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La esfinge colla: Historias de la vida de Victorino de la Plaza

02/12/2017 22:11 Santiago
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La esfinge colla: Historias de la vida de Victorino de la Plaza La esfinge colla: Historias de la vida de Victorino de la Plaza

HACÉ CLICK AQUÍ PARA UNIRTE AL CANAL DE WHATSAPP DE EL LIBERAL Y ESTAR SIEMPRE INFORMADOEl último de los presidentes conservadores fue Victorino

de la Plaza, salteño de Cachi, nacido el 2 de noviembre

de 1840. Fue también el último presidente constitucional

nacido al norte de Santiago del Estero. La temprana

muerte de su padre lo obligó a colaborar con el sostenimiento del

hogar, ayudando a su madre con la venta de las empanadas, los

dulces y los jabones que ella misma producía. Fue un voraz lector

desde su infancia.

Cuando el gobernador de Entre Ríos, Justo

José de Urquiza, funda el Colegio del Uruguay

en 1849, requirió a las provincias el envío

de sus jóvenes más notables para crear

una élite intelectual del país que aún esperaba

organizarse. Desde Salta llegó Victorino

de la Plaza, convertido en alumno y compañero

de varios de sus futuros compañeros

de lucha política, como Eduardo Wilde, Julio

Argentino Roca, y muchos más que conformaron

el núcleo provinciano de la Generación

del ’80.

De la Plaza logró el título de notario y procurador

otorgado por el Tribunal Superior

de Justicia de Salta, y se especializó en jurisprudencia,

estudiando Derecho en la Universidad

de Buenos Aires, donde se recibirá de

abogado y escribano. Se fogueó como hombre

de leyes, colaborando con Dalmacio Vélez

Sarsfield en la redacción del Código de

Comercio, aprobado durante la presidencia

de Sarmiento. Sus conocimientos económicos

lo convirtieron en un hombre de consulta

permanente y por ello, el presidente Avellaneda

lo nombró Procurador del Tesoro y

luego ministro de Hacienda, cargo que lo enfrentó

a la primera gran crisis de deuda pública

de la república organizada.

En esos tiempos conoció a su esposa, Epifanía Ecilia Belvis,

con quien no tendrá hijos y lo convertirá en viudo muy joven, a

los 35 años. Más adelante vivirá un romance con su ama de llaves,

Emily Henry, que se iba a convertir en la madre del único hijo de

Victorino, Victoriano. No lo reconocerá como heredero, pero vivieron

como padre e hijo.

Su trabajo como abogado de las empresas ferroviarias de capital

británico lo convirtió en un gran negociador. En la crisis de

1890, luego de la renuncia del presidente Juárez Celman, su sucesor

Pellegrini lo nombró a cargo de los pagos de la deuda a los

bancos europeos. Su fría y metódica forma de negociar, sumada a

su capacidad profesional y técnica, hizo que la diplomacia inglesa

lo considerara su mejor alumno. Al enfrentar a los banqueros a

los que el país les debía dinero, comenzó diciendo que era de sumo

interés de la Argentina ocuparse del problema que ellos tenían.

Ante la protesta, él se limitó a contestar que los que no cobraban

eran los bancos. Si la Argentina no pagaba, el perjuicio era

para los acreedores. El mejor alumno se había convertido en el

principal adversario.

El arreglo de la deuda externa estatal se firmó unos años después,

con una gran mejoría de los plazos y de los intereses, muy

favorable a la economía de nuestro país. La actitud de De la Plaza

de permanecer por encima de los conflictos partidarios lo ubicó

en un carácter de respeto y consideración. No se le conocían ni

enemigos ni adversarios políticos y en los albores del siglo XX ya

era legendario su dominio de los gestos. Debido a su rostro indiano

y su capacidad de controlar sus emociones, le decían familiarmente

el “Chino”, pero cuando se lo trataba en su carácter político

lo llamaban la “Esfinge colla”. Fue diputado en varias ocasiones y

el presidente Figueroa Alcorta lo nombró canciller.

El buen concepto que su persona tenía hizo que su candidatura

a la vicepresidencia acompañando a Roque Sáenz Peña fuera

aceptada mayoritariamente, sobre todo porque implicaba compensar

los aires modernistas de su compañero de fórmula. Llegó

a la segunda magistratura del país con 69 años, y se convirtió en

un eficaz colaborador del presidente, aunque no compartiera algunos

aspectos de sus políticas. Es uno de los pocos casos en la

historia argentina de un vicepresidente leal al primer mandatario.

Solía caminar por las calles porteñas con su amigo Benito Villanueva,

lo que les valió el mote de los “solterones alegres”. Como

vicepresidente inauguró la línea A de subterráneos de Buenos Aires,

la primera del mundo en una ciudad de habla hispana.

La enfermedad de Roque Sáenz Peña y su muerte le dieron a

Victorino de la Plaza una relevancia inesperada. Asumió la presidencia

el 9 de agosto de 1914, año en el que murieron tres presidentes:

Sáenz Peña, Roca y Uriburu, un canto de cisne para la Generación

del ’80. En esos tiempos gobernaba la provincia de Santiago

del Estero el Dr. Antenor álvarez, por entonces se construyeron

los primeros desagües pluviales de la ciudad de Santiago, se

fundó la Biblioteca “9 de Julio”, se inauguró la Escuela “Del Centenario”

y el canal de Tarapaya a Villa San Martín, y sobre todo se

libró un combate exitoso contra el paludismo y el tracoma, enfermedad

que provocaba ceguera en un segmento importante de la

población.

La gestión de De la Plaza se vio enormemente

dificultada por el inicio de la Gran

Guerra Europea, la Primera Guerra Mundial,

al mismo tiempo que su presidencia. Tuvo

que tomar medidas muy duras de economía,

ya que en esos tiempos los ingresos del Estado

dependían del comercio exterior, que se

derrumbó como consecuencia de la guerra.

Se produjo la más grande deflación (caída de

precios) de la historia argentina, y como un

hecho casi gracioso, la supresión del té de la

tarde a que tenían derecho los empleados estatales,

provocó la primera huelga estatal del

país. Recién en 1919 el presidente Yrigoyen

restauraría el té, aunque permitiendo elegir

el mate cocido. A pesar de los problemas, pudo

mantener la neutralidad argentina en el

conflicto, y se equilibraron las cuentas externas,

permitiendo que las embajadas argentinas

en Europa se convirtieran en depositarias

del oro que los habitantes quisieran confiar

a nuestro país. Fue más el oro depositado

en las oficinas argentinas que en las estadounidenses.

Como presidente sus logros más importantes

fueron la inauguración de la Estación

Retiro del entonces Ferrocarril Central Argentino,

el mismo de la estación que hoy es el edificio del Fórum,

en Santiago del Estero, y de la primera línea ferroviaria electrificada

de trocha ancha del mundo, la creación de la Caja de Ahorro

Postal, la concreción del tercer censo nacional que dio una cifra

asombrosa: 8 millones de habitantes. La Argentina, sólo cuarenta

años antes, tenía sólo 2 millones. Nunca en la historia se dio un

incremento poblacional como éste en tan poco tiempo.

Los viejos dirigentes conservadores vieron el riesgo de aplicar

la ley del voto secreto, obligatorio y universal en las elecciones

presidenciales. Le propusieron a De la Plaza cambiar la ley electoral.

El estadista afirmó haber sido elegido para seguir el plan

de gobierno del presidente Sáenz Peña, y aunque no estuviera de

acuerdo, no era quien para modificarlo. Además dijo: “Hicimos

tan bien las cosas durante tanto tiempo, que la gente va a seguir

confiando en nosotros”. No fue así y en 1916 los radicales, por primera

vez, llegaron a la presidencia de la mano de Hipólito Yrigoyen.

De la Plaza se comportó como un caballero: en la Casa Rosada

le entregó los atributos del poder a Yrigoyen, a quien conoció

en ese momento. Volvió a su casa de la calle Libertad, caminando,

en medio del público, de galera y bastón.

Donó a la Universidad de Buenos Aires $ 50.000 para agradecer

a la institución su formación, que le permitió servir al país como

funcionario fiel. Sus libros fueron destinados a la Biblioteca

Pública de Salta, su provincia. Murió el 2 de octubre de 1919, y su

nombre es el de muchos pueblos y ciudades, calles y avenidas, escuelas

y bibliotecas.

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