Santiago De Liniers: el prócer maldito (3a parte) Santiago De Liniers: el prócer maldito (3a parte)
La figura de Santiago de Liniers es apasionante.
El relato histórico argentino muchas veces ha
pecado de nacionalismo mal entendido y patrioterismo
innecesario. La historia nunca está desprovista
de malentendidos ni confusiones.
Pero
Liniers es prístino y claro siempre, aunque el
devenir de los acontecimientos lo dejó del lado de
los derrotados al final de su vida, que brindó por
sus ideales.
Por eso, desbrozando de sombras
inmerecidas, seguiremos hoy con la vida del héroe
máximo del Río de la Plata entre 1806 y 1810,
cuando es fusilado por su Patria, que había dejado
de ser la nuestra.
La defensa de Buenos Aires
El 22 de septiembre de 1806 el gobierno británico
decide la conquista de Montevideo y Buenos
Aires. Para ello alista una flota que transportaría
un importante contingente militar para cumplir
esa orden. El 16 de enero de 1807 desembarcan
en Montevideo tropas de la flota británica al
mando del brigadier Samuel Auchmuty. A mediados
de año llega el teniente general John Whitelockepara
encabezar la campaña, con mando sobre
casi diez mil hombres.
El 28 de junio desembarcó
ese formidable ejército en la Ensenada y
Whitelocke durmió en la estancia de Santa Coloma
en Quilmes, lugar aún existente y descuidado.
El 5 de julio la defensa de la ciudad recaía
en la autoridad de Santiago de Liniers, quien con
una reducida guarnición militar y miles de milicianos
improvisados tuvo que enfrentar el avance de
unos 9.000 hombres en doce columnas sobre el
centro de Buenos Aires.
Vale el testimonio del teniente
coronel Dennis Pack sobre los eventos de
ese día glorioso para los porteños: “Antes de que
me hubiese escasamente aproximado a la iglesia
de San Francisco, ya había perdido bajo el fuego
de un enemigo invisible, y ciertamente inatacable
para nosotros, los oficiales y la casi totalidad
de los hombres que componían la fracción de
vanguardia, formada por voluntarios de distintas
compañías, los oficiales y casi la mitad de la compañía
siguiente, y así en proporción en las otras
compañías que componían mi columna...”.
Al final de la jornada las bajas británicas ascendían
a 2.000, contando muertos, heridos y
prisioneros. Recién el 7 de julio Whitelocke capituló
y puede afirmarse que esta derrota fue la
más grave de Gran Bretaña en el siglo XIX, teniendo
en cuenta el porcentaje de bajas, a tal punto
que en la Abadía de Westminster en Londres, hay
un cuadro vacío en sus paredes que espera la recuperación
de las banderas rendidas en Buenos
Aires, hoy en las iglesias porteña y cordobesa de
Santo Domingo, donde las depositó Liniers, el héroe
de la jornada.
Sólo por la firme autoridad moral
y militar del francés pudo Buenos Aires soportar
semejante ataque y responder tan organizadamente.
El Virreinato de un francés leal
Terminada la defensa de Buenos Aires, Liniers
asumió plenamente el poder político, que le
fue confirmado a principios de 1808. Pero la entrevista
que tuvo con un enviado de Napoléon Bonaparte,
el marqués de Sassenay, al tiempo que el
emperador galo ordenaba la invasión de España,
fue un grave error político. El gobernador de MontevideoJavier
de Elío se rebeló y formó una Junta
de Gobierno el 20 de septiembre pidiendo el relevo
del virrey. A principios de 1809Liniers fue ascendido
a Mariscal de Campo.
El 11 de febrero de 1809 es firmada la Real
Cédula que crea el título de Conde de Buenos
Aires, el único detentado en el Río de la Plata por
persona alguna y por derecho propio, como reconocimiento
al éxito militar frente a las dos invasiones
británicas. El documento oficial de la Junta
que en España había asumido el gobierno dice así:
“Deseando la Junta Suprema Gubernativa del Reino
premiar debidamente los sobresalientes méritos
que ha contraído el mariscal de campo don
Santiago Liniers, mientras ha estado en Buenos
Aires de Virrey y Capitán General, se ha servido
concederle, en nombre del Rey nuestro señor don
Fernando VII, la gracia de título de Castilla… para
sus hijos, herederos y sucesiones”.
Notificado el francés eligió el título y lo comunicó
de esta manera el 15 de mayo de 1809, pocos
días antes de ser reemplazado como virrey: “La
Junta Suprema… se ha dignado conferirme la gracia
de título de Castilla… y cien mil reales de vellón
de pensión anual… Y siendo esta la recompensa
mas lisonjera que yo podia esperar de un Gobierno
justo y paternal, no puede mi gratitud dejar de
comunicarlo á V. S., con la advertencia de que por
decreto de este día he tomado el título de Conde
de Buenos Aires, en tanto S. M. no se digne resolver
otra cosa”.
El Cabildo de Buenos Aires se opuso
al título. Ya habían cambiado los vientos y un
galo en la capital virreinal despertaba más desconfianza
que otra cosa.
El 30 de junio de 1809 la Junta Suprema
nombró al almirante Baltasar Hidalgo de Cisneros
como virrey efectivo del Río de la Plata.
Se eligió
un marino de grado superior a Liniers para evitar
cualquier resistencia que pudiera éste oponer,
hecho que sólo estaba en la imaginación de sus
enemigos. En julio llegó Cisneros a Buenos Aires y
Liniers entregó mansamente el poder, a pesar de
los pedidos de resistencia de algunos que en poco
tiempo se convertirían en revolucionarios.
Córdoba y la contrarrevolución:
C.L.A.M.O.R.
El nuevo virrey le ordenó viajar a Mendoza,
en espera del previsto retorno de Liniers a España.
Pero éste se trasladó con su familia a Córdoba,
y se instaló en Alta Gracia, donde compró
la Estancia Jesuítica de la Merced. Allí fue informado
que su título nobiliario fue cambiado por
Condado de la Lealtad. Manifestó su adhesión
a las autoridades de la intendencia de Córdoba
del Tucumán, por entonces al mando del brigadier
de la Armada Real Juan Gutiérrez de laConcha.
Estallada la revolución porteña del 25 de mayo
de 1810, Córdoba se negó a adherir a las nuevas
autoridades y Liniers fue uno de los más leales
a las autoridades constituidas. En una reunión
producida en la Docta, llega a decir que: “...
la conducta de los de Buenos Aires con la Madre
Patria, en la que se halla debido el atroz usurpador
Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo
a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente
se salvaría, lo asesina en la cama para
heredarlo”. Se pone a disposición del gobernador
y se organiza una expedición de 1.500 soldados
contra Buenos Aires, pero que se va deshilachando
por las deserciones.
La llegada a Córdoba del Ejército Auxiliar del
Alto Perú, nuestro querido Ejército del Norte, al
mando del general Francisco Ortiz de Ocampo
provocó la huida hacia el norte de los jefes contrarrevolucionarios
que fueron capturados uno
a uno. Ya el 28 de julio de 1810se había decidido
su destino: “Los sagrados derechos del Rey y de
la Patria han armado el brazo de la justicia y esta
Junta ha fulminado sentencia contra los conspiradores
de Córdoba, acusados por la notoriedad
de sus delitos y condenados por el voto general
de todos los buenos. La Junta manda, que
sean arcabuceados… Liniers,… Gutiérrez de la
Concha, el obispo de Córdoba,… Rodríguez,…
Allende y el oficial Real… Moreno. En el momento
que todos o cada uno de ellos sean pillados,
sean cuales fuesen las circunstancias se ejecutará
esta resolución…”. Ocampo no cumple la
orden, es relevado y los prisioneros enviados
hacia Buenos Aires.
La tragedia y los homenajes postergados
Juan José Castelli viaja a Córdoba para cumplir
la sentencia a muerte. Lo hace en el monte de
Papagayos, cerca de la posta de Cabeza de Tigre,
en la jurisdicción de Cruz Alta. Los enemigos de la
Revolución utilizan como anagrama la letra inicial
de los ajusticiados: C por Concha, L por Liniers, A
por Allende, M por Moreno, O por Orellana y R por
Rodríguez, formando la palabra CLAMOR que fue
el grito contrario a los patriotas desde entonces.
Sólo se salvó el obispo Rodrigo de Orellana, ya
que “contra los realistas vaya y pase, pero contra
Dios es demasiado”. La prisión episcopal significó
la excomunión de todos los implicados políticos y
materiales, algo que se suele omitir.
Los fusilados fueron sepultados junto a la
iglesia de Cruz Alta. Sus familias enfrentaron increíbles
peripecias, pero Luis, el hijo mayor de Liniers,
conservará el título de conde. Cuando España
reconoce la independencia argentina durante
el gobierno del presidente Justo J. de Urquiza,
el cónsul español Joaquín Fillol tramita la repatriación
de los restos de Liniers.
Así fue que los restos
de los cinco mártires realistas fueron exhumados
y ubicados en una única urna de caoba, y
trasladados a la iglesia matriz del Rosario a principios
de 1861, para luego ser transportada la urna
a una bóveda del cementerio de Paraná, capital
de la Confederación, donde reposaron desde
el 17 de abril de ese año.
Ya en la presidencia de Bartolomé Mitre, los
restos de Liniers y sus compañeros fueron embarcados
en el bergantín español “Gravina”, que
fondeó en Cádiz el 20 de mayo de 1864. Fueron
sepultados en el Panteón de los Marinos Ilustres
de España, sito en la iglesia de la Academia Naval
de San Fernando, donde en 1867 se inauguró un
soberbio mausoleo.
Años después, comenzaron
los merecidos homenajes a Liniers. Calles, pueblos,
barrios, departamentos (como en Córdoba)
y escuelas comenzaron a ser bautizados con el
nombre del héroe de la Reconquista. La demora,
sin embargo, se mantuvo con los monumentos,
ya que recién a fines del siglo XX Buenos Aires le
dedicó uno, bastante avaro. En Niort, ciudad natal
del prócer, la comunidad argentina levantó una
estatua que no estuvo exenta de polémica, ya que
algunos nativos acusaron a Liniers de ser un mercenario
español. Sin embargo desde 1910 existe
esa conmemoración material.
Sin duda, Santiago de Liniers merece ser recordado
con entusiasmo y vale la frase que la Armada
Argentina puso en su tumba: “Los últimos
héroes de la Patria vieja fueron las primeras víctimas
de la Patria nueva”.