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EL LIBERAL . Santiago

Juan Felipe Ibarra, el campeón de los gobernadores -segunda parte-

Juan Felipe Ibarra

Juan Felipe Ibarra.

16/05/2020 23:08 Santiago
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El relato histórico adolece, muchas veces, de cierta pasión insana por la polémica estéril, sobre todo por su extemporaneidad en las discusiones sobre el pasado. La toma de posiciones en el presente se traslada así a los eventos de la historia, sin respetar los métodos de la ciencia historiográfica. Sin duda, el respeto a los hechos tal como ocurrieron y la investigación de la totalidad de los hechos, en el marco de un determinado contexto político, social, cultural y económico, permiten la comprensión de nuestra historia, ayudándonos también a entender el presente, lo explica y no lo justifica, y sobre todo puede permitirnos enfrentar el futuro con el ejemplo de las virtudes de los protagonistas y así evitar repetir los errores del pasado.

La historia de Santiago del Estero también ha sido campo de batalla, en sentido literal y figurado, entre las distintas interpretaciones del pasado provincial, en general con la finalidad de consolidar la ubicación de los contendientes frente a los tiempos que se sucedieron. Desde la Constitución de 1853 hasta la medianía del siglo XX, la polémica entre “ibarristas” y “taboadistas” formó parte de la cotidianeidad del debate público en la “Madre de Ciudades”.

Con el tiempo, las aguas se fueron calmando, y es mi creencia que estamos en tiempos amables, donde podemos encontrar en el procerato santiagueño el cúmulo de virtudes patrióticas que hicieron grande la Argentina, aun descubriendo sus vicios. Con este espíritu de conciliación del pasado, mirando con amplitud el debate histórico, es que completamos hoy la biografía del fundador de la autonomía provincial y el más longevo gobernador de la historia argentina: don Juan Felipe Ibarra.

La guerra civil contra la Liga del Interior

El fin de la guerra contra el imperio del Brasil fue dramático para la República de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Una mala negociación de paz, sumada a la inoportuna sanción de la Constitución de 1826, sumió al país en el caos político y social. En 1827 se aniquiló la presidencia, se disolvió el congreso y desapareció el gobierno central hasta 1852. Santiago del Estero no fue ajeno a este clima de disolución, pero la acción de Ibarra, hombre que nunca vaciló en su convicción federal, evitó derramamiento de sangre por esos años. Todas sus decisiones buscaron la consolidación de la autonomía provincial.

La fugaz gobernación de Manuel Dorrego y su fusilamiento marcaron el inicio de la gran guerra civil argentina, que durará un cuarto de siglo y costará miles de vidas, miserias y tragedias en todos los rincones del país. El estupor de Ibarra por el crimen de su amigo fue superado por los acontecimientos. La oferta de concordia del general unitario José María Paz, gobernador de Córdoba y jefe de la Liga del Interior, fue aceptada por Ibarra a pesar del disenso partidario. Vale decir que Santiago del Estero se convirtió en el único territorio bajo autoridad federal cuando los unitarios lograron el dominio de todo el noroeste. Para cambiar el estado de cosas, en 1830, una invasión tucumano-salteña encabezada por los gobernadores José López y José I. de Gorriti, logró derrocar a Ibarra, quien huyó hacia Santa Fe, mientras su hermano Francisco intentó resistir en Loreto, siendo derrotado por el coronel Juan Balmaceda.

Su sucesor, Román Deheza, adhirió a la Liga Unitaria, dando comienzo un tiempo de inestabilidad en Santiago, que culminaría con el regreso del general mataraño al poder provincial. Ibarra participa como jefe de la caballería del ejército comandado por Juan Facundo Quiroga en la batalla final de esta etapa de la guerra civil. El 4 de noviembre de 1831, en la Ciudadela, cercana a San Miguel del Tucumán, los federales acabaron con el ejército unitario al mando de Gregorio Aráoz de Lamadrid. Tras el combate, don Juan Felipe regresa a su capital, y es nombrado gobernador el 16 de febrero de 1832, con el apoyo del gobernador porteño Juan Manuel de Rosas, aliado perpetuo de Ibarra durante los siguientes 20 años, pese a que nunca se conocieron personalmente. Ibarra intentó la convocatoria a una asamblea constituyente, pero el Restaurador resistió la propuesta.

La segunda gobernación de Ibarra

Ibarra impulsó la creación de escuelas, organizó el municipio de la capital y dictó un reglamento de policía. El 24 de setiembre de 1833 inauguró el templo capitalino de Nuestra Señora de La Merced. Todo parecía transcurrir con normalidad. Sin embargo, en 1834 Ibarra se hizo proclamar “gobernador vitalicio” y recibió las “facultades extraordinarias”, es decir la suma del poder público, para entonces disolver la Legislatura. Por esos días, Ibarra sostuvo una relación extramatrimonial con Cipriana Carol, quien dará a luz ese año a su único hijo: Absalón, que será criado por su tía Agueda, junto a los hijos de Taboada.

Eran tiempos de guerra entre Tucumán y Salta, a raíz de la revolución autonomista en Jujuy. Ibarra apoyó a los jujeños, pero la situación culminó con el dominio del gobernador tucumano Alejandro Heredia en todo el norte, luego del asesinato del salteño Pablo Latorre. Desde Buenos Aires llega con la intención de mediar el general Quiroga, a quien Ibarra detiene en su camino al norte, y le recomienda volver a la capital porteña por Santa Fe. Quiroga no escucha el consejo y termina asesinado en Barranca Yaco, kilómetros al norte de Córdoba, el 16 de febrero de 1835.

La invasión del ejército peruano-boliviano, al mando del mariscal Andrés Santa Cruz, a fines de 1837, en una guerra ocultada por el relato histórico argentino, encontrará a Ibarra en una actitud pasiva, debido a que el ejército de la Confederación Argentina era comandado por su adversario federal Heredia, el “Protector del Norte”. El intento de éste de ampliar su influencia a Catamarca, motivó a Ibarra a apoyar una revolución en su contra. Todo hacía suponer un conflicto directo entre ambos caudillos federales.

La guerra civil contra la Coalición del Norte

Todo cambiará con el asesinato de Heredia, en las cercanías de Lules el 12 de noviembre de 1838. Se produce un levantamiento unitario que culminará en la formación de la Liga del Interior que, salvo Cuyo y Santiago, abarcaba a las provincias ligadas por el general Paz ocho años antes. El derrocado santafesino Domingo Cullen llegó a Santiago del Estero exiliándose, y allí se convirtió en el gestor de un ejército unitario para invadir Córdoba, un intento fracasado que motivó a Rosas a pedir a Ibarra la detención de Cullen, quien fue enviado prisionero a Buenos Aires. Al cruzar el arroyo del Medio, Cullen fue fusilado el 21 de junio de 1839.

Ibarra aceptó el liderazgo de Rosas. En 1840, el porteño envió a su ejército para reprimir a sus enemigos, bajo el mando del general Lamadrid, quien cambió de bando al llegar a Tucumán. Fue entonces que los unitarios planearon un gran ataque contra Santiago. Ibarra armó un ejército de 2500 hombres, y volvió a su estrategia de tierra arrasada, que extremó cuando el 24 de setiembre de 1840 su hermano Francisco Antonio fue asesinado. Juan Felipe juró venganza. Durante tres días los federales perdieron el dominio en la “Madre de Ciudades”, pero a su regreso Ibarra actuó brutalmente contra los sublevados, ajusticiando a un centenar y encarcelando por largos años al resto.

El fin de la Liga del Interior, a fines de 1841, con las muertes violentas de gobernadores: el tucumano Marco Avellaneda, el riojano Tomás Brizuela y el catamarqueño José Cubas, además de Juan Lavalle, hizo que el gobierno de Ibarra transitara diez años de tranquilidad y molicie. Nada ocurría. Ni violencia política, ni guerras contra las provincias vecinas, sólo algún episodio en la frontera india del Chaco. Pero tampoco hubo signos de progreso económico, social o cultural. Santiago se sumergió en una larga “siesta” esperando el final del gobierno de Ibarra, que sólo iba a llegar con el final del protagonista.

Muerte, sepultura y homenajes

El más duradero gobernador argentino fallece el 15 de julio de 1851, luego de 31 años en el cargo. Sólo se aproxima el entrerriano Justo José de Urquiza, que gobernó durante 24 años. El ilustre fue velado en la iglesia de la Merced, que había mandado construir. Fue sepultado en un monumento personal. Su testamento contiene un texto curioso: “Declaro que no tengo herederos forzosos, ni ascendientes, ni descendientes, instituyo, nombro y declaro por legítima heredera a mi alma de todos mis bienes muebles e inmuebles”. Poco tiempo después, su amigo Rosas fue derrotado en la batalla de Caseros, y los bienes de Ibarra confiscados, lo que impidió a su alma disponer de ellos. Su esposa Ventura tuvo que huir de Santiago en esos tiempos.

La historiografía liberal dedicó afanes y ahíncos a ocultar la figura de los caudillos, y sobre todo a Ibarra. Sin embargo, su largo gobierno y su papel como fundador de la autonomía santiagueña lo fue ubicando en el lugar que le corresponde en la historia nacional y provincial. El sistema de caudillos fue una forma de gobierno que dio estabilidad a las autonomías provinciales, pero también mostró su insuficiencia para constituir el país.

Santiago del Estero reconoció a Ibarra dando su nombre al departamento donde había nacido, así como diversos monumentos lo recuerdan en toda la provincia y su estampa ilustra todo texto de historia argentina. El moderno complejo edilicio del gobierno provincial en el centro de la capital provincial se llama “Juan Felipe Ibarra”

La discordia en torno de su figura ha sido superada por el paso de los años. Todas las opiniones son válidas, pero no pueden modificar ni a los protagonistas ni a las circunstancias. Lo que nadie debe dudar es que hoy Juan Felipe Ibarra merece figurar entre los grandes legendarios santiagueños.

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