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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Juan 13, 21-33.36-38

11/04/2017 00:10 El Evangelio
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Evangelio según San Juan 13, 21-33.36-38 Evangelio según San Juan 13, 21-33.36-38

Jesús, estando en la mesa

con sus discípulos, se estremeció

y manifestó claramente:

“Les aseguro que uno de

ustedes me entregará”. Los

discípulos se miraban unos a

otros, no sabiendo a quién se

refería.

Uno de ellos -el discípulo

al que Jesús amaba- estaba

reclinado muy cerca de

Jesús.

Simón Pedro le hizo una

seña y le dijo: “Pregúntale a

quién se refiere”.

él se reclinó sobre Jesús

y le preguntó: “Señor, ¿quién

es?”. Jesús le respondió: “Es

aquel al que daré el bocado

que voy a mojar en el plato”.

Y mojando un bocado, se lo

dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.

En cuanto recibió el bocado,

Satanás entró en él. Jesús

le dijo entonces: “Realiza

pronto lo que tienes que

hacer”. Pero ninguno de los

comensales comprendió por

qué le decía esto. Como Judas

estaba encargado de la

bolsa común, algunos pensaban

que Jesús quería decirle:

“Compra lo que hace falta

para la fiesta”, o bien que

le mandaba dar algo a los pobres.

Y enseguida, después

de recibir el bocado, Judas

salió. Ya era de noche. Después

que Judas salió, Jesús

dijo: “Ahora el Hijo del hombre

ha sido glorificado y Dios ha

sido glorificado en él. Si Dios

ha sido glorificado en él, también

lo glorificará en sí mismo,

y lo hará muy pronto. Hijos

míos, ya no estaré mucho

tiempo con ustedes. Ustedes

me buscarán, pero yo

les digo ahora lo mismo que

dije a los judíos: “A donde yo

voy, ustedes no pueden venir”.

Simón Pedro le dijo: “Señor,

¿adónde vas?”. Jesús le

respondió: “A donde yo voy,

tú no puedes seguirme ahora,

pero más adelante me seguirás”.

Pedro le preguntó:

“¿Por qué no puedo seguirte

ahora? Yo daré mi vida por

ti”. Jesús le respondió: “¿Darás

tu vida por mí? Te aseguro

que no cantará el gallo antes

que me hayas negado 3

veces”.

Comentario

El Señor se revistió de

nuestra debilidad para recubrir

nuestra inconstancia con

la firmeza de su fuerza. Vino

del cielo a este mundo como

un mercader rico y bienhechor

y, por un admirable intercambio

concluyó un negocio:

tomando lo que era nuestro,

nos concedió lo que era

suyo; por lo que era nuestra

vergüenza, dio su honor,

por los dolores la curación,

por la muerte la vida. El santo

apóstol Pedro fue el primero

en hacer la experiencia

de cuán provechosa ha

sido para los creyentes esta

humildad. Sacudido por la

violenta tempestad de su turbación,

volvió en sí por este

brusco cambio, y recuperó

su fuerza. Encontró el remedio

en el ejemplo del Señor...

En efecto, el siervo “no podía

ser mayor que su señor, ni el

discípulo que su maestro”, y

no hubiera podido vencer el

estremecimiento de la fragilidad

humana si el vencedor

de la muerte no se hubiera

estremecido primero. El Señor,

pues, miró a Pedro; ante

las calumnias de los sacerdotes,

las mentiras de los testimonios,

las injurias de los

que le golpeaban y abofeteaban,

encontró a su discípulo

sacudido con la misma mirada

que anteriormente había

visto su turbación. La Verdad

lo penetró con su mirada, justo

allí donde su corazón tenía

necesidad de curación.

Fue como si la voz del Señor

se hubiera hecho oír para

decirle: “¿Dónde vas, Pedro?

¿Por qué te retraes dentro

de ti mismo? Vuelve a mí,

confía en mí y sígueme. Ahora

es el tiempo de mi Pasión, la

hora de tu suplicio no ha llegado

todavía. ¿Por qué temer

ahora? También tú superarás

la prueba. No dejes que te

desconcierte la debilidad que

he tomado sobre mí. Es por lo

que yo he tomado de ti que he

temblado, pero tú, a causa de

lo que tú tienes de mí, no tengas

miedo”.

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