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EL LIBERAL . Viceversa

“Leer es como salir a correr, cada uno lo hace como puede”

02/04/2022 21:22 Viceversa
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“Leer es como salir a correr, cada uno lo hace como puede” “Leer es como salir a correr, cada uno lo hace como puede”

“Leer es como salir a correr, hay

gente que corre y es chueca, le duele

más a la noche, gente que corre

bien, cada uno lo hace como puede

y de alguna manera encuentra una

satisfacción”, dice Beatriz Sarlo, casi

80 años y una de las intelectuales

más reconocidas de la Argentina,

de la que acaba de publicarse

el libro “Clases de literatura argentina.

Filosofía y Letras, UBA 1984-

1988”, un rescate de las clases que

dictó como profesora de la universidad

durante la primavera democrática,

que venía a renovar los programas

de la dictadura y los debates

sobre la historia y el futuro del

país.

Publicadas por Siglo XXI Editores,

la responsable de recuperar

esas clases -sobre Jorge Luis Borges,

Juan José Saer, Rodolfo Walsh,

Roberto Arlt, Ricardo Piglia,

Manuel Puig, Julio Cortázar, David

Viñas, Ezequiel Martínez Estrada

y Eduardo Mallea-, fue Sylvia

Saítta, hoy titular de la cátedra

que cursó en aquellos días como

alumna.

“Los debates eran cálidos

y al mismo tiempo batalladores.

Fue un gran retorno. Después, como

todo, uno se acostumbra, incluso

a lo bueno, incluso a lo que buscó

toda la vida”, dice Sarlo al repasar

esos días.

Cuando cumplía 20 años en

la docencia, Sarlo decidió dejarla.

“Me fui mucho antes de jubilarme,

ya había gente capacitada que no

tenía por qué estar esperando otros

20 años a que me muriera para tomar

la cátedra. De hecho nunca he

estado más de 20 años en ninguna

parte, excepto en ‘Punto de vista’,

que duró 30 y creo que es lo más

importante que hice en mi vida”, le

dice sobre la emblemática revista

que fundó junto a su segundo esposo,

el sociólogo Carlos Altamirano,

que renovó la forma de entender la

crítica cultural.

La autora de “Una modernidad

periférica” formó parte del trío

maoísta que completaba el escritor

Ricardo Piglia en “Los libros”, otra

influyente publicación político cultural

que cerró con el golpe de Estado

de Onganía, cuando tuvieron

que pasar a la clandestinidad; y

dio clases privadas en dictadura, en

lo que se conoció con cierta pompa

como la universidad de las catacumbas.

Nacida en Buenos Aires como

única hija de padres jóvenes, nieta

de inmigrantes italianos y españoles

por el lado de la madre, y de argentinos

por el del padre, cumplió

80 años este 29 de marzo. De adolescente

fue peronista, una reacción

contra un padre al que insiste en

definir como un gorila liberal que la

inició en cierta actitud de pugilista.

Militó en la CGT de los Argentinos,

el Partido Comunista Revolucionario,

asesoró a Elisa Carrió,

Graciela Fernández Meijide y al socialismo.

Dio clases aquí, en Estados

Unidos y Europa. Siempre volvió.

“No puedo estar más de ocho

meses fuera de Argentina”, ha dicho

más de una vez.

Acostumbrada a intervenir críticamente

sobre las transformaciones

sociales de las últimas décadas,

como las que dio cuenta en textos

como “Escenas de la vida posmoderna”

o “La intimidad pública”,

Sarlo se expide también sobre la

asimilación del lenguaje no sexista

en algunas dependencias públicas,

círculos ministeriales, manuales

educativos y hasta en ficciones literarias.

“No se hace lo que se quiere

con la lengua, no se hace lo que se

quiere ni siquiera con la conciencia

simbólica en un país. Yo no digo

que sea un lenguaje de vanguardia,

sino que es un lenguaje actual”.

Para la ensayista, el lenguaje

no sexista es hoy “una vanguardia

social de capas medias”. Y argumenta:

“Las lenguas evolucionan

con una resistencia o una plasticidad

muy fuerte que no depende

de los sujetos. Un ejemplo es el

que siempre doy del gaucho, tuvieron

que llegar los inmigrantes para

ser transformados en enemigos

y amigarse con el gaucho, para que

su música, su poesía, su mate tomaran

el primer lugar en escena,

era un acto anti inmigratorio el que

le dio al gaucho su primer lugar en

escena”.

-Beatriz, ¿qué rescatás 38

años después, casi media vida

tuya, de las disputas de

sentido de aquel momento?

-La palabra es emoción. Yo era

ayudante de segunda categoría, me

gradúo, viene el golpe de Onganía

justo después y ya no piso más la facultad,

porque continuaron los sucesivos

cambios de dictadores, hasta

1983. Estábamos aterrorizados,

porque para todos de alguna manera

era esa experiencia de volver a la

facultad después de 18 años, estudiantes

y profesores. Entonces nos

acompañábamos a la primera clase.

A mí Enrique Pezzoni, director

del Departamento de Letras, prácticamente

me tiró dentro del aula.

Después uno se va acostumbrando,

primero porque encontré muchas

caras amigas: yo había tenido

grupos privados durante la dictadura.

Segundo porque rápidamente

nos hicimos amigos con los que

no conocía. Pablo Alabarces, cada

vez que yo entraba al aula, levantaba

la mano para hacerme una pregunta

sobre el imperialismo y la literatura

argentina y yo maldecía,

decía ahora ‘Alabarces va a levantar

su mano’. Todos teníamos la sensación

de que empezábamos a construir

un nuevo presente.

-En ese regreso quitaron

las clases de griego y latín y

por eso fueron criticados por

Jorge Luis Borges.

-Entramos revoleando el poncho,

fue un error populista fuerte

porque yo había cursado los ocho

semestres de Clásicas y además había

sido ayudante de Latín, o sea

que sabía lo que eso me daba. De

repente nos invadió un espíritu de

innovación, decíamos “esta gente

no tiene que pasar por eso”. Me di

cuenta en las clases del error porque

venía gente de Letras Clásicas

y la posibilidad que tenía de pensar

a un tipo como Tizón en función de

las citas internas de la literatura argentina,

por ejemplo, era notable.

Me daba cuenta y “decía qué macana

que hicimos”.

-En la disputa ideológica y

la confrontación de sentidos

contaste con adversarios que

se encontraban en las antípodas

tuyas, pero muy valorados

por vos en la construcción

tu pensamiento, como

Horacio González.

-Mi diálogo, que siempre era

polémico con Horacio González,

fue importantísimo en mi vida. Yo

siento, con la desaparición de Horacio,

que ahí hay un lugar que yo

extraño mucho, hay un personaje

de nivel concreto y simbólico que

extraño mucho. Recuerdo la última

vez que conversamos largo,

fue después de una mesa redonda

en Filosofía donde habíamos discutido

de todo, y nos fuimos caminando

al centro desde Puan. La

conversación de esa caminata quizá

fue la última charla larga que yo

tuve con Horacio, en la cual terminé

de convencerme de mi teoría de

los dos teólogos del cuento de Borges,

los que viven discutiendo toda

su vida y cuando mueren y llegan

al paraíso, lugar que les corresponde,

ven que son el mismo. Pensando

diferente en un montón de cosas

o en casi todas Horacio y yo somos

esos dos teólogos. No sé si tuve

tiempo de decírselo, pero estoy

convencida de eso y es un interlocutor

que yo extraño mucho. El interlocutor

polémico es interesante,

yo leía esta literatura, el leía esta

otra, leíamos otras fuentes teóricas,

y sin embargo se podía combinar

una conversación. Horacio fue

muy importante para mi vida.

-¿Qué es saber o poder

leer?

-Es simplemente recorrer un

texto extrayendo la cantidad de

sentido que puedo procesar en el

momento que lo recorro. Quizás algo

del sentido no procesado quede

en mi recuerdo y podré volver a ese

texto y quizás no. Eso es leer, no demos

más vueltas, es tal cual lo acabo

de decir: se recorre un texto y se

procesa un sentido de acuerdo con

los instrumentos que yo tenga para

procesarlo, que no pueda procesar

una parte de ese texto no es culpa

del texto sino de aquella condición

-social, educativa, etcétera- en

la cual lo he leído. Yo he entendido

mucho más tarde textos que creí

entender en determinado momento,

porque a veces uno cree haber

entendido y ¡mentira, no había entendido

nada!, como un poema de

Pound que tuve que traducir. No

había entendido, pero bueno, lo recorrí.

Un texto se recorre, se toca,

leer es eso, en algún momento

hay algo en ese texto que uno recorre

que a uno lo captura, y por

tanto, quizás, vuelva. Qué sé yo, a

los 13 años creí que tenía que leer

El Quijote y lo recorrí con los ojos

entero. No entendí nada, punto.

Ahora algo quedó ahí, algo quedó

fluctuando, no puedo decirte qué.

Es como salir a correr, hay gente

que corre y es chueca, le duele

más a la noche, otra gente corre

bien, y bueno: cada uno lo hace

como puede y de alguna manera

encuentra una satisfacción.

-¿Encontrás obra literaria

contemporánea argentina

que pudiera perfilar hacia

una renovación?

-Hay algunas zonas de la poesía

que son muy interesantes y

que ahí uno algo podría encontrar:

creo que Héctor Libertella no

fue leído en el carácter revulsivo

de su poesía como se hubiera podido

dar, porque a veces las cosas

salen de la poesía: nuestras vanguardias

del 20, y antes de eso, la

ruptura de Lugones. La gente está

acostumbrada a pensar en términos

de novela porque es lo que se

vende en las librerías, pero cuando

Lugones publicaba en los diarios

hubo una ruptura muy fuerte

con la poesía clásica que se usaba

en Argentina y después vinieron

las vanguardias.

-¿Creés que alguien hoy

esté escribiendo literatura

regional que no es regionalista,

en los términos en que lo

hacía Saer?

-Me gustaría saberlo, a lo mejor

alguna pequeña editorial sacó

algo, pero tampoco uno conoce

todo lo que pudo haber sido publicado.

Hay una colección chiquita

de la Municipalidad de Rosario

que es muy interesante, son ensayitos

que tienen mucho de literatura.

Hay un texto de Diana Bellessi

por ejemplo, uno de Vital que es

“Historia oral de la cerveza” y textos

de ficción. Después están los regionalistas

porteños. ¿Qué quiero

decir? ¿Quién lee a un escritor que

me parece muy bueno que es Ricardo

Strafacce? Nadie. Un tipo de

una enorme originalidad y al mismo

tiempo un escritor muy culto.

¿Esta literatura quién la registra?

A Juan Pisano, el de “El último Falcon

sobre la tierra”, nadie le dio bola.

Antes tenía la sana costumbre de

tener a las mujeres separadas en la

biblioteca: para que no me pase esto,

estoy buscando una mujer entre

200 títulos que hay muchos más de

hombres y no la encuentro. Invisibilizados

como si fueran mujeres,

que se jodan por ser dominantes.

La novedad que implica el foco

de la industria librera sobre la producción

de las escritoras, sobre la

hegemonía histórica de los varones

que publican, es puesta en cuestión

por Beatriz Sarlo: “De repente algunas

mujeres, que no responden por

su vida a la imagen de la subsumida,

son obturadas porque no las podés

rescatar, no necesitan que vos

vayas a rescatarlas”, dice la ensayista

y crítica literaria.

-“Decir que hay algo nuevo

bajo el sol sería pisotear

las tumbas de las escritoras

que vinieron antes de nosotras.

Lo único nuevo es la luz,

el foco”, dijo hace un tiempo

la ecuatoriana Fernanda

Ampuero sobre esto mismo.

¿Coincidís?

-¿Para Sartre no existía Nathalie

Sarraute? Existía absolutamente.

¿Para Camus no existía Nathalie

Sarraute? Existía, absolutamente.

No tenían la misma visibilidad que

tienen hoy, sin duda eso es así, pero

tampoco votaban las mujeres hasta

comienzos del siglo XX. ¿Carecían

de ideas políticas las mujeres hasta

comienzos del siglo XX? No, por algo

llegaron a votar. Entonces, ¿carecían

de literatura y de valor literario

las mujeres hasta que descubrieron

que existían? No. Nathalie

Sarraute existía.

-¿Qué se juega en el interés

mainstream surgido hacia

las escritoras?

-Yo qué sé. ¿Quién leyó “Sodio”,

de Jorge Consiglio? También

hay escritores que tienen la misma

baja visibilidad que las mujeres.

¿Quién leía a Saer? Saer formaba

parte de las mujeres en ese

momento, porque se leía mucho

más a Beatriz Guido, a Sara Gallardo.

¿A nadie se le ocurre subrayar,

digo el feminismo, lo fundamental

que para uno de los

grandes directores cinematográficos

argentinos, como fue Torre

Nilsson, fue Beatriz Guido?, que le

dio todo su mundo y además colaboraba

en los guiones cuando no

los escribía todos ella. ¿A nadie se

le ocurrió ir por ahí? Siempre por

el lado de la subsumida. Guido era

fundamental, quienes filmaron

con Nilsson te cuentan la importancia

que tenía. De repente algunas

mujeres, que no responden

por su vida a la imagen de la subsumida,

son obturadas porque no

las podés rescatar, no necesitan

que vayas a rescatarlas. ¿Nadie se

dedica a ver que Victoria Ocampo

fue el gran macho femenino de la

difusión y la discusión cultural en

Argentina? Para hacer lo que ella

hizo, en esa década del 30 cuando

empezó a hacer su revista, se necesitaban

las fuerzas que se atribuían

y siguen atribuyendo, generalmente,

a los hombres.

-Había otras cosas también:

clase, raza.

-Seguro, tenía la plata para poder

hacer la revista, sin duda, pero

la clase no contribuía ahí. Contribuía

en haberla llevado a ese lugar

en el sentido social, pero no en la

dificultad que podía tener una mujer

de clase alta en 1930 para largarse

como una machona, palabra que

se usaba en ese momento y que se

aplicaba a Victoria, a bajarse de su

coche y dar órdenes para hacer una

revista. Manejaba su propio coche.

Pero pasaba hasta en la pequeña

burguesía, mi mamá tiene una foto

manejando un Chrysler enorme,

también hay que contar la historia

con ciertas variantes que no son las

que vos esperás, no es que las mujeres

no podían manejar un coche,

Victoria Ocampo siendo hombre

tampoco hubiera manejado su coche

excepto cuando quería, porque

los hombres de la clase de Victoria

también tenían choferes.

-Hay una guetificación de

las mujeres en la literatura,

por ejemplo, cuando en las ferias

arman mesas de escritoras,

clasificadas y agrupadas

por esa única singularidad, o

generalidad.

-Hay que negarse, si sólo criticás,

en la próxima feria insisten,

si hay una mesa que se niega porque

las mujeres se negaron a ser

segregadas como mujeres, ahí

vamos a ver si pueden hacerlo,

porque las mujeres venden mucha

literatura, etcétera, hay que

negarse a eso.

-En tus clases y charlas

solés decir “imaginen que”

y después vas a tu idea ¿Qué

peso tiene lo imaginado para

llegar a lo real?

-Se lo podría comparar con un

contrafáctico. Imagínense que Borges

nunca hubiera tenido la relación

que tuvo con su madre y con

la parte inglesa de su familia ¿cómo

se hubiese relacionado entonces

Borges con esa literatura, qué te

devuelve eso como construcción de

saber? La fuerte relación que tiene

Borges con la lengua y con la literatura.

Los contrafácticos sirven para

pensar cómo fue la realidad, pero

de repente uno empieza a hacer

contrafácticos para ver hasta dónde

puede llegar su razonamiento,

un movimiento que es como una

imaginación desbordada, que después

habrá que precisar con datos

y fuentes.

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