Evangelio según San Marcos 9,41-50. Evangelio según San Marcos 9,41-50.
“Les aseguro que no
quedará sin recompensa el
que les dé de beber un vaso
de agua por el hecho de
que ustedes pertenecen a
Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar
a uno de estos
pequeños que tienen fe, sería
preferible para él que
le ataran al cuello una piedra
de moler y lo arrojaran
al mar.
Si tu mano es para ti
ocasión de pecado, córtala,
porque más te vale entrar
en la Vida manco, que ir con
tus dos manos a la Gehena,
al fuego inextinguible.
Y si tu pie es para ti ocasión
de pecado, cór talo,
porque más te vale entrar
lisiado en la Vida, que ser
arrojado con tus dos pies a
la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión
de pecado, arráncalo,
porque más te vale entrar
con un solo ojo en el Reino
de Dios, que ser arrojado
con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y
el fuego no se apaga.
Porque cada uno será
salado por el fuego.
La sal es una cosa excelente,
pero si se vuelve insípida,
¿con qué la volverán a
salar? Que haya sal en ustedes
mismos y vivan en paz
unos con otros”.
Comentario
Sabemos por los exégetas
que la comunidad marcana
era una comunidad pagana,
marginal y perseguida.
El contexto de persecución
que sufrió esta segunda
generación cristiana podía
haber debilitado en cierta
medida la fe de los creyentes.
Marcos sale al paso de
esta necesidad. Quiere recuperar
la historia de Jesús en
un momento en el que, por el
paso del tiempo y la muerte
de los primeros testigos, se
corría el peligro de perder su
memoria.
El hilo cristológico central
del relato evangélico tiene
una consecuencia ineludible:
el camino de los discípulos
no puede ser diferente
al del Maestro. De aquí la paciente
tarea del Señor en instruir
a sus discípulos sobre el
camino de la Cruz.
Sólo se puede confesar al
Resucitado si, junto a él, hemos
recorrido su mismo camino
hacia el Gólgota. En la
Cruz se nos revela el verdadero
Hijo de Dios vivo. Lo decíamos
el pasado lunes.
San Policarpo, obispo de
Esmirna, es un testigo de excepción
en este seguimiento
del Maestro hasta las últimas
consecuencias.
Es conmovedora la carta
que la Iglesia de Esmirna escribe
a los cristianos de Filomelio
narrando el martirio de
su santo obispo. Un martirio
que curiosamente tiene relación
con el fuego del que habla
el Evangelio de hoy: Todos
serán salados a fuego.
Me encanta la imagen del
fuego porque es muy claretiana.
Estas apasionadas palabras
y otras parecidas brotaban
del corazón de San Antonio
María Claret: ¡Oh Jesús
mío!, os pido una cosa que yo
sé que me la queréis conceder.
Sí, os pido amor, llamas
grandes de ese fuego que habéis
bajado del cielo a la tierra.
Un fuego divino.
Un fuego sagrado enciéndame,
árdame, derrítame y
derrítame en el molde de la
voluntad de Dios (Autb. 446).
La radicalidad que plantea
el Evangelio es estremecedora.
Es una invitación a vivir
hasta el final las consecuencias
de la fe.
Imagino el eco que tendrán
las palabras de Jesús en
las numerosas Iglesias perseguidas
de la actualidad. La
lista de mártires es ingente
en nuestros días.