Creo en Dios Creo en Dios
decimos “Creo en Dios”. Pero
hoy con todo lo que vivimos y hacemos,
¿qué quiere decir creo en Dios?
En este domingo, la primera palabra
de Jesús es sobre calmar a sus discípulos
y les dice: “No se inquieten,
crean en Dios y también en mí” (Jn
14, 1).
Es muy importante llegar a entender
y entrar en ese espíritu. El Catecismo
de la Iglesia Católica dice:
“Creo en Dios”: Esta primera afirmación
de la profesión de fe es también
la más fundamental. Todo el símbolo
habla de Dios, y si habla también del
hombre y del mundo, lo hace por relación
a Dios. Todos los artículos del
Credo dependen del primero, así como
los mandamientos son explicitaciones
del primero. Los demás artículos
nos hacen conocer mejor a
Dios tal como se reveló progresivamente
a los hombres. Con razón los
fieles confiesan que lo más importante
de todo es creer en Dios”.
Podemos mirar ese Dios que ha
dado su vida, que ha creado el mundo
y decir “creo en Dios”. Creer implica
adhesión, acogida y obediencia;
es un acto personal, una respuesta
libre.
Decir “creo” supone un don que
se nos da y una responsabilidad que
aceptamos; es una experiencia de
diálogo con Dios que, por amor, nos
habla como amigos.
Cuando digo “creo en Dios” significa
fundamentar en él mi vida, dejar
que su Palabra la oriente cada día, en
las opciones concretas sin temor de
perder algo de mí mismo. Decir “creo
en Dios” nos impulsa a salir de nosotros
mismos continuamente como lo
ha hecho Abraham para llevar en la
realidad cotidiana en la que vivimos
la certeza que nos viene de la fe. La
certeza de la presencia de Dios en la
historia. Aun hoy, una presencia que
da vida y salvación, que nos acerca a
un futuro con él.
Es importante para que no digamos
al pasar “soy creyente”, sino
creer verdaderamente en ese Dios,
que nos da a nosotros la posibilidad
de decir Padre, Abba.
No existe este acto de fe sin consecuencias,
que quiere decir consecuencias
de la fe en ese Dios único.
Ese Dios único es el Dios de la Trinidad.
Creer en Dios, el único, y amarlo
con todo el ser tiene consecuencias
inmensas para toda nuestra vida.
Por eso en todos lados y en todo
momento hacemos la profesión de
fe, en toda solemnidad, en la consagración,
en una ordenación, en una
Primera Comunión y en todos los sacramentos.
La primera consecuencia es reconocer
la grandeza y la majestad de
Dios: “Sí, Dios es tan grande que supera
nuestra ciencia”.
La segunda, es vivir en acción de
gracias: Si Dios es el único, todo lo
que somos y todo lo que poseemos
vienen de él: “¿Qué tienes que no hayas
recibido?” (1 Co 4,7). “¿Cómo pagaré
al Señor todo el bien que me ha
hecho?” (Sal 116,12).
La tercera consecuencia es reconocer
la unidad y la verdadera dignidad
de todos los hombres: todos han
sido hechos “a imagen y semejanza
de Dios” (Gn 1,26).
La cuarta, es usar bien de las cosas
creadas: la fe en Dios, el único,
nos lleva a usar todo lo que no es él
en la medida en que nos acerca a él,
y a separarnos de ello en la medida
en que nos aparta de él (cf. Mt 5,29-
30; 16, 24; 19,23-24): “¡Señor mío
y Dios mío, quítame todo lo que me
aleja de ti! ¡Señor mío y Dios mío, dame
todo lo que me acerca a ti! ¡Señor
mío y Dios mío, despójame de mí
mismo para darme todo a ti! (San Nicolás
de Flüe, Oración).
La quinta consecuencia es muy
importante: es confiar en Dios en todas
las circunstancias, incluso en la
adversidad. Una oración de Santa
Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:
Nada te turbe, / nada te espante
Todo se pasa, / Dios no se muda
La paciencia, / todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene, / nada le falta:
Sólo Dios basta. (Poesía, 30)
Podemos manifestar nuestra fe
y profesar sin miedo. Hoy también
tenemos que tener cuidado de todo
lo que hablamos de Dios. Creer en
lo que he dicho es un compromiso
muy grande y que no debemos decir
sólo con la boca, sino con nuestra
vida. Todo lo hacemos en nombre
de Dios. Lo que vivimos, vivimos
con él.
Hoy es una invitación para entrar
en ese espíritu, como lo han hecho
los profetas y nuestros padres en la
fe que han aceptado entregar sus vidas,
los apóstoles, los santos y santas
también lo han hecho.
Creer no es decir que creeré que
si veo, sino es una experiencia y sabemos
lo que recibimos.
Hay que volver a Dios y creer en
él, porque siempre está para recibirnos.
Todo lo que vivimos, lo hacemos
en ese Dios Padre, que nos ama. No
debemos olvidar que todo lo hacemos
con Dios de la Trinidad: el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo está. Debemos
sumarnos a ese camino de profesión
de fe, adhesión y de la entrega
de nuestro Dios, que nos ama. Que
nuestra Madre, que ha creído, nos
ayude para que siempre profesemos
nuestra fe de corazón y de verdad.
Amén.