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EL LIBERAL . Viceversa

Jubilada

ALFREDO ROLDÁN “Green tea” (té verde) óleo

ALFREDO ROLDÁN, “Green tea” (té verde), óleo.

Este es un relato fantástico, no porque

lo sea en sí como algo magnífico, sino

porque las cosas que ocurrieron fueron

así como les voy a relatar y me dejó

tantas dudas que, aún no puedo saber

qué es verdad y qué es ficción. Amigo

lector, sabrás disculpar que ellas, las

dudas, las vuelque a ti, para tratar de

comprender lo ocurrido y por qué denomino

de esta manera al relato. Comienzo.

Había una vez, hace ya un tiempo,

una amiga que tenía terror a jubilarse.

Era algo maldito e imposible de concebir.

Ella tenía su actividad privada, pero

ya tenía edad para hacerlo y siempre

le recomendaba que lo hiciera porque

esa plata estaba a su disposición y antes

que se la llevara otro, la cobrara. Mientras

tanto, sin problemas podía seguir

con su actividad privada.

Luego de la última charla con ella

sobre el tema, en donde le había hecho

burla que cuando se jubilara, su atuendo

iba a cambiar. Tendría el pelo blanco,

peinado con rodete, con lentes, la

espalda cubierta con una mañanita,

una pollera amplia hasta debajo de las

rodillas y zapatos antiguos con medias

zoquetes y un bastón de madera en la

mano. Ni más ni menos como la abuela

del personaje de Gasalla. “Me muero”

me dijo. Nos despedimos riéndonos.

Yo vivía en el edificio de departamentos

justo al frente. Y muchas veces,

desde mi ventana que daba a la calle,

veía la entrada de su edificio y a mi

amiga salir a trabajar. Ella, siempre

elegante, ropa informal, toda fru-frú.

No sé bien por qué me salió esa expresión,

pero me sonaba lindo, quizás debería

haber dicho exquisita o delicada,

pero salió así, fru-frú.

Una mañana, al volver a mi hogar,

venía caminando por la vereda del edificio

en que vivía y alcancé a ver a mi

amiga parada en la puerta del suyo, es

decir por la vereda del frente. Siempre

fru-frú, esta vez con lentes negros

por el sol. Ella no me había visto. Decidí

cruzar a saludarla y luego de fijarme

si venía algún vehículo, levanté la vista

y me asusté porque no estaba mi amiga

fru-frú, sino la viejita jubilada. Espantado

volví a mi vereda y busqué desesperadamente

llegar a la entrada de mi

edificio. La viejita me vio y me apuntó

con su bastón y yo que trataba de

pasar desapercibido entre la gente

que caminaba, me di cuenta

que el bastón me seguía de cerca

por donde me movía y cada vez lo

tenía más cerca de mí. Ya había

pasado la entrada a los departamentos

y me alcanzó justo en la

esquina. Me puse de espalda a la

pared, muerto de miedo y transpirando,

mientras sentía una carcajada

de esas que hacen las brujas

en las películas. El bastón se

apoyó con fuerza en mi pecho y

me aprisionó contra la vidriera

del maxiquiosco de la esquina,

golpeando fuertemente mi cabeza

contra el vidrio.

El golpe me despertó. Rápidamente

apoyé la espalda en el respaldo

de la cama y recogí las piernas.

Estaba transpirado y temblando.

Cuando logré reaccionar,

corrí hacia la ventana.

En la entrada

de los departamentos del

frente, estaba parada la viejita,

mirando sonriente hacia mi ventana

Corrí hacia el baño a mirarme

en el espejo, a ver si era yo u otra

persona, es decir, no sabía quién

era, qué pasaba, no entendía nada.

Me lavé la cara y me vestí a

las apuradas, tenía que descubrir

el misterio. Vivía en el tercer

piso. No esperé el ascensor, bajé corriendo

las escaleras y cruce la calle casi

sin fijarme. Ahí estaba ella. No dejaba

de observarme sonriendo. Lo primero

que hice fue mirarle el bastón de

madera que parecía normal, nada más

que se movía un poco por el temblor de

la mano.

Ninguno de los dos habló una palabra.

Con un movimiento lento tomó mi

brazo derecho y me llevó ella, prácticamente,

hacia la confitería de la esquina,

situada a unos treinta metros de donde

estábamos. Nos sentamos, cada uno

pidió un cortado. Le pedí permiso para

ir hasta el baño. Antes de entrar me di

vuelta para mirar hacia la mesa. La viejita

seguía allí, impávida mirando hacia

la calle.

Ya en el baño, tomando con las manos

el lavatorio, volví a mirarme en el

espejo y me hice las mismas preguntas

que me había hecho en el baño de

mi departamento. Me lavé nuevamente

la cara y regresé decidido a descubrir

el misterio, aunque no sabía por dónde

comenzar.

Grande fue mi sorpresa. La viejita

ya no estaba, miré para ambos lados

del salón y nada. Cuando estuve a punto

de salir a la vereda pensando en encontrarla

allí, me di cuenta que en la

mesa que habíamos elegido estaba mi

amiga fru-frú. Ella, siempre elegante.

Con los lentes para el sol puestos sobre

la cabeza, me miraba sonriendo. Contesté

a esa sonrisa con una mueca y me

acerqué sigilosamente. Me miraba sorprendida

como si me quisiera preguntar

si me pasaba algo. Lentamente tomé

asiento. Llegó el mozo y dejó los

cortados. Tomamos sin hablar. Ella me

preguntó, ante mi silencio, si todavía

seguía con sueño. Le dije que sí, que no

había dormido bien. Me contestó con

una sonrisa. Enseguida miró su reloj y

me dijo que se le hacía tarde. Nos despedimos

con un beso. No tuve tiempo

de decirle que yo pagaba los cortados.

Ya estaba en la calle.

Quedé solo y pensativo. No entendía

nada. No sabía si lo que había vivido

era real o producto de mi imaginación.

Podría haber sido un mal sueño,

pero después la tuve a mi lado, era de

carne y hueso. Enseguida me vinieron

a la cabeza, antiguos pensamientos aún

no dilucidados del todo por diferentes

pensadores. Si la realidad es la que vivimos

o la que soñamos.

Miré la hora. Ya llegaba tarde al trabajo.

En el camino elucubraría algo para

justificar. Eso sí, nunca jamás le volví

a mencionar el tema de la jubilación.

Es más, no sé si llegó a concretar su trámite.

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