso por los colegios San José y Absalón Rojas.

Partimos en un avión Guaraní hacia Buenos Aires, pero como había un frente de tormenta tan amplio, tuvimos que regresar para viajar en tren. Al llegar, nos hospedamos en el Hospital Aeronáutico Central, que se encuentra en el famoso barrio de Pompeya, a quien nuestro comprovinciano Homero Manzi, le dedicó algunas de sus letras.

Recuerdo de la algarabía y el entusiasmo que reinaba en el personal que viajaba hacia la ciudad de Comodoro Rivadavia. Cantábamos, bromeábamos y nos sentíamos orgullosos y felices de ser partícipes de tan noble gesta. De más está decir que estoy convencido de que si tendría que ir nuevamente, no lo dudaría un segundo.

A Puerto Argentino llegamos un 19 de abril y de inmediato nos abocamos a la tarea de instalar un Puesto de Socorro en el aeropuerto. Los dos santiagueños fuimos designados para desempeñarnos en ese puesto de asistencia; los restantes fueron destinados al Hospital Conjunto de las Fuerzas Armadas que operaba en una escuela preparada para tal fin.

Recuerdo que en los momentos libres, en la tensa calma que se vivía, intercambiábamos opiniones entre nosotros sobre la definición del conflicto. Algunos pensaban que los ingleses no vendrían y que se solucionaría mediante negociaciones, otros opinaban que sí vendrían y a consecuencia de ello, pronto estaríamos envueltos en un conflicto de gran envergadura.

Nunca he podido olvidar ese 1 de mayo. Todavía se me cruzan en la memoria esas tristes imágenes del primer ataque de los ingleses. Ese día, siendo aproximadamente 4.20 AM fuimos atacados por aviones Vulcan (bombarderos que partían desde la Isla Ascensión), con el fin de inutilizar la pista de aterrizaje del aeropuerto para evitar las operaciones aéreas de los aviones argentinos. Algunas bombas cayeron en proximidad del Puesto de Socorro que estaba situado debajo de la batería Tiger Cat del Ejército Argentino.

El momento que se vivía fue realmente pavoroso: los gritos por las radios, el sonido de las alarmas, el ruido de las bombas, la oscuridad, el fuego, la destrucción; pero sobre todo, la incertidumbre y la desazón por la que estábamos atravesando, que si bien es normal en toda guerra, no deja de ser espantoso.

Finalizado el ataque, salimos de la carpa para atender a los heridos. En total atendimos 24 en estado grave y también había otros con heridas leves. Pusimos todo nuestro empeño en curar y aliviar el sufrimiento de nuestros camaradas. Solo tuvimos que lamentar una sola pérdida a pesar del tremendo ataque. Cuando amaneció, nos dimos cuenta que en el terreno por el cual caminamos y corrimos para ayudar a los heridos, estaba sembrado de bombas belugas (también conocidas como bomba racimo porque dentro de la misma lleva varias bombas más pequeñas que al explotar, se desparraman en el terreno quedando activadas para detonar en caso de ser pisadas o tocadas). Hasta el día de hoy, no puedo encontrar explicación sobre como pudimos movernos sin tropezar con algunas de ellas.

Al día siguiente, luego de evacuar a los heridos, nos ordenaron replegar a un lugar que se encontraba a mitad de camino entre el aeropuerto y el poblado. Allí realizamos un análisis de la situación y a consecuencia de ello, el mayor Fernando Espiniella, quien se desempeñaba como jefe médico del Componente Sanitario de la Fuerza Aérea, solicitó un voluntario para cubrir el Puesto de Socorro del aeropuerto. De inmediato se presentó el capitán Jorge Fernández Reuter, a sabiendas de que esa zona era la más peligrosa porque era la que soportaba el mayor bombardeo naval y aéreo. El resto fuimos al hospital, que era un edificio de material y gozaba de ciertas comodidades como calefacción, por dar un ejemplo.

Confieso que si bien en el hospital contaba con los elementos para trabajar con agrado, yo no me encontraba a gusto, porque sentí la necesidad de estar con mi camarada y colega santiagueño, ya que habíamos iniciado juntos esta campaña y no quería dejarlo solo. Por esa causa, me presenté a mi jefe y le solicité volver al aeropuerto. Apenas me dieron la autorización, tomé una ambulancia y me dirigí a ese lugar.

Había que ver la cara de con una inmensa alegría de mi amigo y camarada cuando me vio ¡Qué hacés Gordo! me preguntó y de inmediato me pidió un cigarrillo y bueno… ahora estaba más tranquilo porque “si moríamos, lo haríamos acompañados”.

Estuvimos aproximadamente 15 días en ese lugar trabajando duramente, tanto en las tareas asistenciales, como en otras también importantes como ser la construcción de refugios que nos protegían del poder destructor de la onda expansiva y las esquirlas de las bombas. En general, se dormía poco y cuando se podía, ya que durante las noches soportábamos incesantes bombardeos navales y durante el día de la aviación enemiga.

Posteriormente, comenzamos a turnarnos con otros colegas en la atención de los pacientes en el hospital. En general, atendíamos a los heridos que se encontraban en terapia intensiva. También hacíamos el “triaje” cuando las bajas eran en masa. Recuerdo que estando allí siempre tenía la dicha de encontrarme con algún santiagueño, con quienes en los momentos libres, solía charlar e intercambiar información de lo que estaba ocurriendo en Malvinas pero también de las noticias que llegaban de nuestro pago querido.

Una de las penurias que más sufrí, fue cuando se inició el combate el primero de mayo, con mi querida esposa Beatriz, quien estaba embarazada esperando a nuestro segundo hijo. Pero el impacto que sufrió al ver las imágenes televisivas, la afectó de tal manera que perdió el embarazo. Me enteré luego de 7 días y a consecuencia de esta desgracia, el doctor Espiniella me preguntó si quería retornar y acompañar a mi señora en ese duro momento, a lo que contesté que no, que en mi hogar ya estaba todo controlado y que por mi profesión hacía más falta en las islas”.

Cuando regresé fui a ver la historia clínica, en el informe anatomopatológico decía que era de sexo masculino. Hoy tendría casi 28 años, pero Dios nos envió a Ana, que lleva como segundo nombre Soledad, en homenaje a la Isla. Los acontecimientos bélicos se fueron desenvolviendo como es de público conocimiento, pero sin el componente de ladesmalvinización. Hay miles de historias, anécdotas y reflexiones que se pueden contar y describir de la guerra, porque es dura y horrorosa y muestra las verdaderas facetas del ser humano en su configuración holística (cuerpo y alma).


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Pudimos paliar el dolor psíquico y físico de una inmensidad de connacionales con toda la voluntad y la vocación que podíamos. Es muy triste sentir la derrota. Queda un sabor amargo, incomparable, imborrable, “la bandera pesa mucho” como símbolo de la argentinidad. Es duro estar como prisionero, un sabor amargo invade el alma. Retornamos al continente con nuestros dolores, nuestros sentimientos. Había bajado casi 20 kilogramos de peso en ese empeño.

Debemos recordar a las islas y a la gesta con profundo respeto, convencimiento y fervor, porque si existe una propiedad, cuya pertenencia no debe discutirse, es el territorio de nuestras irredentas Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur.

Tal vez por haber caminado en sus costas, haber combatido al enemigo en ese húmedo suelo, haber recibido el calor de la turba malvinera, haber navegado por ese mar argentino, frío y virtuoso de riquezas, y haber volado en ese cielo celeste y blanco reflejo puro de mi bandera; me haga pedir y rogar a Dios que la llama de la argentinidad permanezca siempre presente en ese lugar y en la mente de todos los argentinos, y que pronto nuestras Malvinas estén con nosotros, porque siento que hay una tierra gaucha prisionera que quiere ser libre.

A mi entender, y a modo de reflexión, creo firmemente que lo más importante fue haber sido partícipe de esa noble gesta, entregarme totalmente a mi profesión sin evadir riesgos y el haber cumplido junto con un grupo de hombres, con el deber sagrado de todo argentino, el de defender su soberanía, siendo éste mi mayor orgullo.

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