Santiago De Liniers: el prócer maldito (3a parte)
Por Eduardo Lazzari – Historiador Especial para EL LIBERAL
La figura de Santiago de Liniers es apasionante. El relato histórico argentino muchas veces ha pecado de nacionalismo mal entendido y patrioterismo innecesario. La historia nunca está desprovista de malentendidos ni confusiones.
Pero Liniers es prístino y claro siempre, aunque el devenir de los acontecimientos lo dejó del lado de los derrotados al final de su vida, que brindó por sus ideales.
Por eso, desbrozando de sombras inmerecidas, seguiremos hoy con la vida del héroe máximo del Río de la Plata entre 1806 y 1810, cuando es fusilado por su Patria, que había dejado de ser la nuestra.
La defensa de Buenos Aires
El 22 de septiembre de 1806 el gobierno británico decide la conquista de Montevideo y Buenos Aires. Para ello alista una flota que transportaría un importante contingente militar para cumplir esa orden. El 16 de enero de 1807 desembarcan en Montevideo tropas de la flota británica al mando del brigadier Samuel Auchmuty. A mediados de año llega el teniente general John Whitelockepara encabezar la campaña, con mando sobre casi diez mil hombres.
El 28 de junio desembarcó ese formidable ejército en la Ensenada y Whitelocke durmió en la estancia de Santa Coloma en Quilmes, lugar aún existente y descuidado. El 5 de julio la defensa de la ciudad recaía en la autoridad de Santiago de Liniers, quien con una reducida guarnición militar y miles de milicianos improvisados tuvo que enfrentar el avance de unos 9.000 hombres en doce columnas sobre el centro de Buenos Aires.
Vale el testimonio del teniente coronel Dennis Pack sobre los eventos de ese día glorioso para los porteños: “Antes de que me hubiese escasamente aproximado a la iglesia de San Francisco, ya había perdido bajo el fuego de un enemigo invisible, y ciertamente inatacable para nosotros, los oficiales y la casi totalidad de los hombres que componían la fracción de vanguardia, formada por voluntarios de distintas compañías, los oficiales y casi la mitad de la compañía siguiente, y así en proporción en las otras compañías que componían mi columna...”.
Al final de la jornada las bajas británicas ascendían a 2.000, contando muertos, heridos y prisioneros. Recién el 7 de julio Whitelocke capituló y puede afirmarse que esta derrota fue la más grave de Gran Bretaña en el siglo XIX, teniendo en cuenta el porcentaje de bajas, a tal punto que en la Abadía de Westminster en Londres, hay un cuadro vacío en sus paredes que espera la recuperación de las banderas rendidas en Buenos Aires, hoy en las iglesias porteña y cordobesa de Santo Domingo, donde las depositó Liniers, el héroe de la jornada.
Sólo por la firme autoridad moral y militar del francés pudo Buenos Aires soportar semejante ataque y responder tan organizadamente.
El Virreinato de un francés leal
Terminada la defensa de Buenos Aires, Liniers asumió plenamente el poder político, que le fue confirmado a principios de 1808. Pero la entrevista que tuvo con un enviado de Napoléon Bonaparte, el marqués de Sassenay, al tiempo que el emperador galo ordenaba la invasión de España, fue un grave error político. El gobernador de MontevideoJavier de Elío se rebeló y formó una Junta de Gobierno el 20 de septiembre pidiendo el relevo del virrey. A principios de 1809Liniers fue ascendido a Mariscal de Campo.
El 11 de febrero de 1809 es firmada la Real Cédula que crea el título de Conde de Buenos Aires, el único detentado en el Río de la Plata por persona alguna y por derecho propio, como reconocimiento al éxito militar frente a las dos invasiones británicas. El documento oficial de la Junta que en España había asumido el gobierno dice así: “Deseando la Junta Suprema Gubernativa del Reino premiar debidamente los sobresalientes méritos que ha contraído el mariscal de campo don Santiago Liniers, mientras ha estado en Buenos Aires de Virrey y Capitán General, se ha servido concederle, en nombre del Rey nuestro señor don Fernando VII, la gracia de título de Castilla… para sus hijos, herederos y sucesiones”.
Notificado el francés eligió el título y lo comunicó de esta manera el 15 de mayo de 1809, pocos días antes de ser reemplazado como virrey: “La Junta Suprema… se ha dignado conferirme la gracia de título de Castilla… y cien mil reales de vellón de pensión anual… Y siendo esta la recompensa mas lisonjera que yo podia esperar de un Gobierno justo y paternal, no puede mi gratitud dejar de comunicarlo á V. S., con la advertencia de que por decreto de este día he tomado el título de Conde de Buenos Aires, en tanto S. M. no se digne resolver otra cosa”.
El Cabildo de Buenos Aires se opuso al título. Ya habían cambiado los vientos y un galo en la capital virreinal despertaba más desconfianza que otra cosa. El 30 de junio de 1809 la Junta Suprema nombró al almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros como virrey efectivo del Río de la Plata.
Se eligió un marino de grado superior a Liniers para evitar cualquier resistencia que pudiera éste oponer, hecho que sólo estaba en la imaginación de sus enemigos. En julio llegó Cisneros a Buenos Aires y Liniers entregó mansamente el poder, a pesar de los pedidos de resistencia de algunos que en poco tiempo se convertirían en revolucionarios.
Córdoba y la contrarrevolución: C.L.A.M.O.R.
El nuevo virrey le ordenó viajar a Mendoza, en espera del previsto retorno de Liniers a España. Pero éste se trasladó con su familia a Córdoba, y se instaló en Alta Gracia, donde compró la Estancia Jesuítica de la Merced. Allí fue informado que su título nobiliario fue cambiado por Condado de la Lealtad. Manifestó su adhesión a las autoridades de la intendencia de Córdoba del Tucumán, por entonces al mando del brigadier de la Armada Real Juan Gutiérrez de laConcha. Estallada la revolución porteña del 25 de mayo de 1810, Córdoba se negó a adherir a las nuevas autoridades y Liniers fue uno de los más leales a las autoridades constituidas. En una reunión producida en la Docta, llega a decir que: “... la conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo”. Se pone a disposición del gobernador y se organiza una expedición de 1.500 soldados contra Buenos Aires, pero que se va deshilachando por las deserciones. La llegada a Córdoba del Ejército Auxiliar del Alto Perú, nuestro querido Ejército del Norte, al mando del general Francisco Ortiz de Ocampo provocó la huida hacia el norte de los jefes contrarrevolucionarios que fueron capturados uno a uno. Ya el 28 de julio de 1810se había decidido su destino: “Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conspiradores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda, que sean arcabuceados… Liniers,… Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba,… Rodríguez,… Allende y el oficial Real… Moreno. En el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias se ejecutará esta resolución…”. Ocampo no cumple la orden, es relevado y los prisioneros enviados hacia Buenos Aires.
La tragedia y los homenajes postergados
Juan José Castelli viaja a Córdoba para cumplir la sentencia a muerte. Lo hace en el monte de Papagayos, cerca de la posta de Cabeza de Tigre, en la jurisdicción de Cruz Alta. Los enemigos de la Revolución utilizan como anagrama la letra inicial de los ajusticiados: C por Concha, L por Liniers, A por Allende, M por Moreno, O por Orellana y R por Rodríguez, formando la palabra CLAMOR que fue el grito contrario a los patriotas desde entonces. Sólo se salvó el obispo Rodrigo de Orellana, ya que “contra los realistas vaya y pase, pero contra Dios es demasiado”. La prisión episcopal significó la excomunión de todos los implicados políticos y materiales, algo que se suele omitir.
Los fusilados fueron sepultados junto a la iglesia de Cruz Alta. Sus familias enfrentaron increíbles peripecias, pero Luis, el hijo mayor de Liniers, conservará el título de conde. Cuando España reconoce la independencia argentina durante el gobierno del presidente Justo J. de Urquiza, el cónsul español Joaquín Fillol tramita la repatriación de los restos de Liniers.
Así fue que los restos de los cinco mártires realistas fueron exhumados y ubicados en una única urna de caoba, y trasladados a la iglesia matriz del Rosario a principios de 1861, para luego ser transportada la urna a una bóveda del cementerio de Paraná, capital de la Confederación, donde reposaron desde el 17 de abril de ese año. Ya en la presidencia de Bartolomé Mitre, los restos de Liniers y sus compañeros fueron embarcados en el bergantín español “Gravina”, que fondeó en Cádiz el 20 de mayo de 1864. Fueron sepultados en el Panteón de los Marinos Ilustres de España, sito en la iglesia de la Academia Naval de San Fernando, donde en 1867 se inauguró un soberbio mausoleo.
Años después, comenzaron los merecidos homenajes a Liniers. Calles, pueblos, barrios, departamentos (como en Córdoba) y escuelas comenzaron a ser bautizados con el nombre del héroe de la Reconquista. La demora, sin embargo, se mantuvo con los monumentos, ya que recién a fines del siglo XX Buenos Aires le dedicó uno, bastante avaro. En Niort, ciudad natal del prócer, la comunidad argentina levantó una estatua que no estuvo exenta de polémica, ya que algunos nativos acusaron a Liniers de ser un mercenario español. Sin embargo desde 1910 existe esa conmemoración material. Sin duda, Santiago de Liniers merece ser recordado con entusiasmo y vale la frase que la Armada Argentina puso en su tumba: “Los últimos héroes de la Patria vieja fueron las primeras víctimas de la Patria nueva”.