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EL LIBERAL . Santiago

APOSTILLAS DE LA INDEPENDENCIA

10/07/2022 04:49 Santiago
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APOSTILLAS DE LA INDEPENDENCIA APOSTILLAS DE LA INDEPENDENCIA

 La Independencia Argentina jurada en San Miguel del Tucumán el 9 de julio de 1816 es uno de los tres acontecimientos magnos de la historia, junto con el 25 de mayo de 1810, inicio de la Revolución, y el 1° de mayo de 1853, sanción de la Constitución Federal. Pero sin duda el 9 de julio es el de mayor trascendencia continental, ya que ese día glorioso “los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protextando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli, y toda otra dominación extranjera”. Este es el texto liminar que da existencia a la Patria. Hay que aclarar que esos hombres de julio no se limitaron al Río de la Plata: pensaron en toda la América del Sur.

 Una paradoja documental es que las actas de las sesiones públicas del Congreso General Constituyente de 1816 se han extraviado, pero no así las de las sesiones secretas, y el mayor documento sobre lo tratado cada día en esa magna asamblea ha llegado al presente gracias an periódico llamado “El Redactor del Congreso Nacional”.

“El Redactor del Congreso Nacional”

“Una sucesión continua de ocurrencias, que siguen el curso de las desgracias, y repetidos contrastes, ocupa sin cesar la atención del Soberano Congreso. Pero ellas le van conduciendo a profundas meditaciones, y al acuerdo de medidas importantes, que al fin darán por fruto la grande obra de una constitución sabia y política que será la base del colosal edificio de un Estado libre e independiente, tal cual esperamos sea algún día el de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Esta lisonjera esperanza se apoya en las mismas dificultades de la empresa. Tropezamos a cada paso en escollos, que se multiplican a la par de los esfuerzos. Pero ellos dan un nuevo empuje a la causa, a esta sagrada causa, que ha nacido en los brazos del peligro, rodeada de riesgos y zozobras, sin que éstas ni aquellos hayan podido paralizar sus creces Solo lo arduo y difícil es el objeto de una esperanza firme”.

Este formidable texto, que testimoniala dramática circunstancia en la que comenzaron las reuniones es el inicio del N° 3 de “El Redactor del Congreso Nacional” publicado el 25 de junio de 1816, con la extraordinaria pluma de fray Cayetano Rodríguez, diputado por Buenos Aires, quien llevó adelante la epopeya de eternizar los sagrados acontecimientos que comenzaron el 24 de marzo de 1816 y se prolongaron hasta el 16 de enero del año siguiente en el norte, y que desde el 12 de mayo de 1817 hasta  el 11 de febrero de 1820 tuvieron lugar en el antiguo edificio del Consulado de la capital del naciente estado, Buenos Aires.

   Vale aclarar que uno de los diputados incorporado posteriormente,  Vicente López y Planes, gran personaje a quien sólo se lo recuerda como autor del Himno Nacional, tuvo a su cargo la escritura de “El Redactor” una vez que Rodríguez dejó esa responsabilidad, y eso afectó el carácter testimonial que tenía el periódico, ya que dejó de plasmarse en los textos el ambiente y el espíritu que animaba a los congresales que declararon la Independencia, dando marco jurídico a la Revolución del 25 de mayo de 1810, además de tratar los más variados temas, desde la continuación de la guerra contra España, tanto como la formación de la hacienda estatal y la aprobación de la Bandera Nacional, de tres franjas horizontales, dos celestes y una blanca, dando valor perpetuo a la creación de Manuel Belgrano.

  En el N° 9 de “El Redactor del Congreso”, publicado en el cuarto aniversario de la batalla de Tucumán, puede leerse el relato de la jornada gloriosa del 9 de julio de 1816: “Este fue el día memorable destinado por la providencia para romper las cadenas que vergonzosamente nos ligaban al carro de la despótica dominación europea. Queda expuesto… el modo con que se expidió el Soberano Congreso en la declaración auténtica 

de la independencia política de esta parte de la América del Sud, y las circunstancias gloriosas que se agolparon para llevar al cabo esta resolución, que esperaban con ansias los pueblos de las Provincias Unidas. No puede recordarse un momento este extraordinario suceso sin que se apoderen del corazón las más dulces emociones de ternura y de gozo. Desde este día los hombres, libres ya de los grillos y cadenas que abrumaban su cuerpo y aun su espíritu, sorprendidos con la extrañeza de su nuevo estado se preguntan mutuamente como para asegurarse de su dicha: ¿con qué es verdad que somos libres?.. Si tiempos atrás algún sabio, preciado de político, hubiera anunciado posible este raro acontecimiento, habría sido escuchado como un fabulista aventurero, o un soñador antojadizo…Americanos; no perdamos por nuestra discordias esta preciosa joya qué nos vino de lo alto”.

Quiero comentarles, queridos amigos lectores de “El Liberal, que hoy he exagerado un poco en el uso de los textos históricos por su contundencia, su claridad y sobre todo por el valor que significa compartir el espíritu que destila su lectura. 

Los festejos dela Independencia

 Al día siguiente de la lectura por Juan José Passo, secretario perpetuo del Congreso, del Acta de la Independencia, redactada en castellano, quechua y aymara por José Mariano Serrano, Pedro Medrano y Cayetano Rodríguez, y su aclamación por los diputados presentes, la “Cuna de la Independencia” se vistió de fiesta para celebrar el acontecimiento. Por la mañana, y con la presencia del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, se celebró una misa de acción de gracias en la iglesia de San Francisco, y pasado el almuerzo servido con toda la pompa posible en la humilde ciudad del Tucumán, a la una de la tarde volvieron los diputados a reunirse.

 Durante varios días, se celebraron bailes en las casonas más distinguidas de la ciudad y entre las decisiones que se tomaron en las sesiones ordinarias, se estableció pintar las puertas de la construcción donde se sesionaba con pintura azul celeste para que se representaran en la fachada de la que sería la Casa Histórica de la Independencia los colores patrios. Merece recordarse que la treintena de diputados debieron afincarse en celdas de conventos aquellos frailes cuya orden tenía casa en San Miguel, los curas en la casa de la iglesia matriz, derruida por entonces, y los civiles fueron invitados a vivir en habitaciones de las casas más importantes de la ciudad.

La Casona de doña Francisca Bazán de Laguna

El arribo a la Casa Histórica de la Independencia, un santuario visitado por miles de argentinos cada año, genera la sensación de enfrentar una “casita”, tal como la llamábamos en la escuela hace algunas décadas. Suelen los tucumanos responder con humor cuando los provincianos de otros lares preguntamos donde queda la Casa de Tucumán. La respuesta siempre es: “Aquí todas las casas son de Tucumán”, pero luego gentilmente señalan el camino hacia ella.

Cuando a inicios de 1816 hubo de buscarse un recinto para las sesiones ningún lugar público, por ejemplo el Cabildo, o religioso como los conventos, estaba en condiciones de albergar una reunión de 35 personas, que eran los diputados que se suponían iban a ser elegidos por los pueblos de las provincias. Fue así que se decidió alquilar la casona de Francisca Bazán de Laguna, herencia de su padre Diego, quien la había construido hacia 1760 y era una de las más importantes de la ciudad. Se le solicitó permiso a doña Francisca para derrumbar una pared con el fin de unir dos salas y conformar lo que ha pasado a la historia como la Sala de la Independencia. El escritorio y algunos de los sillones usados en esas reuniones se encuentran cobijados en el templo de San Francisco, en la esquina de la plaza central.

Durante años los niños pintaron la casa de amarillo y las puertas de verde, pero la investigación arqueológica permitió conocer que la fachada era blanca de cal y las aberturas, al tiempo de la Independencia, fueron pintadas de azul como ahora lucen. Sin embargo, no hay que olvidar que la casona tuvo un destino de olvido y se fue derruyendo a lo largo del siglo XIX, usada como correo, quedando sólo una foto como testimonio de la antigua apariencia realizada por AngeloPignanelli en 1868. Finalmente la casona fue demolida en 1903, quedando sólo en pie la Sala liminar, que fue cubierta por un templete 

protector. Enrique Udaondo, quien sería luego director del Museo de Luján, compró en un remate las puertas originales de la casa.

En 1941 dos ilustres argentinos, el historiador Ricardo Levene y el arquitecto Mario Buschiazzo, decidieron encarar la reconstrucción de la casa y las obras se realizaron con gran apego a los métodos constructivos coloniales, inaugurándose el 24 de septiembre de 1943. Como curiosidad, las puertas originales que se encontraban en Luján fueron devueltas a la Casa Histórica en la década del 2000 por gestión de un patriota contemporáneo, el arquitecto Roberto Grin, y pudo demostrarse la excelencia del trabajo de Buschiazzo, ya que las puertas que se confeccionaron en 1943 eran exactamente iguales a las talladas en 1760.

Si bien hoy es el día siguiente, vale la pena repetir “Feliz día de la Patria”. Y como nos comprometimos el pasado domingo, retomaremos los lugares de los presidentes argentinos, si Dios quiere, en la próxima edición dominical de “El Liberal”.


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