Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Viceversa

Inferno novo

11/03/2017 21:28 Viceversa
Escuchar:

Inferno novo Inferno novo

Excusas a Dante y Mareschal.

Supe que en vano esperaría de él la rimada

sentencia, aquel bello latinismo que

había imaginado. Desde su imponente y

laureada figura, el lombardo poeta guardó

silencio. A mi derecha, el astrólogo Schultze

intentó distender así sea un poco el momento

propinándome unos golpecitos en

el hombro, como quien da ánimos. Pero

su porteñísima frase: “Está bien che pibe…

se nota que tenés potencial… seguí participando

que ya te va a salir mejor” terminó

siendo más cruel que cualquier silencio reprobatorio.

Mirando a mi alrededor pensé que el

paisaje, la orquestación general de aquel

infierno, no podía ser un problema. El cielo,

de color rosáceo y surcado por tenues

ramificaciones oscuras, recordaba con

precisión un extendido tejido placentario.

No me parecía mal escogido. Tampoco las

tierras yermas, burbujeantes de linfas oscuras,

ni el hedor general a mesa de disección

que infestaba el aire. Que mis experimentados

guías pudieran haber encontrado

algo fuera de lugar en todo aquello no

parecía muy probable.

Debía tratarse de la fosa entonces: de la

fosa misma. Bien podía reconocer que el

suplicio al que los condenados eran sometidos

en ella se mostraba un poco incomprensible,

al menos a primera vista. Cada

una de las ánimas llevaba sobre sus hombros

un enorme y pesado armazón, que se

extendía hacia los costados mediante una

compleja estructura de hierro, haciendo

de ellas una suerte de columpio humano.

Los laterales sostenían unos platillos de

balancín. Y sobre estos, a su vez, se hallaban

cuerpos humanos de distinta clase. En

los platillos de la derecha, arrojados como

al azar, pataleaban uno o varios bebés

que lloraban y se quejaban constantemente,

pero a la vez con alaridos súbitos e inesperados

que los tornaban aún más irritantes.

Sobre los izquierdos uno o a veces dos

ancianos recostados, lamentándose y divagando

constantemente sin poder encontrar

sosiego. Todo este complejo montaje

descansaba sobre los hombros rotos de

los supliciados; se explicaban así sus espaldas

arqueadas y la dolorosa lentitud en sus

pasos. Pero como además los platillos quedaban

situados a escasos metros de sus cabezas

y los llantos y los quejidos eran tan

ruidosos y mortificantes, se mostraban fatigados

y demacrados hasta lo cadavérico,

con ojos irritadísimos, que apenas podían

sostener sus párpados. Era tal la desesperación

que sus gestos transmitían que resultaba

humanamente imposible no verse

movido a piedad; sea cual fuere el crimen

que, en vida, los hubiera destinado a aquella

horrenda parcela.

Para mí lo era al menos. Porque para

aquellos momentos ya era evidente que

Virgilio había desaparecido hacía rato; y

en cuanto al astrólogo, pude ver a lo lejos

su delgada silueta, cabeceando con cierto

encono como quien reniega de que le han

hecho perder el tiempo.

Más avergonzado que enojado, me disponía

a darle a mi recién iniciada carrera

de infiernista literario un final lo más rápido

y digno posible, cuando escuché la quejumbrosa

voz de un condenado, que a pesar

del enorme peso que lo aplastaba había

subido ladeándose hacia un lado y al otro

la empinada pendiente, y que se disponía a

hablarme ahora.

?Espera viajero ?me dijo?, espera antes

de volver al mundo de arriba, donde

los colores aún festejan la gracia de la vida

y las criaturas deciden sobre sus actos

sin responder a otro tribunal que el de sus

conciencias. Antes de juzgar tú, en tu ignorancia,

como crueldades o excesos las sentencias

del Señor del Universo, escucha mi

historia, y comprende por qué se me ha

castigado de esta manera.

Tentado estuve de excusarme, de argüir

que mis periplos infernales ya estaban dados

por concluidos aun cuando recién habían

comenzado. Pero mientras elegía para

hacerlo palabras que no quedaran tan a

la saga de su sofisticada retórica de condenado,

observé que las criaturas que cargaba

en los platillos se le parecían asombrosamente,

de lo que deduje que debían tratarse

de sus familiares, hijos o sobrinos a

su derecha, y padres o abuelos a su izquierda.

Acicateó esto más mi curiosidad que

mi lástima, y decidí prestarle oído.

?Debes saber ?continuó el ánima ?

que yo fui, en vida, un hombre de fortuna.

Nacido en próspera familia de comerciantes,

la abundancia de mi cuna podría haberme

permitido vivir con la mayor tranquilidad,

incluso honrarme socorriendo

a mi prójimo sin riesgo de sufrir por ello

grandes privaciones. Sin embargo, por esa

extraña aunque común paradoja, fui gran

devoto de Mammón; y cultivando ésta mi

adoración, enredado entre usuras y provechos,

ofendí a un tiempo a mis semejantes

y a Aquél que es Uno y es Tres, y cuyo nombre

nunca podrá decirse en estas profundidades.

¿Mediante que artefactos, según qué

ardides llegué a multiplicar mi ya cuantiosa

fortuna hasta los límites de lo obsceno?

Se trataba pues de la instalación de antros

del vicio, que cumplían la condición de excitar

los cuerpos y sus pasiones mediante

la continua emisión de ruido. Aunque música

lo llamaban, entonces de la más baja y

denigrante que imaginarse pueda.

Hasta aquí harto más liviana hubiera

sido mi condena, no pudiendo señalarse

en mí mucho más que la avaricia y la soberbia

que siempre distinguieron a los de

mi especie. El detalle, la innecesaria morbosidad

en que caí y me revolqué y en la

que finalmente, como explicaré, me perdí:

mis antros, mis inmundos templos de intemperancia;

se hallaban inexplicables de

cercanos, más justo sería decir que colindaban,

con hogares familiares. Y no creas,

mortal, que en mi tiempo, digo en el espacio

secular en que la sangre espumosa e

hirviente corrió por mis venas, la abarrotada

polis donde mis negocios me enriquecían

no disponía de leyes, de reglas que

bien hubieran podido impedir la tamaña

desmesura. Pero viví en un tiempo impío,

donde las autoridades más poderosas eran

mis correligionarios, y siempre las encontré

bien dispuestas conmigo, ansiosas por

sumarse al convite de los beneficios que yo

dispensaba. Fue así que, no conforme con

ofender y perjudicar a gentes que nada podían

haber hecho contra mí, decidí magnificar

el sonoro estruendo de mis antros

hasta hacer imposibles sus vidas, particularmente

en perjuicio de los más débiles e

indefensos.

?¿Los más débiles? ?pregunté aquí,

interesado ya en el curioso relato.

?Mortal: sabrás tan bien como yo que

para el hombre de trabajo no hay premio

mayor que el del nocturno regreso a su hogar

para permitirse, concluida ya su jornada

y antes de entregarse al merecido descanso

o acaso a las gracias de su mujer; no

existe premio mayor decía, que cosechar

esa última sonrisa que observa en los ya

adormecidos rostros de sus hijos, o la relajada

serenidad de sus mayores en la que, al

menos durante las treguas que la enfermedad

otorga a la vejez, puedan entregarse al

sueño casi con la misma felicidad que a sus

recuerdos. ¡Pues bien! ¡Yo me propuse flagelar

puntualmente esa realidad! ¡Oh, sí!

¡En cientos de inocentes hogares! Mi oído

agudísimo (otra de las extrañas paradojas

de mi historia) me permitía disfrutar desde

mis viciosas guaridas, aún aturdido por

el absurdo estruendo que ya a mí mismo

me asqueaba; de aquellos sonidos de niños

llorando; de puertas, de cristales temblando;

de enfermos delirando que debían

transformar en nocturnos infiernos aquellos

sencillos hogares; y las quejas de los

viejos ¡ah! torturados en sus últimas noches.

¡Todo aquello era para mí el deleite!

Aún por las mañanas, luego de supliciar

durante toda la noche a mis impotentes

víctimas, me recreaba yo pensando en

los cientos de niños ojerosos que se dormirían

en sus pupitres. ¡En los empleados

y los comerciantes erráticos! Los médicos

que iniciarían sus jornadas plagadas de

responsabilidades ya desplomados por….

Pero hacía varios minutos que los llantos

y quejidos venían pronunciándose in

crescendo sobre los platillos. En el acto

entendí el porqué: habiendo ya presentado

su culpa, el condenado se había relajado

un ápice. Harto distante estaba del sueño

o del descanso, pero hasta este mínimo,

fugaz atisbo de tranquilidad le era negado.

Lo cual tampoco ayudó a su monólogo,

puesto que las lamentaciones tornaron

inaudible su discurso hasta que se ajustó

las correas del columpio y con gran esfuerzo

levantó su propia voz. Tan urgente, tan

grande y sin embargo tan negada ya era su

necesidad de confesión.

?¡Recorría orondo los barrios de la polis!

Chismorreaba con conocidos, saludaba

alguna mammonita autoridad. Un extraño

placer me producía escuchar en los

suburbios la reproducción de la repulsiva

música de mis templos. ¡Así es! Aquellos

mismos que venían a dejarme su dinero la

llevaban, como un escudo de armas, para

perturbar hogares distantes, otorgándome

cualidades de hormiguero o mejor de pulpo,

que extendiera sus tentáculos de nefasta

influencia hacia los más apartados puntos

de la ciudad. Siempre con las mismas

consecuencias; porque también es cierto

que esta nueva reproducción se efectuaba

a un volumen más allá de cualquier

convenio ¿¡Y como lo harían de otro modo,

aquellos mis humildes e involuntarios

sirvientes, si veían todo el tiempo que las

leyes no castigaban, que incluso incitaban

mi funesto accionar!? Pero aquí se equivocaban

ellos, porque queriendo reproducir

la perversidad que los incitaba, olvidaban

que no tenían ni mi poder ni mi oro,

y de allí el que ellos mismos sí fueran ciertamente,

y no de modo infrecuente, reprimidos

por las fuerzas del orden. ¡Cómo me

regocijaba con ello! El caos y el malestar se

propagaban por la ciudad. Los citadinos

ediles enmascaraban estas represalias como

morales acciones, cuando en realidad

las orquestábamos juntos. No servían a

otro fin que dejar a mis tácitos esclavos sin

otra opción que la de volver a mis templos

para poder continuar allí la dependencia

de sus vicios y dejar en mis arcas, pero sólo

en mis arcas, sus pocas broncíneas piezas.

¡Ah! ¡Que grata es la ofensa cuando se realiza

impune, y se la presenta y favorece como

virtud!

Pero aquí fue demasiado ya. Tanto los

infantes como los viejos de los platillos habían

elevado hasta el grito el volumen de

sus ayes, aturdiéndome y aturdiendo al

condenado. Olvidando moralejas y despedidas,

dio media vuelta e inició su lento

descenso hacia la fosa impía, intentando

sin éxito taparse los oídos. Y cuando yo,

condolido al fin, hube de perder su visión

en lontananza, encontré a mi derecha al

astrólogo Schultze rascándose, pensativo,

la cabeza. Y también al altísimo poeta escuché

a mis espaldas, declarando en estilo

bello mas sombrío el tono: ?Quod non

mortalia pectora cogis, auri sacra fames.

N. de la R.; La locución latina es un

verso de Virgilio (Eneida, 3. 84-85), tomado

por Séneca como “Quod non mortalia

pectora cogis, auri sacra fames”, que

significa “a qué llevas a los pechos mortales,

maldito deseo del oro”.

Lo que debes saber
Lo más leído hoy