SEMANA A SEMANA

Nicolás Dujovne y sus circunstancias

Por Marcelo Bátiz

Mientras Nicolás Dujovne se va acomodando en el quinto piso del multiministerio de Hipólito Yrigoyen 250, quizás vaya cayendo en la cuenta que serán mucho más importantes para su gestión los funcionarios de otras reparticiones públicas que los pocos que pueda cobijar en Hacienda. Para decirlo sin vueltas: será más importante lo que hagan o dejen de hacer Frigerio, Caputo, Aranguren y Dietrich que Pena, Sigal o Sandleris.

La continua división del área económica redujo la cartera del nuevo ministro a poco más que una secretaría jerarquizada de la que pasarán a depender, en consecuencia, subsecretarios con rango de secretarios. En esas condiciones tendrá que llevar adelante una tarea tan antipática como necesaria como la de reducir uno de los déficits fiscales más altos de la historia, sin poder recurrir a aumento de una carga impositiva que hace tiempo, por su sobredimensión, afecta a la economía desde el punto de vista que se quiera elegir: competitividad externa, rentabilidad o poder adquisitivo.

En una sociedad tan proclive a reemplazar la reflexión por las etiquetas, las discusiones sobre el perfil ortodoxo y heterodoxo, las políticas de shock o gradualismo, pierden el poco sentido que tienen a la hora de considerar el contexto en el que un funcionario debe asumir. Nunca se parte de cero y menos en el manejo de la política económica de un país tan peculiar como la Argentina.

La “pesada herencia” que recibe Dujovne (y que Alfonso Prat Gay se encargó de ampliar) es un déficit cuya atención no deja lugar a muchas opciones. Se lo puede enfrentar con mayor endeudamiento, con emisión monetaria, con la apuesta a un crecimiento fenomenal de la recaudación o con una reducción considerable del gasto público. O bien, como la realidad no se divide en compartimentos estancos, con una combinación de cada uno de ellos. El desafío de Dujovne consistirá, entonces, en las proporciones de cada uno de los elementos de esa combinación. Y en esto tampoco se podrá abstraer del contexto. El viejo truco de enjugar el déficit con emisión monetaria es conocido de sobra en el país de las hiperinflaciones. Una opción nada recomendable y más que improbable si se busca cumplir con la meta de un aumento de precios de no más del 17% anual. Para colmo, la opción de atenuar los efectos de la emisión con Lebacs también tiene sus límites, con un stock que llegó a superar a la misma base monetaria. Además, un repaso de las últimas licitaciones muestra que las nuevas letras adjudicadas no llegan a compensar a las que tiene que renovar un Banco Central que a partir de este mes redujo la frecuencia de las licitaciones a una por mes.

Tampoco puede diseñarse una estrategia que descanse exclusivamente en el crecimiento económico. Un aumento del PIB de 3,5%, como el que se prevé en el Presupuesto, implicará en el mejor de los casos un incremento real de la recaudación inferior a un punto del producto. Al respecto, debe recordarse que 2016 terminará con un déficit primario del 4,8% y se espera reducirlo por lo menos seis décimas el año que viene. La opción del endeudamiento no es ilimitada. La reciente suba de la tasa por parte de la FED es vista en el mercado como apenas un anticipo de lo que vendrá en la era Trump. Y más allá de las contingencias externas, las experiencias argentinas son aleccionadoras en la materia. Diciembre pudo haber marcado un quiebre en ese sentido, ya que como nunca en el resto del año el Gobierno se valió de un viejo recurso kirchnerista: la deuda intraestatal. Sólo con la Anses y el Banco Nación se tomaron fondos por 108.000 millones de pesos. ¿Será, acaso, un aviso de lo que vendrá en 2017? En ese aspecto, el anuncio de Luis Caputo del 30 de diciembre puso en alerta a muchos analistas.

Nada menos que 22.000 millones de dólares de endeudamiento serán destinados a financiar el déficit fiscal. La suma equivale aproximadamente al 4,2% del PIB pronosticado de déficit primario para 2017, pero así y todo no será suficiente. En la misma conferencia, Dujovne adelantó que se incrementarán las erogaciones en infraestructura y se abordará una reforma tributaria. O sea, más gasto y menos ingresos. Es ahí donde empieza a terciar la cuarta opción de reducción del gasto público, una tarea que puede emprenderse con la tosquedad de un carnicero o la precisión de un cirujano. Hasta el momento no se optó por ninguna de las dos, pero difícilmente se pueda seguir esquivando el asunto por mucho tiempo más. El cierre de 2016 se disimulará con los ingresos de fondos del blanqueo, pero como indicó la consultora Ledesma “se trata de recursos extraordinarios en todo sentido. No son ingresos tributarios normales y habituales, y no deberían ser tratados como tales”. Son tan extraordinarios que una vez entrado el segundo trimestre de 2017 ya no podrá contarse con ellos. Dujovne lo sabe y a eso se refirió cuando habló de “mirar finito cómo estamos gastando”. Los subsidios, con una factura que en 2016 cerrará en torno de los 280.000 millones de pesos, aparecen como una tajada más que interesante. Pero la decisión del presidente Mauricio Macri de pulverizar lo que fue el Ministerio de Economía condicionará a Dujovne en la tarea: los subsidios a la Energía dependen de Aranguren, los del Transporte de Dietrich, los del Agua de Frigerio y los del Correo de Aguad. Podrá decirse, y con razón, que no sólo de subsidios se integra el déficit. Y ahí los condicionamientos son similares. Un reciente estudio de Idesa precisó que el 99,8% del gasto no pasa por la órbita del ex Ministerio de Hacienda y Finanzas. Con la nueva división, el margen de maniobra de Dujovne no puede ser más estrecho.

Hasta el momento, la combinación de las opciones para reducir el déficit muestra muy poco de ortodoxia. Por el contrario, la apuesta a una mayor proporción de endeudamiento y al ingreso extraordinario del blanqueo respecto de las otras opciones da la pauta de una administración poco afecta a una reducción del gasto público a ultranza. Pero el año recién comienza y no pueden descartarse sorpresas. Después de todo, en materia de ingresos y gastos, acaba de terminar un año de un modo diferente al que se proyectó hace doce meses.

(*) (especial de DyN para EL LIBERAL)

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