José Figueroa Alcorta José Figueroa Alcorta
CABEZA DEL PODER EJECUTIVO
Fue el primer presidente en asumir por la muerte de su antecesor. El hecho de que tuviera 46 años, luego de varias presidencias ancianas, dio dinamismo a la gestión administrativa del gobierno.
En la elección de sus colaboradores tuvo hombres de Roca, de Pellegrini, de Ugarte, y finalmente sólo se quedó con quienes le eran adictos y fieles. Su política oscilante fue combatida por Roca desde el Senado, y el obstruccionismo parlamentario consecuente fue generando una situación de crisis institucional que Figueroa Alcorta aprovechó.
Cometió un acto anticonstitucional, el más grave de todos estos años, como fue la clausura del Congreso Nacional, con el sencillo expediente de ordenárselo a los bomberos, en el verano de 1908. Vale recordar que los legisladores sólo cobraban si asistían a la sesión, lo que facilitó la presión de Figueroa Alcorta sobre ellos.
Esto se dio en el marco de una creciente apatía política. El hecho que desencadena la clausura fue la negativa del Senado a tratar el presupuesto nacional, la ley de leyes, y a nadie en la Argentina de entonces se le cruzaba por la cabeza usar fondos públicos no autorizados por la ley. De hecho Figueroa Alcorta decretó la prolongación del presupuesto anterior para mantener el funcionamiento de la administración.
También utilizó la presión sobre los gobernadores, amenazándolos con la intervención, si no se adecuaban a sus políticas, logró desarmar el sistema político del ‘80. Roca dirá que no lo vio venir: "Fue como cabalgar en un vizcacheral". Lo más notable de esto, es que la opinión pública acompañaba con simpatía la acción de Figueroa Alcorta, manifestando así su desencanto con quienes la gobernaban desde treinta años atrás. La incapacidad de los opositores conservadores para presentar un frente unido ante el oficialismo, consolidó el triunfo de Figueroa Alcorta al ganar las elecciones legislativas de 1908. La provincia de Santiago del Estero no tuvo grandes problemas con el presidente.
El gobernador José Santillán, que había sido víctima de los revolucionarios de 1905, no se quejó cuando Figueroa Alcorta indultó a los radicales implicados. Pudo terminar su mandato en medio de cierta euforia económica y su sucesor en 1908, Dámaso Palacio, correligionario del presidente en el Colegio de Montserrat, fue nombrado en la Corte Suprema de Justicia en 1910, siendo con José Benjamín Gorostiaga los santiagueños que han ocupado los más altos cargos a nivel nacional. Su visión simplista de los problemas fue generando una serie de conflictos con nuestros países vecinos.
Su canciller Estanislao Zeballos logró el dudoso mérito de enemistarnos con Uruguay, sosteniendo que las aguas del Plata eran todas argentinas, aun las que bañaban las playas de Carrasco o de Pocitos; con el Brasil, negándose a aceptar el acuerdo de límites de los brasileños con Uruguay; con Bolivia, por haber mediado con parcialidad hacia Paraguay en una disputa limítrofe entre ellos; y con Inglaterra por agitar la posibilidad de un enfrentamiento para recuperar las islas Malvinas.
A pesar de todo, la República Argentina seguía consolidándose como el primer exportador mundial de cereales y de carnes, se radicaron 800.000 extranjeros, se incrementó la cantidad de frigoríficos, el ferrocarril cruzó los Andes y ya contaba con 27.000 km. de vías, y se inauguraron los edificios del Congreso Nacional y el teatro Colón. No es un hecho menor que refrendara con su firma la ley general de ferrocarriles, conocida como ley Mitre, por su autor Emilio, hijo del prócer, que puso límites a las enormes ventajas que las empresas tenían y ordenó los diferentes contratos.
Supo ubicarse con corrección en cada lado del mostrador: como abogado de los ferrocarriles defendía la posición de éstos pero como presidente se puso del lado del estado. El gobierno trató la situación social con la represión de huelgas y manifestaciones, sobre todo de anarquistas, que terminaron matando a su jefe de policía, el coronel Ramón Falcón. Los cien años de la Revolución de Mayo se celebraron con impresionantes festejos y gran cantidad de delegaciones extranjeras, y la Argentina estuvo en el candelero del mundo durante las fiestas mayas de 1910.
Su aspecto de empleado administrativo de tienda, con sus poco refinados bigotes y sus anteojos "pincenez", fue objeto de caricaturas y burlas. Incluso la Infanta Isabel lo trató de "pobrete". El hecho de la muerte del rey Eduardo VII de Inglaterra, el 10 de mayo de 1910, pocos días antes del Centenario, hizo que se lo considerara como un hombre de mala suerte, hecho que se consolidó cuando el presidente de Chile, Pedro Montt, muriera al regresar a Santiago, luego de los festejos en Buenos Aires.
Sin inconvenientes pudo apoyar a los antiguos modernistas y la candidatura de Roque Sáenz Peña fue madurando, en parte por su prestigio personal, y en parte por la figura de su compañero de fórmula Victorino de la Plaza, uno de los varones consulares. La elección fue unánime, como cruel homenaje al régimen, que con ésta se despedía del poder.
CABEZA DEL PODER JUDICIAL
Terminada su presidencia, se retiró de la cosa pública, a la que regresó en 1912, cuando el presidente Roque Sáenz Peña, quizá en agradecimiento a su apoyo para la presidencia dos años antes lo nombró, con acuerdo del Senado, como embajador en España, donde fue recibido con toda la pompa, siendo recordada la recepción que como presidente hiciera a la infanta Isabel, con quien siguió compartiendo una amistad hasta el final de sus días. Su carrera no terminaría allí. En tiempos borrascosos de la historia universal provocados por la primera guerra mundial, fortaleció la idea de mantener la neutralidad argentina ante el conflicto, pero la renuncia del vocal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, su comprovinciano Lucas López Cabanillas, hizo que el presidente Victorino de la Plaza pensara en Figueroa Alcorta para reemplazarlo. Rápidamente su pliego fue aceptado por el Senado y el 1° de setiembre de 1915 asumió su cargo en el supremo tribunal. La muerte del juez Antonio Bermejo, hasta hoy el presidente de la Corte Suprema que más tiempo ocupó el cargo, durante 24 años, le brindó a Figueroa Alcorta la oportunidad de culminar su vida pública en la presidencia del poder federal que le faltaba, el judicial. Y así, en setiembre de 1930, se convirtió en el único argentino de la historia, hasta hoy, que ocupó las presidencias de los tres poderes. Sin embargo, su paso por la cima de la justicia tendrá un sabor amargo. El 6 de setiembre de ese año se producirá el primer golpe de estado exitoso de la vida republicana de la Argentina. Y por esas paradojas, el dictador José Félix Uriburu tuvo temor frente a la historia. Y le pidió a la Corte Suprema, único poder que respetó, que se pronunciara acerca del gobierno que llamó provisional.
Un fuerte intercambio de opiniones entre los miembros de la Corte terminó en una derrota de la posición legalista de Figueroa Alcorta, y se terminó aceptando la doctrina de facto, es decir que si el poder se detenta, sólo resta aceptarlo en tanto se respeten los derechos constitucionales, sin importar como llegó al poder el gobernante. Figueroa Alcorta firmó esa sentencia con la que no estaba de acuerdo y eso lo hace responsable ante la historia.
Que hubiera pasado si la Corte hubiera declarado ilegal ese gobierno no es tarea de historiadores, pero podemos suponer que la historia hubiera sido diferente, o al menos el destino de los jueces de la Corte.







