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EL LIBERAL . Santiago

Los antiguos hoteles argentinos

06/02/2021 23:14 Santiago
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Los antiguos hoteles argentinos Los antiguos hoteles argentinos

El turismo tuvo un impulso en la Argentina de la mano de la Generación del’80. La idea de convertir al país en un rincón europeo para las elites dominantes, con la aspiración del “derrame” sobre las clases obreras y los nuevos inmigrantes, fue el eje motivador de esos años que van entre 1880 y 1930. La imitación de los estilos de vida y los modos culturales, sobre todo el francés y el inglés, tuvo una gran influencia en la arquitectura y en las costumbres.

Los grandes hoteles, cuya historia ya comenzamos a recorrer, va a encontrar en el complejo gigantesco de Sierra de la Ventana el ejemplo más acabado del turismo del ‘900. Una empresa que, sin quererlo, es una metáfora de la sociedad.

Los invito a recorrer con la imaginación el Club Hotel, que fuera llamado “la maravilla del siglo”.

El Club Hotel Sierra de la Ventana A principios del siglo XX, Félix Muñoz, médico especialista en enfermedades respiratorias, se dedica a encontrar un sitio curativo para sus pacientes. Así llega a la Sierra de la Ventana, en el sudoeste de Buenos Aires y encontró lo que buscaba. A 550 metros sobre el nivel del mar, una gran vega era el espacio ideal para construir un hospital que soñó como “un centro sanitario que sea la expresión del progreso”.

Recurrió a sus amigos y Manuel Lainez, recordado por la ley de 1905, convenció al Ferrocarril del Sud para la instalación de una estación cerca del hospicio previsto. Así en 1903 se habilitó “Sauce Viejo”, hoy “Sierra de la Ventana”, en el ramal a Bahía Blanca.

El entusiasmo del FCS aumentó, pero no para un hospital sino para un ambicioso emprendimiento hotelero, cuyo proyecto fue encargado a dos arquitectos: el suizo Jacques Dunant y el francés Gastón Mallet, que tomaron como modelo la Casa de Moneda de Londres. Las obras comenzaron en 1904 y los cimientos fueron construidos en piedra, las estructuras en hierro y los techos en madera. La administración quedó desde 1909 en manos de la Compañía de Tierras y Hoteles de Sierra de la Ventana.

El hotel contaba con un gran hall de recepción y galerías solárium, el comedor en estilo Luis XVI, un jardín de invierno y un salón de fiestas en la planta baja. El 1° piso poseía un salón de juegos y tres salas de casino, con bar. Tenía 173 habitaciones y como era en esos tiempos, 58 baños compartidos. Tenía también una biblioteca, una torre con mirador, una capilla y se montó un tren de trocha angosta (0,75 m) desde la estación “Sauce Viejo” con 19 km de extensión.

En los jardines se plantaron más de 10.000 árboles y había canchas de polo, fútbol, tenis, golf e hipódromo, además de piletas de natación y playas con arena y canto rodado. Desde el punto de vista gastronómico, se producían todos los alimentos en las granjas que tenía el hotel. Las obras culminaron en 1911.

Los años de esplendor

El 11 de noviembre de 1911 (11/11/11) se inauguró con la presencia del obispo de La Plata, monseñor Juan Terrero, quien celebró una misa de campaña. Los 1.200 invitados llegaron en trenes fletados especialmente, entre ellos el embajador inglés y el expresidente Julio A. Roca. El personal había sido entrenado en el Plaza Hotel, propiedad de Ernesto Tornquist.

Otros de los invitados fueron Pablo Riccheri, Nicolás Mihanovich y Benjamín Victorica. El hotel, gigante único en Sudamérica, fue llamado entonces “la maravilla del siglo” y congregó miles de “touristas” (como se los llamaba entonces) a lo largo del año. Los visitantes ilustres del país eran llevados hasta Sierra de la Ventana para disfrutar de las comodidades del complejo. Pero en 1917 se prohibieron los juegos de azar por dinero, lo que provocó la decisión de liquidar el hotel, hecho que se concretó con su cierre el 14 de marzo de 1920. Funcionó sólo 8 años y 5 meses.

La lenta decadencia

El cese de actividades no significó el abandono, ya que se dispuso nombrar un encargado con personal a cargo para el mantenimiento. El dinero provenía de la Compañía de Tierras que administraba el hotel y poseía 14.000 hectáreas en la zona dedicadas a la ganadería.

De la actividad propia se vendía el producto de sus granjas. Como hotel, sólo habría en los veranos para el personal de la empresa.

En 1939 se disolvió la compañía y como la propiedad pertenecía a una sociedad que cotizaba en las bolsas de Buenos Aires y de Londres, terminó en manos del accionista más importante cuya hija, Sara Sangford, la heredó. A fines de 1942 la provincia de Buenos Aires adquiere el hotel.

Los marinos alemanes

La II Guerra Mundial tuvo por inesperado escenario el río de la Plata. En diciembre de 1939 un combate naval entre el acorazado alemán “Graf Spee” y los cruceros británicos “Exeter”, “Ajax” y Achilles” culminó con el autohundimiento del coloso teutón el 17 de ese mes. Sus tripulantes fueron internados en la Argentina y el capitán Hans Langsdorff se suicidó en el Centro Naval de Buenos Aires.

La relación del Club Hotel con los marinos germanos comienza en 1943 cuando, luego de algunos intentos de fuga, el gobierno argentino decide concentrar a 350 tripulantes del “Graf Spee” en Sierra de la Ventana, a fines de 1943, bajo la custodia del regimiento 5 de Infantería del Ejército.

Debido al deterioro de las instalaciones, el entretenimiento de los alemanes pasaba por la reparación del edificio. Cuentan algunos de ellos que “arreglamos la toma de agua, la usina y nos dedicamos a la conservación de los jardines”.

A pesar de los años, aún estaban las sábanas de hilo, la vajilla de plata y el mobiliario original. Para los habitantes de los pueblos cercanos, como Tornquist o Coronel Pringles, era común la visita al hotel para observar a los internados jugando al fútbol y otros deportes, llegando a organizarse torneos donde los competían contra equipos de civiles, siempre bajo la vigilancia de los soldados argentinos.

Los gastos del alojamiento corrían por cuenta del estado alemán. Todavía se recuerda en esa comarca a la banda musical del buque siniestrado, que siempre bajo la atenta mirada de sus custodios, gozaban de libertad para interpretar conciertos en parajes vecinos.

En febrero de 1946 se cerró el campamento y muchos de los alemanes se radicaron en el país, siendo hoy testimonio de esa curiosa inmigración la presencia de sus apellidos en los cementerios serranos.

Los intentos fracasados

Entonces comenzó el peor tiempo del hotel. No sólo siguió el deterioro por el paso del tiempo, sino que los robos fueron diezmando su patrimonio. Así hubo vajilla que apareció en Mar del Plata, muebles en Necochea y también en poder de algunos funcionarios inescrupulosos que visitaban el coloso agonizante.

En 1961, el gobernador bonaerense Oscar Alende, el “Bisonte”, cede las instalaciones a los salesianos, para la instalación de un centro recreativo para jóvenes. Se realizan algunas tareas de conservación, con el propósito de instalar una escuela agro-técnica, pero no se renueva la concesión y los religiosos lo abandonan.

A fines de los ’60 el hotel es entregado a la Universidad de La Plata, que instala una sede de su Instituto de Ingeniería Forestal, que luego de algunas obras importantes de recuperación, quedó inconclusa. Es entonces que el V Cuerpo del Ejército instala unidades de combate para utilizar el predio como campo de maniobras.

La orden de demolición y el proyecto de recuperación

En 1978 las autoridades de facto decidieron la demolición del edificio porque “su mantenimiento no se justifica… (Debido a) que el edificio no tiene ningún valor histórico…”. Fue el comienzo del fin. En 1979 se talan más de 8000 árboles que conformaban el bellísimo bosque de 70 años, vendido como leña. La única idea que aspiraba a la conservación del edificio provino de un funcionario de la Secretaría de Turismo, que propuso organizar un museo regional. El destino hotelero del edificio parecía perdido para siempre.

Pero en 1980, en una categórica demostración de la falta de planes, se decidió la venta del predio, con edificio y todo. Lo compra una sociedad de curioso nombre para un hotel: “Frigorífico Guaraní”. Su dueño, Horacio Pallas, anunció una inversión de 5 millones de dólares en base a un proyecto arquitectónico con cuerpo central, bungalows e incluso un “parque animal salvaje”.

Incluía la habilitación de un casino, como antaño, pero Lotería Nacional negó el permiso. A pesar de este contratiempo, las obras siguieron adelante durante tres años y se vislumbraba la reapertura. Pero cuando el destino está marcado, no hay voluntad humana que pueda torcerlo...

Durante las vacaciones de invierno de 1983 se iba a producir el evento fatal y definitivo.

El incendio

El 8 de julio de 1983 se produjo el incendio que destruyó la totalidad del hotel. Llegaron decenas de dotaciones de bomberos, pero el fuego no dejó ninguna madera sin arder: pisos, techos y muebles se convirtieron en cenizas. El único dato amable fue que no hubo víctimas entre los operarios que habitaban el edificio. Sólo quedaron en pie las paredes de piedra y de ladrillos. Aún hoy se discute si fue intencional o no, pero los peritos confirmaron que el siniestro fue accidental. Sin embargo, el gobierno no tomó en cuenta el incendio e intimó a la empresa a culminar el proyecto, ya por entonces inalcanzable, y luego de un largo juicio, las ruinas pasaron al dominio estatal. Era 1995. Hoy es una atracción turística, donde la contemplación de la decadencia es vista como algo interesante.

El rescate de esta historia ha sido fundamental para la comarca de la Ventana, ya que fue sin duda el Club Hotel el proyecto más formidable que tuvo esa zona, y no quiero omitir el agradecimiento a Stella Maris Rodríguez y Sergio Rodríguez por sus investigaciones que permiten recordar con precisión la historia del gigante del sur.


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