Beberaje de novela Beberaje de novela
Hacia 1995, luego de pasar unos días en la playa de Mar de Ajenjó,
retorné a la casa que me aloja, con la decisión de buscar nuevos elementos
para escribir una novela, propósito surgido durante el mes de
termidor, que te calienta la cabeza.
Aunque por mi edad era tempranillo, ya me sentía un viejo contrabandista
del periodismo, y conocía tanto la miel del aplauso como la hiel
de la crítica. Mediante mi página Copa y Pincel, publicada en El Bebario
de Santrago del Hastío, creo que había llegado al paladar de unos pocos
lectores. Ofrecía sueltos semanales que se leían en un par de tragos.
Nunca pasé del 28° de graduación exigido por las reglas del oficio,
sabiendo que ponía más de humor que de corrosivo acíbar; a esa tinta,
como a la del veneno, la reservaba para mi diario personal.
Pero esa etapa había terminado. Me sentía encerrado en mi estilo
y en la prensa como Houdini lo estuvo en un tonel de cerveza. Decidí
entonces tomarme otros días de vacaciones para pensar en mi futuro.
¿Pero adónde iría? Luego de examinar una noche el Atlante D’Agostini
logré hacer una lista de los lugares que me interesaban.
Descarté Cognac, Champagne, Oporto y Jerez de la Frontera solo
por la distancia, ya que todos despertaban gratas memorias en mi paladar.
Me interesó la región de los Chibchas. Pero también quedaba lejos.
Elegí entonces Cafayate, donde pasé unos pocos días, corriendo el
riesling de perderme entre sus torrontés.
¡Oh, la viña del Señor! Cuánto había escrito sobre ella. Y cuanto me
faltaba investigar, de modo que comencé por la biblioteca. En el estante
de religiones y creencias, el Nuevo Testamento me recordó las bodas
de Canaán, cuando Jesús convirtió el agua en vino, uno de sus más célebres
milagros que sigue mereciendo admiración en estos tiempos de
escasez.
No menos rica fue la exploración del estante de poesía. Encontré allí
el poema “El temulento” de Joaquín Castellanos y los “Sonetos al nacimiento
del vino” de Juan Carlos Dávalos. También “Temor del sábado”
de su hijo Jaime, del que me acordaba algunos versos:
El patrón tiene miedo que se machen
con vino los mineros.
él sabe que les entra como un viento
como un chorro de gritos en el cuerpo.
Que volverá morado entre bagualas
su voz golpeando dura como un puño
en el tambor del pecho…
Lo anoté con especial interés ya que registraba la asociación entre
la bebida, la rebeldía y la explotación, que no son novedad en estas tierras.
En efecto, la primera estimula la segunda cuando no hay palabra,
gremio ni partido al que recurrir. Ambas denuncian la tercera, ampliamente
estudiada por historiadores y sociólogos
que hablaban desde sus estantes.
Pero el de poesía tenía otras joyas para
ofrecerme: allí estaban “Whiskey and
soda” de César Fernández Moreno y la
“Oda al vino” de Pablo Neruda.
No podía olvidarme de la tierra que
me sostiene. El padrón de Vecinos, Residentes
y Moradores de Santiago del
Estero de 1608, recuperado gracias a
Gastón Doucet, me informó cuántos miles
de cepas de vid cultivaban los vecinos en las
chácaras cercanas a la ciudad, donde trabajaban
familias del lugar –de reducciones o encomiendas- y
esclavos africanos. De paso, no olvidemos que allí nació la chacarera.
Esos años también se sembraba cebada, con la que se elaboraba
alcazar, bebida hoy desconocida cuyo nombre, de indudable origen
árabe, nos sugiere que estaba destinada al consumo de los nobles en
el palacio. La suponemos un antecedente del whisky, que proviene del
mismo cereal.
Desde muchos siglos antes nuestros pueblos habían desarrollado
la producción de aloja, a partir de la vaina de algarrobo (tako) molida en
mortero y macerada en agua, que se mantuvo hasta fecha reciente, como
nos confirma el cancionero: “Añapita para aloja, que alegre ayudaba
a pisar…”
Aunque no había terminado mi búsqueda, me sentí en condiciones
de comenzar a escribir mi novela, que presentaría al concurso nacional
organizado por la empresa que elaboraba un aperitivo de uso extendido.
Como mi destino era también oscuro pensé que era la convocatoria
adecuada, y si mi obra era bien juzgada hasta podía recibir un premium.
Me puse a escribir de inmediato, con el propósito de ir hasta el fondo
del asunto, hasta lograr que fuese blanco. ¡Salud! l