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EL LIBERAL . Santiago

Banquinas: el encanto de mirar al costado

24/10/2021 00:03 Santiago
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Banquinas: el encanto de mirar al costado Banquinas: el encanto de mirar al costado

“Parecen los jardines colgantes de Babilonia”, les dije a mis hijas de 6 y 4, como si entendieran de qué les estaba hablando. Frenamos al costado del camino. Otra vez. En noviembre siempre paramos de más porque las banquinas explotan de flores. Justo al lado del vado está este jardín colgante de petunias silvestres que nacieron después de la última lluvia. Me gustan los ramos rosas y quiero armar uno para casa. Más adelante se ven las manzanillas. Además de verse, ahora se huelen. Esas son nuestras favoritas. A veces las arrancamos de raíz y tratamos de trasplantarlas en alguna maceta, pero no hay caso: nunca crecen mejor que en las banquinas. Otras, llevamos una tijera y las guardamos en una caja vieja que le entra aire, para secarlas. Aprendí que si la dejo así, un tiempo después las puedo usar para hacer infusiones. Y también se los enseñé a ellas.

No me acuerdo desde cuándo me gustan las banquinas de los caminos. Me llaman la atención desde siempre. Quizás por haber sido, durante muchos años, acompañante en los autos y no haber tenido que poner la mirada sobre el camino. De más grande, además, empecé a viajar en moto con mi novio de ese momento (mi marido actual). él manejaba y yo iba atrás con la cámara de fotos colgada en el cuello y la mirada para todos los costados. Lo lindo de aquellos viajes, donde las banquinas también eran protagonistas, era que además de ver cosas, se olía todo lo que pasaba al costado de la ruta.

Un mundo diverso

Lo cierto es que en las banquinas pasa de todo. Lo cierto, también, es que hay que saber mirarlas. Más allá de la belleza genuina de los bordes del camino, estos espacios que solucionan algunas “paradas” en la ruta para arreglar un neumático, que pueden ser lugares de descanso para los conductores y de “escalas técnicas” para los viajantes, también son un reservorio de vida natural. En un estudio realizado en 2013 por la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, la licenciada en Ciencias Biológicas, Cecilia Ramírez, explicó que “muchos de estos espacios conservan pajonales altos de muchísima importancia, como sitios hábitat y refugio para la fauna nativa, por lo que están siendo revalorizados actualmente como corredores rurales biológicos”.

“Las banquinas son una gran fuente de curiosidad. No solo las de la ruta, sino también las veredas de la calle, lo que crece entre las fisuras del cemento, en los canteros a los costados. Porque ese es el mundo de las plantas silvestres, que son las que me apasionan y donde la sorpresa es constante e infinita”, reflexiona Fabiana Fondevila, escritora, periodista e investigadora de las tradiciones de la sabiduría. Su libro Donde vive el asombro (Grijalbo) tiene que ver con esta misma idea de salir del camino pautado, de mirar a los costados, de descubrir aquellos mundos que crecen fuera de la ruta que nos dicen que hay que seguir.

Pero, ¿qué pasa cuando salimos de ahí? ¿Por qué decidimos buscar en un costado lo que la autopista de la vida no nos estaría brindando? “La banquina es un reflejo de la vida misma, que es un constante devenir hacia la sorpresa para cualquiera que esté prestando atención: nada es predecible, nada es lineal. Y si uno se permite no solamente aceptar esta cualidad de la incertidumbre y del cambio constante y de lo impredecible, sino hasta disfrutarlo, la vida se vuelve una aventura muy interesante”, agrega Fabiana, quien también se declara una herbalista autodidacta y fanática de encontrar grietas en los caminos donde crecen plantas “fuera de lugar”. Y yo agrego que es en esa misma situación de sorpresa, la de encontrar una flor única, por ejemplo, en un lugar insospechado, donde también se despliega el lado más genuino de la naturaleza.

Más allá de esta bella metáfora de la banquina como reflejo de la vida, lo cierto es que hay investigadores del Conicet y del Inta que han puesto sus ojos en estos lugares debido a su gran riqueza biológica. Es que son zonas que albergan en sí mismas insectos beneficiosos para el hombre y sus floraciones son fuentes de polen y néctar, necesarios para su desarrollo. “La idea es proteger las banquinas, ya que son corredores biológicos que tienen muchísima utilidad. El tema de su limpieza es otro problema, porque es necesario despejar espacios por la seguridad de los automovilistas. Sin embargo, se puede dejar la mitad de los lugares con crecimiento natural”, explicó César Salto, docente e investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias (FHUC) de la Universidad Nacional del Litoral y del Inta Rafaela, en un trabajo realizado para la UNL.

La curiosidad como faro

Cuando intento entender mi propia fascinación con las banquinas, me acuerdo de una charla con mi hija mayor hace unos años, cuando le contaba que iba a plantar unas rosas en casa y me dijo que no le gustaban. “¿Por qué no? Si dan rico olor”, intenté convencerla. “Porque son demasiado perfectas, mamá”, me respondió. Me dejó callada. En vez, cuando caminábamos por la calle, no dejaba de señalarme las flores que habían nacido en las grietas de techos abandonados y me obligaba a frenar en el camino para juntar retamas que algún pájaro ladrón había dejado en el borde, o me pedía que le cortara las margaritas que había visto en tal o cual esquina de la ruta.

Las banquinas, pienso, tienen que ver con lo genuino. Con lo que crece donde tiene que crecer. Con la resiliencia, también, de luchar contra climas adversos y contra una naturaleza salvaje que no siempre da tregua. Por eso me fascinan. Por eso les fascinan a ellas también. “Cuando uno empieza a mirar con curiosidad, lo más cotidiano y lo más banal se vuelve muy convocante. Me parece que la banquina, es una manera de mirar lo que no está directamente enfrente de nuestras narices ni en la lista de las cosas que hay que hacer o de lo que uno se propuso. Tienen que ver con estar disponible para lo que puede surgir inesperadamente”, reflexiona la autora de “Donde vive el asombro” durante nuestro breve intercambio sobre los caminos que van al costado de rutas marcadas. Esos a los que no siempre estamos atentos y que muchas veces nos podrían rescatar de la modorra de un Google Maps bien exacto.

Los primos hermanos de las banquinas

Por Fabiana Fondevila.

Los cruces de caminos tienen un lugar especial en el ámbito mágico y espiritual porque son las zonas donde se produce lo inesperado: los encuentros entre opuestos, los desvíos. En la tradición pagana muchas veces se dejaban ofrendas en estos cruces, o se plantaban semillas u objetos sagrados, en este lugar simbólico del encuentro entre los mundos.

En el panteón griego, Hécate, la diosa de los cruces de caminos, vinculaba al Olimpo con el submundo. El cruce de caminos representa lo liminal, lo que está “entre” un espacio y otro. Es el espacio de las crisis, las transiciones, las decisiones, y por lo tanto, de cierto sufrimiento. Pero a la vez son espacios potentes para el crecimiento espiritual, y por eso se han hecho tantos rituales en estas encrucijadas. Creo que las banquinas son algo así como “parientes” de los cruces. Ellas también tienen mucho de esta liminalidad, de lo que está entre una cosa y otra”.


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