Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Opinión

Lugones, el hombre

14/06/2017 00:00 Opinión
Escuchar:

Lugones, el hombre Lugones, el hombre

No voy a hablar -al menos hoy- de sus libros. A propósito, antes de entrar en tema, una anécdota en la que están presentes nada menos que el padre de nuestra Constitución, Alberdi; y el padre de nuestro Código Civil, Vélez Sarsfield. En 1837, cuando todavía ninguno de los dos había publicado sus mejores páginas, Vélez era ya un reputado jurista y Alberdi, diez años menor, estaba haciendo sus primeras armas en las letras. Siendo aún estudiante, publica un mamotreto jurídico bastante indigerible, en el que citaba -sin demasiado conocimiento- al célebre jurisconsulto Cujaccio. Vélez no acusa recibo, y Alberdi -impaciente por conocer su opinión- lo va a visitar a su estudio jurídico. Pero durante la entrevista, Vélez sigue sin comentario alguno sobre el trabajo recibido. Y Alberdi, sin atreverse a preguntar. Por fin, Vélez lo acompaña hasta la puerta. Al despedirse, toma Vélez de su biblioteca un enorme infolio encuadernado en pergamino, y le dice, exagerando su tonada cordobesa: "Alberdi, este es el Cujaccio, y se lo muestro para que no se sepa que usted lo cita sin conocerlo siquiera por su tamaño". ¿Qué se opina hoy de Lugones? Que como escritor fue genial, pero que desvariaba en materia política, al punto de abjurar de la democracia y preconizar la "hora de la espada". Se teme que, al homenajear al genio literario, se crea que se homenajean también sus ideas, y entonces a la avenida de Córdoba se la denomina "Poeta Lugones", dejando afuera al hombre de ideas políticas extravagantes, pero también al exquisito narrador. Para colmo, su único hijo -Leopoldo, "Polo"- se dice que inventó la picana eléctrica al frente de la penitenciaría de la Avda. Las Heras, después de la revolución de 1930. Y, como el padre, también se suicidó. Y su hija (la nieta del escritor), se presentaba: "Mucho gusto. Soy la nieta del escritor y la hija del torturador", se hizo guerrillera y murió durante un enfrentamiento. Y que un hijo de ésta, Alejandro, se suicidó cerca del lugar en que lo hizo su bisabuelo. Un sino trágico, parecido al de la familia de Horacio Quiroga, otro gran escritor amigo de Leopoldo y que lo acompañó como su fotógrafo en su expedición al imperio jesuítico. Ahora bien ¿deliraba realmente Leopoldo en materia política? Y si lo hacía ¿en qué época de su vida? Vale la pregunta porque a lo largo de ella Leopoldo recorrió todo el espectro político, desde el socialista anarquista de su primera juventud en Córdoba, pasando por el liberalismo de su admiración a Sarmiento, llegando al militarismo de la "hora de la espada" (su famoso discurso de Lima en 1824 y su adhesión entusiasta a la revolución del 30 que derribó a Yrigoyen). Es decir, de la extrema izquierda a la extrema derecha. Como Borges, descreyó de la democracia y del sufragio universal. Con todo su genio, no advirtió que, si bien la democracia es una forma imperfecta de gobierno, todavía no se descubrió otra mejor. Y que, si bien lo ideal es el gobierno de los mejores ¿quién elige a los mejores? Ante la posibilidad de que todos pretendan atribuirse ese derecho, lo mejor es que sea la mayoría, no porque no pueda equivocarse (recordemos el nacional socialismo de la Alemania prenazi), sino porque, en todo caso, es la única con algún derecho a equivocarse. Creo que fue un hombre profundamente equivocado, pero que jamás intentó sacar partido de las ideas que abrazaba con fervor. Después se desilusionaba, como no me cabe duda de que lo desilusionó la revolución de Uriburu y que se arrepintió de haberla apoyado. Y quizás allí tengamos una de las razones que lo llevaron a tomar su trágica determinación siete años después. Lo de no poder terminar la biografía de Roca, de su nota de despedida, es mostrar una consecuencia de un estado de ánimo, es decir la punta del iceberg. Otra razón puede haberse llamado Emilia Santiago Cadelago (mucho menor que él y de quien se enamoró; pero esa es otra historia. Y, cada vez que se encendía en un nuevo entusiasmo político, cosechaba enemigos que lo consideraban un traidor a las ideas que abandonaba. Pero él permanecía fiel a sí mismo, siempre mejor que algunos que durante su vida son fieles a una única postura: oficialistas. Según Borges, en la Argentina ha habido muy pocos genios: Sarmiento, Almafuerte, Lugones, Xul Solar… Alguna vez, escribiendo sobre Sarmiento, dije ( y pido perdón por citarme): "No podemos medirlo con el cartabón de los seres normales. Según la Real Academia Española, "genio" es "gran ingenio, fuerza intelectual extraordinaria o facultad de crear o inventar cosas nuevas y admirables". Y también: "Sujeto dotado de esta facultad". Es impensable que estos seres de excepción puedan ser burgueses felices. Son almas atormentadas por el peso del genio que llevan dentro. Lugones dice, en su "Vida de Sarmiento", sin pensar que el sayo le cabría a él a medida: "Pobres grandes hombres, con su carga de genio que sólo depositarán a la orilla del sepulcro, confiando a la sentencia irreparable de la muerte la justificación difícil de su vida". Estos grandes hombres tornan grande hasta al enemigo que atacan. Sobre el "Facundo", dice Lugones: "Sin Sarmiento, Quiroga fuera uno de tantos caudillos valerosos y obscuros… He aquí tu gloria, bribón pequeño o grande: búscate el odio de un genio y muérete sin ser perdonado". Por eso, no juzguemos con demasiada severidad al Lugones hombre, por sus ideas políticas. él mismo, se encargaba de desecharlas en la medida en que los hombres encargados de llevarlas a la práctica, indefectiblemente lo defraudaban. Al menos, jamás medró con ellas. Y vivió y murió pobre, a pesar del éxito resonante de sus obras. Algunos, juzgándolo con mezquindad, han afirmado que su desilusión con el gobierno de Uriburu se debió a que no fue designado ministro de Educación. Olvidan que Lugones vivió renunciando a todos los honores. Ese mismo gobierno creó la Academia Nacional de Letras y le ofreció su presidencia ¿Qué mayor honor para un escritor? No la aceptó, con el pretexto de que, como antes se había negado a pertenecer a la Real Academia Española, aceptar ahora esta función podía considerarse un agravio a esa institución. Entonces el gobierno le ofreció la dirección de la Biblioteca Nacional, lo que tampoco aceptó, y siguió donde ya estaba, al frente de la Biblioteca del Maestro, en el palacio Pizzurno, hasta su muerte. Y antes había sido inspector de enseñanza secundaria. Cabe recordar que, en esta función, recorría el país. Llegaba a un colegio secundario, irrumpía en un aula, y continuaba desarrollando el tema que estaba dándole profesor, con sin igual maestría, se tratara de Botánica, Física, Matemáticas, Lengua, Gramática, Literatura… Su saber era prodigioso. Así como su memoria. Una conferencia que ofreció en la Facultad de Ingeniería, "El tamaño del espacio", luego impresa, motivó que Einsten lo visitara en su viaje a la Argentina, impresionado por el trabajo de Lugones. Pero volvamos a la exagerada modestia de Lugones. La misma nota de despedida, dirigida " Al Juez que intervenga", es demostrativa de ese espíritu de renunciamiento: "No puedo concluir la Historia de Roca. Basta . Pido que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohibo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos. L. Lugones. Por los escritores hizo mucho, al defender sus derechos. Fue fundador de la Sade y la presidía cuando, a los 63 años, aquel 18 de febrero de 1938, al ordenanza del Palacio Pizzurno le dijo "adiós" en lugar del acostumbrado "hasta mañana" y se dirigió al recreo "El Tropezón", en Tigre, a beber su whisky con cianuro. Alguna vez escribió: "El poeta es el astro de su propio destierro". Y recordemos que él, desde su famosa introducción a su primer libro famoso, "Las montañas del oro", escrito a los 23 años y calurosamente elogiado por Rubén Darío, decidió ponerse de parte de los astros. Sus restos descansan en su pueblo natal, Villa de María del Río Seco, al pie del cerro del Romero (hoy La Cautiva) a cuya sombra nació. En la villa de María del Río Seco, al pie del Cerro del Romero, nací. Y esto es todo cuanto diré de mí, porque no soy más que un eco del canto natal que traigo aquí. Y, en sus versos, también expresó su voluntad de yacer allí. Este es el único deseo que se cumplió; los otros, los que expresó en su nota de despedida, felizmente, no fueron cumplidos. Día del Escritor, 2017.

Lo que debes saber
Lo más leído hoy