EL EVANGELIO DEL DOMINGO – PBRO. MARIO RAMÓN TENTI

Dios es un Dios de vivos, no de muertos

Lucas 20, 27-38

Se a c e rc a n a Jesús unos Saduceos para preguntar sobre un aspecto de su enseñanza: “La resurrección de los muertos”, que ellos negaban. Para plantear esta cuestión recurren a la legislación del matrimonio levirático. La Ley de Levirato, según Dt 25, 5-6 dice: “Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa, y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel”. (Cfr Gen 8,8).

A la luz de esta legisl a c ión, l os Saduceos plantean un caso teórico (el de siete hermanos que se casan con la misma mujer sin dejar descendencia y preguntando de quién será mujer en la resurrección) para ver qué clase de respuesta da Jesús. A este interrogante, Jesús responde que el matrimonio es una institución “de esta vida”, cuya función es perpetuar la especie humana. Pero, en “la otra vida” donde ya no mueren, todos serán como “ángeles”, serán “hijos de Dios por haber nacido de la resurrección”. En esa vida ya no existirá el matrimonio por lo que la cuestión planteada por los Saduceos carece de sentido. El error de los saduceos consiste en asumir que las instituciones de este mundo van a continuar en el mundo futuro. Para apoyar su respuesta, Jesús apela a un pasaje del Pentateuco (Ex 3,2-6) sobre la aparición de Dios a Moisés en el monto Horeb. Allí, Yahvé se presenta a Moisés como el Dios de los patriarcas que, aunque ya hacía tiempo que habían muerto, tenían que estar vivos, porque Yahvé “no es un Dios de muertos, sino de vivos”. Para Jesús, no sólo los muertos resucitan, sino que todos ellos están vivos para Dios. Y esto es así, porque Dios es el “viviente” que conduce la historia liberando al hombre de todas sus esclavitudes, incluso de la muerte.


Conclusión

El Reino instaurado por Jesús, presente y actuante en la historia, supone no solamente el misterio de su resurrección sino su señorío sobre el cosmos y la historia. El libro del Apocalipsis presenta a Cristo como: “el Primero y el Ultimo, el que vive”, es decir, el “viviente”, el que vive por los siglos de los siglos (presente eterno). Su vida ha vencido la muerte y participa de la misma vida de Dios. Por eso, para los cristianos vivir junto a Jesús, ser sus discípulos, es vivir ya desde ahora como “resucitados”, anunciando la buena noticia y trabajando para que su reino se difunda y encarne en nuestra realidad cotidiana.

Los cristianos somos testigos de la Vida que es Jesús, promovemos y defendemos la vida en todas sus manifestaciones para que el hombre viva en dignidad y la gloria de Dios se exaltada en el mundo. Apostar por la vida significa ser personas con esperanza, capaces de vencer por la fuerza del amor el pesimismo que nos lleva a creer que todo está perdido, que la humanidad y el mundo no tienen una salida y están condenados al fracaso. Ser testigos del amor y la esperanza es horizonte de todos aquellos que creemos en Jesús y el Reino que él nos regaló con su muer te y resurrección.

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