Dios es un Dios de vivos, no de muertos Dios es un Dios de vivos, no de muertos
Se a c e rc a n a Jesús
unos Saduceos para preguntar
sobre un aspecto de
su enseñanza: “La resurrección
de los muertos”,
que ellos negaban. Para
plantear esta cuestión recurren
a la legislación del
matrimonio levirático.
La Ley de Levirato, según
Dt 25, 5-6 dice: “Si unos
hermanos viven juntos y uno
de ellos muere sin tener hijos,
la mujer del difunto no
se casará fuera con un
hombre de familia extraña.
Su cuñado se llegará a ella,
ejercerá su levirato tomándola
por esposa, y el primogénito
que ella dé a luz llevará
el nombre de su hermano
difunto; así su nombre
no se borrará de Israel”. (Cfr
Gen 8,8).
A la luz de esta legisl
a c ión, l os Saduceos
plantean un caso teórico (el
de siete hermanos que se
casan con la misma mujer
sin dejar descendencia y
preguntando de quién será
mujer en la resurrección)
para ver qué clase de respuesta
da Jesús.
A este interrogante, Jesús
responde que el matrimonio
es una institución “de
esta vida”, cuya función es
perpetuar la especie humana.
Pero, en “la otra vida”
donde ya no mueren, todos
serán como “ángeles”, serán
“hijos de Dios por haber
nacido de la resurrección”.
En esa vida ya no existirá el
matrimonio por lo que la
cuestión planteada por los
Saduceos carece de sentido.
El error de los saduceos
consiste en asumir que las
instituciones de este mundo
van a continuar en el mundo
futuro.
Para apoyar su respuesta,
Jesús apela a un
pasaje del Pentateuco (Ex
3,2-6) sobre la aparición de
Dios a Moisés en el monto
Horeb. Allí, Yahvé se presenta
a Moisés como el Dios
de los patriarcas que, aunque
ya hacía tiempo que habían
muerto, tenían que estar
vivos, porque Yahvé “no
es un Dios de muertos, sino
de vivos”. Para Jesús, no
sólo los muertos resucitan,
sino que todos ellos están
vivos para Dios. Y esto es
así, porque Dios es el “viviente”
que conduce la historia
liberando al hombre de
todas sus esclavitudes, incluso
de la muerte.
Conclusión
El Reino instaurado por
Jesús, presente y actuante
en la historia, supone no
solamente el misterio de su
resurrección sino su señorío
sobre el cosmos y la historia.
El libro del Apocalipsis
presenta a Cristo como: “el
Primero y el Ultimo, el que
vive”, es decir, el “viviente”,
el que vive por los siglos de
los siglos (presente eterno).
Su vida ha vencido la muerte
y participa de la misma
vida de Dios. Por eso, para
los cristianos vivir junto a
Jesús, ser sus discípulos, es
vivir ya desde ahora como
“resucitados”, anunciando
la buena noticia y trabajando
para que su reino se difunda
y encarne en nuestra
realidad cotidiana.
Los cristianos somos
testigos de la Vida que es Jesús,
promovemos y defendemos
la vida en todas sus
manifestaciones para que
el hombre viva en dignidad
y la gloria de Dios se exaltada
en el mundo. Apostar
por la vida significa ser personas
con esperanza, capaces
de vencer por la fuerza
del amor el pesimismo que
nos lleva a creer que todo
está perdido, que la humanidad
y el mundo no tienen una
salida y están condenados
al fracaso. Ser testigos del
amor y la esperanza es horizonte
de todos aquellos que
creemos en Jesús
y el Reino
que él nos
regaló con
su muer te
y resurrección.