Episodios de la vida de Guillermo Brown Episodios de la vida de Guillermo Brown
La figura del almirante Guillermo Brown,
el marino más notable de la Argentina,
debió luchar por su lugar en el relato histórico.
Su condición de irlandés jugó en
contra de su reconocimiento, ya que en
los tiempos en que se consolidó la obra de los
primeros historiadores abundó cierto criterio
nacionalista que privilegió a aquellos próceres
nacidos en el actual territorio nacional.
Así fue
que la gesta naval de los tiempos de la Independencia
no tuvo una repercusión como la que merecía
por el hecho de que la mayoría de los embarcados
en aquella lucha por la libertad eran
extranjeros.
Brown es un personaje legendario de la historia
nacional y vale la pena recordar algunas
anécdotas que lo pintan como un hombre de fortísima
voluntad, de formidable carácter y sobre
todo un apasionado por la causa de la Revolución
de Mayo a la que adhirió desde los inicios
de la gesta independentista argentina y sudamericana
sin reservas, contribuyendo de forma tal
que nos permite otorgarle el título de “Padre de
la Patria en el mar”
Recomendamos la lectura de algunas biografías
muy eruditas sobre el gran almirante. La
“Historia de Brown” de Héctor Ratto es un monumento
documental insoslayable.
El “Brown,
primer almirante de los argentinos” de Miguel
ángel De Marco es un libro moderno y de gran
profundidad. También hay una serie de videos
institucionales del Instituto Nacional Browniano
que abordan distintos aspectos de la vida pública
de don Guillermo (o don William, tal su firma),
como su gestión de gobernador grabado por Pablo
Palermo. Nos atrevemos hoy aquí a presentar
algunas pinceladas de la vida del máximo
marino argentino.
Su matrimonio moderno
Guillermo Brown, irlandés de Foxford, en
el condado de Mayo, en las orillas del río Moy,
en el oeste del país verde, se enamora de Elizabeth
Chitty, una inglesa de Kent diez años menor
que él, y se casan en Londres el 29 de julio
de 1809. Practicaban dos religiones: él era
católico y ella anglicana. Decidieron casarse en
las dos iglesias. Y acordaron entonces la educación
de su descendencia: “Nuestras hijas,
protestantes; nuestros hijos, católicos”. Este
convenio fue cumplido a rajatabla y la primogénita
llegaría el 31 de octubre de 1810, discutiéndose
hasta hoy si en Buenos Aires o en
Londres, y en medio de los avatares de la Revolución.
Luego vendrían siete varones: Guillermo,
Juan, Ignacio, Eduardo, Miguel, Patricio y Pedro,
además de una segunda mujer, Martina.
En 1812, al poco tiempo de instalarse en la capital
de las Provincias Unidas, el matrimonio
adquirió un extenso terreno de unas 22 hectáreas
al sur de la ciudad, cerca del puerto de
la Boca, donde construyeron una casa de dos
plantas que fue pintada amarilla, algo extraño
en la blanca Buenos Aires. El arquitecto fue
el escocés Matthew Reid. Esa mansión fue llamada
desde entonces “Casa Amarilla”, nombre
que perdura hasta hoy en la barriada.
Sus glorias navales
Hay dos hechos que se destacan en la vida
marinera de Brown. Su victoria en la primera
campaña naval al servicio de la Revolución:
el combate de El Buceo al final del bloqueo
de Montevideo; y la batalla de Juncal durante
la guerra contra el imperio del Brasil. El
14 de mayo de 1814 la flota al mando de Brown,
por entonces teniente coronel de marina, atacó
la flota virreinal comandada por Miguel de la
Sierra frente a El Buceo, obteniendo una victoria
completa que hizo caer Montevideo, último
bastión realista en el río de la Plata. El Libertador
José de San Martín dirá al poco tiempo: “La
victoria naval de Montevideo es lo más grande
que hasta el presente ha realizado la Revolución”,
y Bernardo de Monteagudo expresó que:
“Esta acción y el cruce de los Andes son los hechos
de mayor trascendencia en nuestra historia”.
El 8 de febrero de 1827, aguas arriba de la
isla Martín García, en el río Uruguay, comenzó
una larga batalla que duraría dos días entre la
flota republicana del almirante Brown y la escuadra
imperial brasileña del almirante Jacinto
de Sena Pereira. Fue una espectacular victoria
argentina, ya que sólo dos pequeñas naves
enemigas sobrevivieron. Fueron tomados o
incendiados quince navíos imperiales a pesar
de su ventaja numérica y de poder de fuego.
Se
destacaron los “3 valientes” según el comandante
argentino: Leonardo Rosales, Tomás Espora
y el propio Guillermo Brown.
Su fotografía matrimonial
Ya retirado en su casa de Barracas, el almirante
siguió en estado militar activo y fue comandante
de la flota porteña desde 1827 por
treinta años más. Disfrutaba mucho de las visitas
que recibía y solía vestirse con sus ropas
navales cuando se convertía en anfitrión de
personajes importantes. La tristeza por Elisa,
su hija mayor, nunca pudo ser superada por la
familia, aunque se disimulara. Elisa se quita la
vida por la muerte en batalla de su novio Francisco
Drummond, oficial de su padre, en abril
de 1827.
Puede decirse que Brown se convirtió en
uno de los próceres fundacionales más fotogénicos,
ya que sobrevivió hasta los tiempos en
que los daguerrotipos se hicieron habituales.
Su recia estampa de marino, retratada muchas
veces, muestra a un hombre consciente de su
rol histórico.
Pero se destaca una foto que tomaron
del matrimonio Brown: el anciano prócer
no aceptó que su esposa estuviera de pie
detrás de él, e hizo que se sentara a su lado y
en el momento de la instantánea tomó con cariño
su mano. Es una de las primeras fotos en
el mundo donde dos seres humanos se tocan.
Sus funerales
Brown fue el único almirante argentino
hasta su muerte el 3 de marzo de 1857 en
su “Casa Amarilla” del barrio de Barracas. Tenía
79 años y lo sobrevivieron su esposa Elizabeth
y varios de sus hijos.
Eran los tiempos
de la separación del Estado de Buenos Aires
de las provincias de la Confederación.
Sin embargo
y a pesar de que Brown era el jefe naval
del estado rebelde, el presidente Justo José
de Urquiza, en un acto de justicia histórica,
decretó honras fúnebres justificándolas en que
Brown “simboliza las glorias navales de la República
Argentina y cuya vida ha estado consagrada
constantemente al servicio público en
las guerras nacionales que ha sostenido nuestra
Patria desde la época de la Independencia”.
En su carácter de ministro de Guerra porteño
el coronel Bartolomé Mitre pronunció una
oración fúnebre en la que resignó sus reparos
por la actuación de Brown durante el gobierno
de Juan Manuel de Rosas. Dijo varias frases
que merecen ser recordadas: “Brown, en la vida,
de pie sobre la popa de su bajel, valía para
nosotros una flota. Brown, en el sepulcro,
simboliza con su nombre toda nuestra historia
naval”; “No puedo rememorar en este momento
todas las fabulosas hazañas del Almirante
Brown”; “Si algún día nuevos peligros amenazasen
a la patria de los argentinos,… el soplo
poderoso del viejo Almirante henchirá nuestras
velas, su sombra empuñará el timón en medio
de las tempestades y su figura guerrera se verá
de pie sobre la popa de nuestras naves en
medio de la humareda del cañón y los gritos de
abordaje”. Y concluyó sus palabras Mitre despidiéndolo:
“Adiós noble y buen Almirante de la
Patria de los Argentinos, adiós. Las sombras
de Rosales, de Espora, de Drumond y de Bouchard
se levantarán para recibirte en la mansión
misteriosa del sepulcro…”.
Una multitud acompañó sus restos hasta
el cementerio porteño de la Recoleta, donde
hasta hoy reposan en paz, dentro de una urna
fundida con el bronce de los cañones de sus
barcos independentistas que estaban arrumbados
en el Arsenal Naval de Buenos Aires.
La paradoja de su tumba
Sin duda, Brown es la figura más relevante
de la presencia irlandesa en la historia argentina.
La comunidad de la isla verde en el
país le realiza permanentes homenajes, a tal
punto que la visita de las autoridades de Irlanda
a la Argentina siempre concluye con un acto
protocolar en la tumba del prócer en la Recoleta.
Ya en las primeras décadas del siglo XX los
irlandeses lograron que su monumento funerario
fuera pintado con el color de su patria natal:
el verde.
Sin embargo, hay dos hechos materiales
que no dejan de ser paradójicos.
El primero
es que la inspiración arquitectónica de la
tumba de Brown está dada por el monumento
que Gran Bretaña construyera en conmemoración
de su más grande almirante, Horace Nelson,
el héroe de Trafalgar, en la plaza londinense
que lleva ese nombre. Hay que recordar que
Brown pensaba en su país como independiente
de los británicos. Y el segundo es que la reseña
biográfica de don Guillermo que está tallada
en el cristal que protege el nicho que cobija la
urna con sus restos, luego de detallar su lugar
de nacimiento dice textualmente “Inglés de origen”,
algo que no resulta simpático a los actuales
irlandeses que lo homenajean.
Es nuestra opinión que debe permanecer
allí tanto el monumento como esa frase. Que
nuestro gran almirante yazca en un sepulcro
que imita al de otro de los grandes marinos de
la historia es un reconocimiento merecido, y
sobre todo, recordar que Brown llegó a nuestras
tierras con pasaporte inglés es un hecho
real que demuestra que la acción vital en la historia
es lo que hace grandes a los protagonistas
y merecedores de su presencia en el relato
de las glorias nacionales, y no su origen, que
como decía Sarmiento, es el único acto humano
que por su animalidad no depende de la voluntad.
Aún queda mucho por relatar
Quedan muchas anécdotas por contar,
desde el periplo junto a Hipólito Bouchard en el
Pacífico; su acción como gobernador de Buenos
Aires y su intento en salvar a Manuel Dorrego;
hasta su incorrección política en el funeral
de Espora. No deja de llamar la atención que
una vida tan “cinematográfica” llena de valentía
y aventura como la de Brown no concite el interés
de cineastas y que el arte argentino aún
tenga la deuda de producir una película o una
serie o un documental sobre el almirante que
nos dio libertad e independencia.