Una historia diferente Una historia diferente
Matías,
nuestro
protagonista,
no
era aficionado del futuro. Nunca
se preocupó demasiado
por cómo las cosas pasarían
mañana o pasado, mucho
menos en cinco o diez años.
Un alma libre que vive el
día a día sería su mejor descripción,
sin dudarlo. Por lo
que, todo lo que les contaré
aquí, a nuestro protagonista,
le sorprendió día a día.
Cosas nuevas se asomaron
a su vida a la corta edad de
diecisiete años, cuando todos
los chicos comienzan a
pensar en futuro estando en
el último año de preparatoria.
Matías, confiado y fiel a
su filosofía de vida, nunca
se imaginó que terminaría
del modo que lo hizo porque
no ha medido su futuro
con centímetros como sus
leales amigos.
él no lo imaginó, no lo planeó,
y por eso fue feliz. Muy,
muy feliz. Hasta último momento,
me dijo que no se arrepiente
de nada y está, por demás,
feliz y conforme con su
decisión.
Siempre me repetía
cuando podía, claro, que
yo debería dejar de medir
las cosas y “dejarme llevar”.
Fuimos mejores amigos pero
no nos caracterizamos
por tener la misma ideología
de vida. Yo, por mi parte,
calculo todo lo que hago
y haré. A veces un poco
desmedido y fanático de las
predicciones, nunca cayendo
en la astrología o demás
cosas que parecen fantásticas
al ser humano.
Porque
mi pensamiento lógico me
lo impide.
Pero, ¿cómo les cuento
lo que le sucedió a mi amigo?
Tal vez debería comenzar
con esa reunión de curso
sobre el tradicional viaje
de fin de año que todavía,
irónicamente, faltaba un
año.
En donde, Matías, recibió
la confesión de amor
de nuestra compañera menor,
la más joven del curso.
No puedo decirles con exactitud
qué fue lo que llevó a
esa pobre e inocente señorita
a confesarle su amor,
al chico más codiciado de
la clase, frente a todos. Una
parte de mi cree firmemente
que Matías la obligó a hacerlo
así, con su personalidad
molesta y engreída, rozando
los bordes de lo detestable.
No, no fue correspondida
por mi amigo, al
contrario, fue cruelmente
humillada con un “¿crees
que yo me fijaría en ti?”.
La muchacha, antes de
largarse (seguramente con
el corazón roto), le aseguró
que -Matías- sufriría por
cuatro años, los años que
le tomó a ella confesarle su
amor. Amigos míos, aquí
les contaré los cuatro tristes
años de mi querido amigo.
Profetizadas por una joven.
Todo comenzó unas semanas
después del dichoso
suceso que hasta el día de
hoy es comentado por amigos
como “la maldición”.
Estábamos con Matt sentados
en un café, teníamos un
examen para física en dos
semanas y discutimos si faltar
a la práctica de fútbol un
día de esos para estudiar,
cuando una joven de unos
dieciocho años se paseó por
el frente con un vestido de
flores azules y fue directo al
mostrador.
Era sumamente elegante,
su belleza era indiscutible,
pero según Matt, él la
vio primero. Así que, fuera
de toda posibilidad de
acercarme a ella, dejé que
mi amigo lo hiciera. Siempre
me agradeció ese gesto,
pues fue el suceso que cambió
su forma de ver la vida.
Ella no estaba sol a ,
cuando Matt se fue a hablarle,
vi que entró un joven
alto, rubio, de ojos azules
y carpetas con algunos
libros. Pensé “Joder,
la chica tiene novio” y traté
de advertirle a mi amigo,
pero este era completamente
ciego y sordo, se
acercó a hablarle. No eran
novios, por lo que meses
después supe, porque ella
de todos modos lo rechazó
en ese momento. Sería
el primer acontecimiento
malo en la vida del joven,
según la profecía. Se dio
vuelta para volver conmigo
cuando chocó de frente
con este chico que vaya
a saber Dios que tenía que
ver con la morocha (seguramente
compañeros
de clase).
Pude ver en mi
amigo la sorpresa al encontrarse
esos ojos azules
mirándolo detenidamente,
siempre negó haberse
sonrojado cuando el joven
rubio le puso la mano en
el hombro disculpándose
y apartándose de él. Yo
lo pude ver claramente, lo
conozco hace años, en ese
momento, justo ahí, Matt
se enamoró.
Encaprichado por la
chica regresó a preguntarle
si era su novio, pero ella
no le respondió nada. El
amable joven que estaba
allí con ella, se disculpó en
su nombre y se presentó.
Christopher, es decir, el
nuevo amor de mi amigo,
no nos dio mucha charla.
Poco tiempo después supimos
que era francés y
sólo estaba de paso por la
ciudad haciendo un taller
de no-sé-qué.
Siete meses más tarde,
Matías y Christopher
se llegaron a encontrar en
el mismo bar. El rubio lo
marcó como una coincidencia,
Matt comenzaba a
creer en el destino. Estuvieron
ahí todo el tiempo
posible hasta que cada uno
fue a su hogar. Así, en ese
mes y medio que Christopher
estaría en la ciudad,
los encuentros fueron religiosos.
Mismo bar, mismo
horario.
Matías me dijo que nunca
le confesó lo que sentía
por miedo a ser rechazado,
y no precisamente por
el chico (que le había confesado
su gusto por hombres),
sino por la sociedad.
Ese orgullo lo mantuvo en
silencio por años. A esa
edad, esas cosas importan
mucho.
Christopher me dijo, hace
poco, que se enamoró de
Matías a primera vista, pero
jamás se animó a decirlo.
Llorando, en su velorio.
Tal vez muchos pasamos
lo mismo, teníamos cosas
por decirle y no tuvimos la
oportunidad o valentía, lo
cierto era que mi querido
amigo, dos años después
de la profecía de esa chica
loca, enfermó con una enfermedad
que lo llevaría
a la muerte dos años después.
Nadie más que su familia
y yo sabía que estaba
enfermo, pues él lo dispuso
así. Era un gran secreto,
que nunca le compartió
a Christopher, que durante
cuatro años se decidió a venir
a la ciudad, desde París,
para ver a Matías y traerle
nuevos libros, esa era su
excusa tonta. Par de enamorados.
De ese amor nadie supo,
de ese verdadero amor. Ese
que no pide nada, que lo
entrega todo, que son miradas
en silencio y tal vez
una fugaz sonrisa, por miedo,
por miedo sobre todo.
Matías pensaba que si todo
fuera como debería ser,
hubiera vivido sus últimos
años en la tristeza pura de
pensar que lo dejaría solo.
Que cada segundo sería el
último.
Christopher, en ese lugar
tan frío donde estábamos,
reconoció su error y
me comentó, que por esos
largos años, no tuvo ninguna
relación con otro chico.
Quizás una que otra chica,
nunca llegando a nada.
él estaba cegado, amaba
a mi amigo y mi amigo lo
amaba. ¿Qué injusto, no?
Cuando todo el asunto del
entierro pasó y Christopher
se fue, quizás para no volver,
el padre de Matías me
preguntó quién era, porque
nunca lo había visto con su
hijo.
“él era todo y nada a la
vez” le dije a su padre, que
incrédulo miró hacia la lápida
de su hijo y me respondió
“su secreto”.
Quise plasmar esta historia
de amor para que quede
en la memoria de más de
dos personas (Christopher
y yo). Pues, amigos míos,
jamás vi a dos personas
amar tanto un café, unos
libros y los segundos juntos.
El esperar a que venga,
el despedirse sin abrazos.
Christopher, ah, nunca
supe nada más de ese muchacho.
Algunos me dijeron
que se graduó, se casó y
tuvo una niña. Otros me dijeron
que se suicidó el día
de su boda dejando el mundo
para partir con su verdadero
amor.
Ciertamente,
me gustaría verlo. Solo para
agradecerle que haya hecho
los últimos años de mi
amigo, los mejores.
No quedes en silencio, si
amas a alguien, si puedes
incluso, grítalo a todos los
vientos. Nunca sabes cuándo
cuatro años puede ser
muy tarde.
Bio
Deborah Silva Castillo,
“Soleil”, nacida en San
Isidro, Buenos Aires
en el 96, fue a parar a
Santiago del Estero a
muy temprana edad. Y
se considera, hoy en
día, santiagueña. Esta
estudiante de filosofía
desde pequeña mostró
interés en el arte, como
la pintura, danza, canto
y, claro, literatura. Entre
cuentos, novelas y
poemas se fue formando,
viviendo el sueño,
soñando la realidad.