Episodios de la vida de Guillermo Brown
Por Eduardo Lazzari. Historiador.
La figura del almirante Guillermo Brown, el marino más notable de la Argentina, debió luchar por su lugar en el relato histórico. Su condición de irlandés jugó en contra de su reconocimiento, ya que en los tiempos en que se consolidó la obra de los primeros historiadores abundó cierto criterio nacionalista que privilegió a aquellos próceres nacidos en el actual territorio nacional.
Así fue que la gesta naval de los tiempos de la Independencia no tuvo una repercusión como la que merecía por el hecho de que la mayoría de los embarcados en aquella lucha por la libertad eran extranjeros. Brown es un personaje legendario de la historia nacional y vale la pena recordar algunas anécdotas que lo pintan como un hombre de fortísima voluntad, de formidable carácter y sobre todo un apasionado por la causa de la Revolución de Mayo a la que adhirió desde los inicios de la gesta independentista argentina y sudamericana sin reservas, contribuyendo de forma tal que nos permite otorgarle el título de “Padre de la Patria en el mar” Recomendamos la lectura de algunas biografías muy eruditas sobre el gran almirante. La “Historia de Brown” de Héctor Ratto es un monumento documental insoslayable.
El “Brown, primer almirante de los argentinos” de Miguel Ángel De Marco es un libro moderno y de gran profundidad. También hay una serie de videos institucionales del Instituto Nacional Browniano que abordan distintos aspectos de la vida pública de don Guillermo (o don William, tal su firma), como su gestión de gobernador grabado por Pablo Palermo. Nos atrevemos hoy aquí a presentar algunas pinceladas de la vida del máximo marino argentino.
Su matrimonio moderno
Guillermo Brown, irlandés de Foxford, en el condado de Mayo, en las orillas del río Moy, en el oeste del país verde, se enamora de Elizabeth Chitty, una inglesa de Kent diez años menor que él, y se casan en Londres el 29 de julio de 1809. Practicaban dos religiones: él era católico y ella anglicana. Decidieron casarse en las dos iglesias. Y acordaron entonces la educación de su descendencia: “Nuestras hijas, protestantes; nuestros hijos, católicos”. Este convenio fue cumplido a rajatabla y la primogénita llegaría el 31 de octubre de 1810, discutiéndose hasta hoy si en Buenos Aires o en Londres, y en medio de los avatares de la Revolución.
Luego vendrían siete varones: Guillermo, Juan, Ignacio, Eduardo, Miguel, Patricio y Pedro, además de una segunda mujer, Martina. En 1812, al poco tiempo de instalarse en la capital de las Provincias Unidas, el matrimonio adquirió un extenso terreno de unas 22 hectáreas al sur de la ciudad, cerca del puerto de la Boca, donde construyeron una casa de dos plantas que fue pintada amarilla, algo extraño en la blanca Buenos Aires. El arquitecto fue el escocés Matthew Reid. Esa mansión fue llamada desde entonces “Casa Amarilla”, nombre que perdura hasta hoy en la barriada.
Sus glorias navales
Hay dos hechos que se destacan en la vida marinera de Brown. Su victoria en la primera campaña naval al servicio de la Revolución: el combate de El Buceo al final del bloqueo de Montevideo; y la batalla de Juncal durante la guerra contra el imperio del Brasil. El 14 de mayo de 1814 la flota al mando de Brown, por entonces teniente coronel de marina, atacó la flota virreinal comandada por Miguel de la Sierra frente a El Buceo, obteniendo una victoria completa que hizo caer Montevideo, último bastión realista en el río de la Plata. El Libertador José de San Martín dirá al poco tiempo: “La victoria naval de Montevideo es lo más grande que hasta el presente ha realizado la Revolución”, y Bernardo de Monteagudo expresó que: “Esta acción y el cruce de los Andes son los hechos de mayor trascendencia en nuestra historia”. El 8 de febrero de 1827, aguas arriba de la isla Martín García, en el río Uruguay, comenzó una larga batalla que duraría dos días entre la flota republicana del almirante Brown y la escuadra imperial brasileña del almirante Jacinto de Sena Pereira. Fue una espectacular victoria argentina, ya que sólo dos pequeñas naves enemigas sobrevivieron. Fueron tomados o incendiados quince navíos imperiales a pesar de su ventaja numérica y de poder de fuego.
Se destacaron los “3 valientes” según el comandante argentino: Leonardo Rosales, Tomás Espora y el propio Guillermo Brown.
Su fotografía matrimonial
Ya retirado en su casa de Barracas, el almirante siguió en estado militar activo y fue comandante de la flota porteña desde 1827 por treinta años más. Disfrutaba mucho de las visitas que recibía y solía vestirse con sus ropas navales cuando se convertía en anfitrión de personajes importantes. La tristeza por Elisa, su hija mayor, nunca pudo ser superada por la familia, aunque se disimulara. Elisa se quita la vida por la muerte en batalla de su novio Francisco Drummond, oficial de su padre, en abril de 1827. Puede decirse que Brown se convirtió en uno de los próceres fundacionales más fotogénicos, ya que sobrevivió hasta los tiempos en que los daguerrotipos se hicieron habituales. Su recia estampa de marino, retratada muchas veces, muestra a un hombre consciente de su rol histórico.
Pero se destaca una foto que tomaron del matrimonio Brown: el anciano prócer no aceptó que su esposa estuviera de pie detrás de él, e hizo que se sentara a su lado y en el momento de la instantánea tomó con cariño su mano. Es una de las primeras fotos en el mundo donde dos seres humanos se tocan.
Sus funerales
Brown fue el único almirante argentino hasta su muerte el 3 de marzo de 1857 en su “Casa Amarilla” del barrio de Barracas. Tenía 79 años y lo sobrevivieron su esposa Elizabeth y varios de sus hijos.
Eran los tiempos de la separación del Estado de Buenos Aires de las provincias de la Confederación.
Sin embargo y a pesar de que Brown era el jefe naval del estado rebelde, el presidente Justo José de Urquiza, en un acto de justicia histórica, decretó honras fúnebres justificándolas en que Brown “simboliza las glorias navales de la República Argentina y cuya vida ha estado consagrada constantemente al servicio público en las guerras nacionales que ha sostenido nuestra Patria desde la época de la Independencia”.
En su carácter de ministro de Guerra porteño el coronel Bartolomé Mitre pronunció una oración fúnebre en la que resignó sus reparos por la actuación de Brown durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Dijo varias frases que merecen ser recordadas: “Brown, en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros una flota. Brown, en el sepulcro, simboliza con su nombre toda nuestra historia naval”; “No puedo rememorar en este momento todas las fabulosas hazañas del Almirante Brown”; “Si algún día nuevos peligros amenazasen a la patria de los argentinos,… el soplo poderoso del viejo Almirante henchirá nuestras velas, su sombra empuñará el timón en medio de las tempestades y su figura guerrera se verá de pie sobre la popa de nuestras naves en medio de la humareda del cañón y los gritos de abordaje”. Y concluyó sus palabras Mitre despidiéndolo: “Adiós noble y buen Almirante de la Patria de los Argentinos, adiós. Las sombras de Rosales, de Espora, de Drumond y de Bouchard se levantarán para recibirte en la mansión misteriosa del sepulcro…”. Una multitud acompañó sus restos hasta el cementerio porteño de la Recoleta, donde hasta hoy reposan en paz, dentro de una urna fundida con el bronce de los cañones de sus barcos independentistas que estaban arrumbados en el Arsenal Naval de Buenos Aires.
La paradoja de su tumba
Sin duda, Brown es la figura más relevante de la presencia irlandesa en la historia argentina. La comunidad de la isla verde en el país le realiza permanentes homenajes, a tal punto que la visita de las autoridades de Irlanda a la Argentina siempre concluye con un acto protocolar en la tumba del prócer en la Recoleta. Ya en las primeras décadas del siglo XX los irlandeses lograron que su monumento funerario fuera pintado con el color de su patria natal: el verde. Sin embargo, hay dos hechos materiales que no dejan de ser paradójicos.
El primero es que la inspiración arquitectónica de la tumba de Brown está dada por el monumento que Gran Bretaña construyera en conmemoración de su más grande almirante, Horace Nelson, el héroe de Trafalgar, en la plaza londinense que lleva ese nombre. Hay que recordar que Brown pensaba en su país como independiente de los británicos. Y el segundo es que la reseña biográfica de don Guillermo que está tallada en el cristal que protege el nicho que cobija la urna con sus restos, luego de detallar su lugar de nacimiento dice textualmente “Inglés de origen”, algo que no resulta simpático a los actuales irlandeses que lo homenajean.
Es nuestra opinión que debe permanecer allí tanto el monumento como esa frase. Que nuestro gran almirante yazca en un sepulcro que imita al de otro de los grandes marinos de la historia es un reconocimiento merecido, y sobre todo, recordar que Brown llegó a nuestras tierras con pasaporte inglés es un hecho real que demuestra que la acción vital en la historia es lo que hace grandes a los protagonistas y merecedores de su presencia en el relato de las glorias nacionales, y no su origen, que como decía Sarmiento, es el único acto humano que por su animalidad no depende de la voluntad.
Aún queda mucho por relatar
Quedan muchas anécdotas por contar, desde el periplo junto a Hipólito Bouchard en el Pacífico; su acción como gobernador de Buenos Aires y su intento en salvar a Manuel Dorrego; hasta su incorrección política en el funeral de Espora. No deja de llamar la atención que una vida tan “cinematográfica” llena de valentía y aventura como la de Brown no concite el interés de cineastas y que el arte argentino aún tenga la deuda de producir una película o una serie o un documental sobre el almirante que nos dio libertad e independencia.