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LA GUERRA GAUCHA El bastión del Norte en la guerra de la Independencia (3ª parte)

- 01:48 Santiago

POR EDUARDO LAZZARI

HISTORIADOR

 

E l legendario “Ejército del Norte” es el protagonista de las campañas más impresionantes de la guerra de la Independencia. El enorme escenario donde se desarrollaron las batallas, los combates y las escaramuzas abarca un millón de kilómetros cuadrados: desde Santiago del Estero hasta Cochabamba y desde San Salvador de Jujuy hasta Santa Cruz de la Sierra. Esos territorios fueron testigos y protagonistas, junto a los pueblos, de la más larga extensión de la guerra revolucionaria en el siglo XIX en todo el continente. Durante diez años se jugó allí el destino de la América hispana. Es por eso que el nombre de esta gloriosa organización militar se mantuvo vigente hasta hoy.

El siglo XX, testigo de la modernización del Ejército Argentino de la mano del general Pablo Ricchieri, verá nacer en 1905 la IV Región militar con sede en Córdoba, a la que se consideró heredera del antiguo Ejército Expedicionario al Alto Perú, y desde entonces todas las guarniciones militares del Gran Norte tienen su comando general en la “Docta” y son conocidas como brigadas y regimientos del “Ejército del Norte”, nombre de la actual 2a División. Incluso esos cuarteles están bautizados como “General Belgrano”, “General Ortiz de Ocampo” o “General Güemes”, en memoria de los antiguos comandantes.

El entusiasmo de las tropas y de los revolucionarios por las victorias de Tucumán y Salta iba a encontrar sus límites en 1813, cuando el Ejército penetró en el Alto Perú. De ese tiempo de la historia nos ocuparemos hoy.

 

Las derrotas de la Segunda Campaña

El general Manuel Belgrano y su ejército avanzaron sobre el territorio abandonado por el enemigo y el 21 de junio de 1813 tomaron la Villa Imperial del Potosí. Vale destacar un aspecto de la personalidad del jefe: su estoicismo. Belgrano padecía paludismo y sin embargo se sobrepuso al mal y siguió a cargo de la campaña. En el bando realista se había producido el cambio del comandante, ya que el Ejército Real del Perú dejó de ser mandado por el arequipeño José Goyeneche y fue reemplazado por el peninsular de Huesca Joaquín de la Pezuela, que había sido muy eficaz en el combate a las “republiquetas” en el Alto Perú.

Belgrano logra la incorporación de un ejército proveniente de Cochabamba, al mando del coronel Cornelio Zelaya y varios contingentes de indios altoperuanos conducidos por el coronel Baltasar Cárdenas. Con estos refuerzos las tropas llegaron a cuatro mil hombres, que en septiembre se pusieron en marcha rumbo a Oruro y Belgrano estableció el campamento general en las pampas de Vilcapugio. Al mismo tiempo, Pezuela operaba al oeste del Camino Real para posicionarse en las orillas del lago de Popoó. Una escaramuza fue fundamental para el desarrollo de las operaciones: el salteño Saturnino Castro que era el jefe de la vanguardia realista, logró interceptar las órdenes secretas de Belgrano que estaban en poder de un destacamento a cargo de Cárdenas.

 

La batalla de Vilcapugio

A pesar del estado de desmoralización de las tropas de Pezuela, que prácticamente lo obligaban a una estrategia defensiva, este gran jefe militar decidió un golpe de mano adelantando un ataque contra el grueso del ejército libertador. Así fue que el 1 de octubre de 1813 el grueso de las fuerzas realistas cayó por sorpresa sobre el Ejército del Norte. La cantidad de efectivos estaba equilibrada entre los dos bandos. Si bien el combate comenzó con el retroceso de la vanguardia española, el desorden provocado por la sorpresa hizo posible su reorganización debido a las dificultades de Belgrano para reagrupar a sus fuerzas, lo que confirmó que el desorden militar no pudo ser compensado con el entusiasmo revolucionario. Nunca está de más reconocer la participación de los civiles milicianos que acompañaron la gesta libertadora.

Sobre la noche Belgrano decidió la retirada, dejando en el campo de batalla 600 muertos y 1000 heridos, bajas que cuadruplicaban a las del enemigo, además de la pérdida del parque de artillería y unos 400 fusiles. En el parte de batalla, y como una muestra más de honorabilidad de Belgrano, el jefe consigna que si el castigado Dorrego hubiera encabezado el batallón de Cazadores, la suerte patriota habría sido otra.

Una parte del ejército se retiró a la Villa Imperial y el resto de las tropas avanzó hacia Macha, donde acampó a mediados de octubre. Por entonces estaban bajo control insurgente Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, además de Chuquisaca, que era presidida por el general Francisco Ortiz de Ocampo. Mientras tanto, el Ejército Real del Perú se había replegado a las orillas del Popoó para reaprovisionarse.

 

El intento de voladura de la Casa de Moneda. La retirada

El general Belgrano asume la total responsabilidad de la derrota, y al llegar a Potosí toma decisiones extremas: la retirada hasta Salta y la voladura de la Ceca, la fábrica de moneda imperial. Ya puestos los barriles de pólvora en posición y faltando sólo encender las mechas, el oficial a cargo se pasó al bando realista una vez que el Ejército del Norte abandonó la ciudad, y no cumplió su cometido. Cuando Belgrano envió a otros hombres a cumplir la orden, ya la gente de Potosí, alertada sobre el daño posible a la ciudad impidió el retorno de los revolucionarios.

El repliegue del Ejército hacia el sur fue dramático. Belgrano llega a fines de diciembre con menos de mil hombres a San Salvador de Jujuy. El 29 de enero de 1814 se produce el encuentro de los dos gigantes: Manuel Belgrano y José de San Martín en la Posta de Yatasto. Allí se conocieron y sería la única vez que se verían en la vida. Al día siguiente el correntino asume el mando del desfalleciente Ejército del Norte. Existe un debate acerca del lugar y de la fecha de este encuentro, ya que gracias a la investigación del ilustre historiador santiagueño Alfredo Gárgano hacia 1950, se ubica este encuentro dos semanas antes en la posta de Algarrobos, ubicada unas leguas al norte y más cerca del río Juramento y la falta de documentación impide ser categórico al respecto.

 

La victoria de La Florida

Cuando se esperaba un ataque frontal del ejército realista sobre Salta y Córdoba, una batalla poco reconocida cambia el panorama desolador. El gobernador rebelde de Cochabamba, coronel Juan Álvarez de Arenales, abandona la ciudad con sus tropas el 29 de noviembre de 1813 rumbo a Santa Cruz de la Sierra para unirse a Ignacio Warnes. Arenales acampó en La Florida, y con los llegados de oriente se reúnen unos ochocientos soldados. Tiempo después, Pezuela le ordenó a una vanguardia de su ejército avanzar sobre los replegados, bajo el comando del coronel José Joaquín Blanco.

El 25 de mayo de 1814, a cuatro años de la Revolución, se enfrentan los dos contingentes concluyendo la jornada con la victoria patriota. Una curiosidad de esta batalla fue el enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre los dos comandantes: Blanco y Warnes, que se arremetieron furiosamente a sablazos montados en sus caballos. Finalmente, el jefe insurgente acabó con la vida del realista. La muerte de Blanco provocó la retirada caótica de sus hombres.

La importancia histórica de esta batalla está dada por la alteración de la estrategia de Pezuela, quien resignó su idea de entrar en el Tucumán para terminar atacando Buenos Aires, un plan que nunca pudo concretar. La consolidación de los territorios en manos de la insurgencia se iba convirtiendo en algo eterno. La Florida significó las palmas de general para Arenales, pero la omisión que hace del heroísmo de Warnes en el parte de la batalla iba a causar una enemistad que no sería buena para los propósitos patriotas.

Eran los prolegómenos de la tercera campaña del Ejército del Norte, historia que transitaremos, si Dios quiere, el próximo domingo, en las páginas de EL LIBERAL. 

La batalla de Ayohuma

El 29 de octubre el general Pezuela pone en marcha a sus tropas en persecución de los revolucionarios, llegando hasta la meseta que rodea las pampas de Ayohuma en los albores del 12 de noviembre. Mientras tanto, en Macha Belgrano convoca a una reunión de estado mayor y sus oficiales discuten acaloradamente el curso de acción. No hay acuerdo entre ellos, pero la mayoría sostiene una posición conservadora, consistente en retroceder a Potosí, a unos 150 kilómetros al sur, en espera de los refuerzos prometidos desde Salta, pero finalmente el comandante impone su opinión para cumplir con las órdenes llegadas desde Buenos Aires, y decide salir al encuentro del enemigo. La frase de Belgrano en esa ocasión es contundente: “Yo respondo a la Nación con mi cabeza del éxito en la batalla”.

A buena marcha el Ejército del Norte avanzó sobre Ayohuma arribando en la madrugada del 14 de noviembre de 1814. Fue una batalla muy cruenta, donde se destaca la diferente composición de las tropas: los realistas duplicaban en infantería a los hombres de Belgrano, pero a la inversa, los jinetes revolucionarios eran el doble de los dirigidos por Pezuela. La gran ventaja enemiga estaba dada por la artillería: 18 cañones sobre 8. El hecho de que el ejército realista cargó desde los altos que rodeaban el campo ocupado por Belgrano produjo una gran dispersión de los revolucionarios, que por la tarde culminó con la orden del jefe patriota de retroceder hacia Potosí.

Durante la batalla, unas mujeres se convirtieron en auxiliadoras de los heridos, además de combatir al enemigo, y la historia las convirtió en “las niñas de Ayohuma”. Vale destacar que uno de los altos oficiales que participó de la batalla, Juan José Viamonte, años después iba a ser elegido diputado a la Legislatura de Buenos Aires, e iba a encontrarse con una de estas mujeres, María Remedios del Valle, que mientras mendigaba en las calles porteñas fue reconocida al grito de: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”.


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