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En los años cuarenta Jorge Luis Borges no era tan famoso, como lo sería en la segunda mitad del siglo XX. En ese contexto Bernardo Canal Feijóo, que lo conocía desde mucho tiempo atrás, quería invitarlo a venir a Santiago del Estero. Bajo la presidencia de Jorge Fernández Reuter, la Sarmiento, con la ayuda de Canal Feijóo, pudo cumplir el objetivo de concretar la visita de Borges a nuestra provincia. Canal ya no estaba en la provincia, pero era el nexo para la venida de intelectuales metropolitanos a nuestra tierra. En 1949 se realiza un convenio entre la Biblioteca Sarmiento, Ateneo Hebraico- Argentino, La Brasa, Junta de Estudios Históricos, y el Colegio Libre de Estudios Superiores, para realizar homenajes, conferencias, y enfrentar gastos económicos. De esta manera se pudo tener en Santiago, a Jorge Luis Borges. Era muy leído por los intelectuales locales, y en las reuniones de las citadas entidades, siempre se quiso escuchar su voz, pues se había convertido en referente de la literatura nacional. Cuatro charlas desarrolló en Santiago del Estero en octubre de 1949: En el Jockey Club y la Biblioteca Sarmiento: “El Martin Fierro y la literatura gauchesca”. En la Biblioteca Sarmiento: “Literatura fantástica”. Y en el Salón de Radio el Norte: “La cabala” A sala llena se escuchó a Borges en cada una de sus presentaciones, agradeciendo en cada una de ellas, la amabilidad de sus anfitriones. Y en la Sarmiento, ofreció dos de sus conferencias, respondiendo al homenaje que se le brindó en la antigua biblioteca. Borges en el recorrido de la misma, elogió su sala de lectura, sus libros, y la tarea que se venía realizando desde su nacimiento. Diálogo con escritores locales El público que lo siguió en el salón de actos con gran admiración, estuvo formado por la mayoría de los escritores locales, y por eso Borges estableció diálogo con la literatura santiagueña, y producto de ello, prometió volver de nuevo, (promesa hecha realidad en 1969). Borges, que era admirador de Sarmiento, visitó la sección de la Sala de Lectura, dedicada al citado intelectual, y dedicó un momento al Facundo, que fue el libro que pidió para leerlo un momento, y con ese instante memorable terminó su visita a la Biblioteca, un día caluroso de octubre de 1949.
Borges sobre Shakespeare: “Everything and nothing”
El hacedor, 1960
Nadie hubo en él; detrás de su
rostro (que aún a través de las malas
pinturas de la época no se parece
a ningún otro) y de sus palabras,
que eran copiosas, fantásticas y
agitadas, no había más que un poco
de frío, un sueño no soñado por alguien.
Al principio creyó que todas
las personas como él, pero la extrañeza
de un compañero con el que
había empezado a comentar esa
vacuidad, le reveló su error y le dejó
sentir, para siempre, que un individuo
no debe diferir de la especie.
Alguna vez pensó que en los libros
hallaría remedio para su mal,
y así aprendió el poco latín y menos
griego de que hablaría un contemporáneo;
después consideró que en
el ejercicio de un rito elemental de
la humanidad, bien podía estar lo
que buscaba y se dejó iniciar por
Anne Hathaway, durante una larga
siesta de junio. A los veintitantos
años fue a Londres. Instintivamente,
ya se había adiestrado en el
hábito de simular que era alguien,
para que no se descubriera su condición
de nadie; en Londres encontró
la profesión a la que estaba predestinado,
la del actor, que en un
escenario, juega a ser otro, ante un
concurso de personas que juegan a
tomarlo por aquel otro. Las tareas
histriónicas le enseñaron una felicidad
singular, acaso la primera
que conoció; pero aclamado el último
verso y retirado de la escena el
último muerto, el odiado sabor de
la irrealidad recaía sobre él. Dejaba
de ser Ferrex o Tarmelán y volvía a
ser nadie. Acosado, dio en imaginar
otros héroes y otras fábulas trágicas.
Así, mientras el cuerpo cumplía
su destino de cuerpo, en lupanares
y tabernas de Londres, el alma
que lo habitaba era César, que
desoye la admonición del augur, y
Julieta, que aborrece a la alondra, y
Macbeth, que conversa en el páramo
con las brujas que también son
las parcas. Nadie fue tantos hombres
como aquel hombre, que a semejanza
del egipcio Proteo pudo
agotar todas las apariencias del ser.
A veces, dejó en algún recodo de la
obra una confesión, seguro de que
no la descifrarían: Ricardo afirma
que en su sola persona, hace el papel
de muchos, y Yago dice con curiosas
palabras “no soy lo que soy”.
La identidad fundamental de existir,
soñar y representar le inspiró
pasajes famosos.
Veinte años persistió en esa alucinación
dirigida, pero una mañana
lo sobrecogieron el hastío y
el horror de ser tantos reyes que
mueren por la espada y tantos desdichados
amantes que convergen,
divergen y melodiosamente agonizan.
Aquel mismo día resolvió
la venta de su teatro. Antes de una
semana había regresado al pueblo
natal, donde recuperó los árboles y
el río de la niñez y no los vinculó a
aquellos otros que había celebrado
su musa, ilustres de alusión mitológica
y de voces latinas. Tenía que
ser alguien; fue un empresario retirado
que ha hecho fortuna ya quien
le interesan los préstamos, los litigios
y la pequeña usura. En ese
carácter dictó el árido testamento
que conocemos, del que deliberadamente
excluyó todo rasgo patético
o literario. Solían visitar su retiro
amigos de Londres, y él retomaba
para ellos el papel de poeta.
La historia agrega que, antes o
después de morir, se supo frente a
Dios y le dijo: “Yo, que tantos hombres
he sido en vano, quiero ser
uno y yo”. La voz de Dios le contestó
desde un torbellino: “yo tampoco
soy: yo soñé el mundo como tú
soñaste tu obra, mi Shakespeare, y
entre las formas de mi sueño estabas
tú, que como yo eres muchos y
nadie”.
La figura de Jorge Luis Borges está presente en la obra más famosa de Humberto Eco, su novela histórica “El nombre de la rosa”. El escritor argentino figura encarnado en el personaje de Jorge de Burgos, ya que ambos son ciegos, “venerables en edad y sabiduría” y ambos de lengua natal española. Se han señalado varias coincidencias entre la biblioteca de la abadía, que constituye el espacio protagonista de la novela, y la biblioteca que Borges describe en su historia “Ficciones”. En su estructura laberíntica y la presencia de espejos (motivos recurrentes en la obra de Borges), y también que el narrador de “La biblioteca de Babel” sea un anciano bibliotecario que ha dedicado su vida a la búsqueda de un libro que posee el secreto del mundo. Jorge de Burgos y Jorge Luis Borges Con respecto a la presencia de Borges, Eco dice que “evidentemente, hay una suerte de homenaje en El nombre de la rosa, pero no por el hecho de que haya llamado a mi personaje Burgos. Una vez más estamos frente a la tentación del lector de buscar siempre las relaciones entre novelas: Burgos y Borges, el ciego, etc. […] Al igual que los pintores del Renacimiento, que colocaban su retrato o el de sus amigos, yo puse el nombre de Borges, como el de tantos otros amigos. Era una manera de rendirle homenaje a Borges”. La semejanza entre estos personajes no queda reducida al nombre. Los que conocen la prodigiosa memoria de Borges y su agilidad de movimientos dentro de la biblioteca no pueden por menos de verle encarnado en Jorge de Burgos. Más allá de las similitudes entre personajes, lo que más se puede destacar es la influencia de Borges sobre Eco dentro de un marco literario. Eco emplea formas detectivescas en sus novelas del mismo modo que lo hacía Borges y además tiende a describir a los personajes de la misma forma que el escritor argentino en sus obras. Cabe destacar que Humberto Eco quedó fascinado con Borges, aproximadamente a los veintidós años, cuando leyó el libro “Ficciones”, y ahí empezó a crecer su admiración hasta el punto de querer representarlo con un personaje en su novela, además de igualar a personajes de las novelas de Borges en las de su autoría. l