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EL LIBERAL . Santiago

Día del Inmigrante

04/09/2017 00:00 Santiago
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Día del Inmigrante Día del Inmigrante

Nuestro país creció de la mano de inmigrantes que dejaron su tierra con una valija cargada de esperanza. Por este motivo se festeja su día, con el fin de cultivar las tradiciones de las distintas colectividades que viven en nuestro suelo. Se eligió esa fecha para recordar la llegada de los inmigrantes al país en recuerdo de la disposición dictada por el Primer Triunvirato en 1812, que ofreciera "su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio". Sorpresa, confusión, miedo, nostalgia… todos esos rastros cabían en esos rostros raros, distintos. Pero en el fondo de aquellas intensas miradas de ojos grandes, bien abiertos había una luz que titilaba como una estrella inapagable: era la luz de los soñadores, la poderosa señal de la esperanza encendida, en acción, dispuesta a la conquista de la vida. Eran los inmigrantes; venían del otro lado del mar. Bajaban de los barcos con sus enormes baúles o valijas en los que guardaban todo lo que habían elegido necesitar para la fundación de su nuevo destino. Traían en la memoria otros recuerdos, otros paisajes, otra historia, otros sabores, otros afectos; hablaban otra lengua, cantaban otras canciones, vestían otras ropas… Eran extraños sin disimulos en un país de criollos, hasta que fueron un aluvión y lo extraño ya nada tuvo de extraño. A mediados del siglo XIX en este último rincón del sur había un extenso país que después de declarar la independencia de España trataba aún de ser dueño de su destino mientras en el horizonte se abría una inmensidad todavía virgen: poca gente para tanta tierra esperando por ofrecer frutos. Argentina abrió sus puertas al mundo y el mundo comenzó a desembarcar aquí, una especie de paraíso de la oportunidad donde acaso era posible prosperar de golpe, en una sola generación. Venían con esa ilusión, de "hacer la América", y trabajaron de sol a sol, sin descanso, detrás del gran objetivo o urgidos para reunir dinero que mandara a buscar a la novia, a la esposa o a la familia completa; es decir, a los afectos esenciales que le dieran sentido al esfuerzo y remedio a la soledad. Venían de la vieja Europa, de la lejana Asia. Pero no sólo venían en busca de prosperidad, sino escapando de guerras, del hambre, de opresiones, de persecuciones… Y aquí hallaron abrigo, consuelo, un lugar en el mundo y un destino bajo el sol. Más tarde con el paso del siglo XX comenzarían a llegar desde el otro lado de nuestras fronteras, alentados por ansias parecidas. Y mientras las palabras, las sangres y los ingredientes en la olla se iban mezclando en una nueva manera de ser en un mundo nuevo, las memorias inmigrantes dejaban sobre las mesas el frenesí de sus experiencias, para quien se las quisiera servir. Así, por ejemplo, aunque lejos estuvimos de las dos grandes guerras del siglo XX o de la tremenda guerra civil española, hemos sido conmovidos por historias vivas e intensas en los ojos de sus protagonistas. Así también, en tiempos de naturaleza abundante, supimos de la despiadada angustia del hambre: los vimos besar el pan sobre la mesa. Muchos nunca volvieron a ver a su tierra natal; echaron raíces en la patria de sus hijos y se quedaron definitivamente a compartir el destino de un pueblo del que ya son una parte entrañable e inseparable. Los inmigrantes siguen aquí, sus sangres fluyen en las sangres de las generaciones de hoy; sus rostros reaparecen en otras miradas, en otros gestos; sus historias están en nuestras historias, en la de cada uno y en la que compartimos como santiagueños, como argentinos. Un fraternal abrazo a todos los inmigrantes y sus descendientes que habitan a lo largo y a lo ancho nuestra patria argentina, y en forma especial a los que poblaron y residen en el territorio de la provincia de Santiago del Estero

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