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EL LIBERAL . Santiago

LAS INVASIONES BRITÁNICAS DE 1806 Y 1807

15/08/2021 00:14 Santiago
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LAS INVASIONES BRITÁNICAS DE 1806 Y 1807 LAS INVASIONES BRITÁNICAS DE 1806 Y 1807

L a historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia” es un aserto de gran popularidad que resulta simpático, aunque puede ser rebatido. Los siglos han mostrado como la humanidad ha ido resolviendo sus disputas con distinto grado de violencia, y las guerras, con sus batallas y combates, ocupan gran espacio en el relato histórico. El presente nos muestra un alentador panorama al verificarse una enorme disminución de muertes en conflictos armados entre naciones, aunque resta mucho por hacer para que el mundo sea el ámbito de convivencia, cordialidad y fraternidad al que aspiran todos los hombres. La historiografía como ciencia social ha avanzado mucho en los estándares de respeto a las fuentes, los documentos y por encima de todo, a los hechos y su contextualización.

Vale la frase de que “los hechos son sagrados, y todos los hechos”. A esto se suma la obligación de quienes ejercemos el oficio de historiador de evitar la tentación de imaginar qué hubiera pasado si tal o cual evento no hubiera ocurrido, o lo contrario: la historia terminaría convertida en una ficción bien ambientada, pero perdería totalmente su rigor científico.

Las invasiones británicas de 1806 y 1807 son aún un extraordinario campo de experimentación ya que esperan su revisión y estudio muchos documentos en archivos de Gran Bretaña, España y Argentina, que podrían brindar nuevas miradas sobre los hechos. Y es importante decir que todas las potencias involucradas han escrito sus versiones sobre lo acontecido: los británicos analizan las dos derrotas en lo que llaman “las batallas de Buenos Aires” y sus consecuencias para los objetivos imperiales, y para los argentinos es un buen ejercicio ubicar en su justa medida la actuación de los invasores, conociendo su vida muchas veces reducida a la actuación en el río de la Plata.

Con este espíritu, abordaremos hoy la biografía de los dos jefes británicos, uno cuya vida siguió como si nada hubiera ocurrido y el otro que fue objeto de escarnio el resto de su existencia.

William Carr Beresford: el gobernador de Buenos Aires Hijo natural del marqués de Whiteford, este irlandés nació el 2 de octubre de 1768 y a los 17 años se alistó en el ejército inglés. Los acontecimientos de finales del siglo XVIII hicieron que Beresford estableciera relación con los españoles, ya que participó de la campaña de defensa de Tolón en 1793, fruto de la alianza anglo-hispana contra Francia, y luego fue expedicionario a Egipto en 1801, a la India en 1802 y 1803. De estos años, vale destacar que durante una partida de caza perdió un ojo y que hablaba fluidamente varios idiomas, lo que lo ayudó en su carrera militar, llegando a brigadier a sus 35 años.

En 1805 es comandante de una brigada en la expedición al Cabo de Buena Esperanza, bajo el mando del general David Baird en la flota del almirante Home Riggs Popham. Desde áfrica y a la cabeza de unos 2.000 hombres, Beresford llegó al río de la Plata en junio de 1806 y desembarcó el 25 en las costas de Quilmes, tomando Buenos  Aires al día siguiente debido al retiro del virrey Rafael de Sobremonte rumbo a Córdoba, sin dejar órdenes de defensa.

Beresfordasumió el mando civil como Gobernador de Buenos Aires y sus primeras medidas fueron respetar la propiedad privada, aceptar la práctica de la religión católica, disponer el libre comercio absoluto, todo bajo la condición del juramento de fidelidad de los porteños al rey Jorge III de Gran Bretaña. Desde ese día y durante un mes y medio flameó la “Union Jack” (la bandera del Reino Unido) en la capital virreinal.

Los invasores se hicieron de los fondos reales, que fueron depositados en la Torre de Londres en medio de un gran desfile militar, donde aún hoy permanecen. La debilidad de la fuerza invasora era notoria, dando lugar a distintas acciones para expulsarlos, destacándose Santiago de Liniers, Martín de álzaga y Juan Martín de Pueyrredón. Luego de ser intimado por Liniers el 10 de agosto, Beresford organizó su defensa dentro de la ciudad, pero dos días después no tuvo más remedio que rendirse. En dos gestos caballerescos que fueron motivo de agrias disputas, Liniers no aceptó el sable del irlandés y lo agasajó con un banquete. Fue encarcelado en el cabildo de Luján luego de jurar no levantar nunca más las armas contra España, algo que cumplió.

Al conocer el ataque del general Auchmuty a Montevideo Liniers envió a Beresford rumbo a Catamarca, pero Saturnino Rodríguez Peña, un doble agente, se hizo del prisionero asegurando portar una orden verbal del virrey, lo trasladó hasta Montevideo, donde quedó libre. Asesoró al general John Whitelocke sobre las condiciones de la ciudad porteña, partió hacia Europa y en el mar se cruzó con una escuadra británica que pasó a comandar y se dirigió a las islas portuguesas de Madeira, tomándolas el 27 de diciembre de 1807. En Gran Bretaña presentó un informe sobre su accionar en el río de la Plata, que sirvió para disipar su responsabilidad en la derrota.

La relación establecida en la India con Arthur Wellesley, duque de Wellington, verdugo de Napoléon, le permite a Beresford avanzar en su carrera. En 1808 es instructor del ejército portugués en Lisboa. Asciende a mariscal de campo y el 16 de mayo de 1811, en las afueras de Badajoz, es el comandante aliado en una de las batallas más sangrientas de la guerra: La Albuera, donde mueren más de 10.000 hombres.

El dato curioso es que el irlandés tuvo entre sus oficiales al teniente coronel José de San Martín, quien al poco tiempo pediría su baja del ejército español y sería el Libertador de medio continente sudamericano.

Terminadas las guerras napoleónicas vuelve a Portugal, lo mandan al Brasil y es testigo de su independencia. En 1821 regresa a Londres y apoya a Wellington, quien se convierte en primer ministro en 1828 y lo nombra ministro de Ordenanza. En 1830 se retira del Parlamento y ya entonces lucía los títulos:británico de lord Beresford de la Albuera, portugués de conde de Trancora y español de marqués de Campomayor. Fue el último gobernador de Jersey hasta su muerte el 8 de enero de 1854, a la avanzada edad de 85 años y fue enterrado en la iglesia de Cristo en Kilndown, a quince leguas de Londres. l


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