Evangel io según San Lucas 13,22-30

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Jesús les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’; y él os replicará: ‘No sé quiénes sois’. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados’. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. Comentario Así Pablo, en esta carta a los Efesios, insiste en la conducta que como cristianos seguidores e imitadores de Cristo hemos de llevar. Pablo nos da una serie de consejos domésticos, del día a día, para que nuestro comportamiento sea digno de la fe que profesamos. Está claro que no son las obras las que nos redimen, sino la gracia previa de la salvación en Jesús; pero sí son las obras las que expresan nuestra unión y sintonía con esa salvación. Aquí Pablo habla del comportamiento en la familia, en el núcleo de la casa paterna, de las relaciones entre padres e hijos, entre siervoscriados (realidad natural en aquella sociedad) y señores. Y a todos les exhorta a seguir una conducta recta y honesta, sin comportamientos mezquinos o hipócritas, sino con el compromiso del amor “de todo corazón”, de un profundo respeto, como a Cristo. Dice textualmente, “como esclavos de Cristo que hacen lo que Dios quiere”. El horizonte no son los hombres, no es el quedar bien o aparentar, sino saber que tenemos un compromiso con la construcción del Reino de Dios que se edifica en nuestros espacios cotidianos. Que tenemos una encomienda de Jesús de llevar la salvación, la buena nueva de que Dios reina en esta tierra, a todo el mundo. Y ese compromiso nos pone en la perspectiva permanente de hacer realidad la praxis de Jesús: curar enfermos, atender a las viudas, socorrer a los necesitados, predicar la salvación de Dios para todos los hombres. Esta es la salvación que Jesús predicaba para todos los pueblos. Una salvación de reconciliación, de esfuerzo, de entrar por la puerta estrecha, de involucrarse en las cosas del Padre. No basta con “comer y beber contigo”, sino en seguir pegados a lo que el Padre quiere. No basta con ver las necesidades de otro desde fuera, sino que hay que involucrarse y comprometerse con la felicidad de los demás. Así no nos sucederá como a los del evangelio de hoy. “No sé quiénes sois, alejaos de mí, malvados”. La Palabra de Jesús nos invita a estar alerta, atentos, entregados en el seguimiento de Jesús. Nos invita a tener sentimientos de acogida y misericordia con todos. Los de fuera también se sentarán a la mesa del Reino de Dios. No pueden sernos indiferente quienes para Jesús, para Dios, son también hijos elegidos. La iglesia de Jesús es la casa de todos, está abierta a todos, mira por el bien, la salvación y la felicidad de todos. Allí donde alguien sufre, llora, está afligido o carece de lo necesario, allí se hace presente Dios.
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