¿Y cuáles son los orígenes y causas de la envidia? ¿Y cuáles son los orígenes y causas de la envidia?
Por lo pronto, hay que situar su origen en las experiencias del niño/a en su tierna infancia. Algunos psicoanalistas como M. Klein consideran que la envidia tiene su raíz en el primer objeto de importancia para el niño: su madre. El niño distingue entre el "pecho bueno" cuando su madre le amamanta y sacia su deseo de hambre, y el "pecho malo", cuando su madre frustra su deseo de saciarse; siendo esto universal y relativamente dependiente de los cuidados que realice la madre. De hecho, otros autores han insistido más aún en el papel de las primeras experiencias de frustración del niño (Ferenczi, 1913; Rank, 1924). El psicoanalista español Guerra Cid afirma que en la historia personal de quién padece envidia aparece una intensa frustración que aumenta cuando el otro tiene lo que él anhela. Ese deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no suele ser de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus cualidades que le permiten tener la admiración y bienes materiales. El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo, acciones de perjuicio o destrucción dirigida al envidiado. Es un ser amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que aplicarle el refrán tradicional de "Dime qu{ee envidias y te diré de qué careces". La persona con envidia suele utilizar una curiosa "racionalización" para mantener su estado de envidia: argumenta que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el contrario, ha sido agraciado por la buena suerte. Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes las experiencias de múltiples fracasos en su vida amorosa, laboral y social; y no precisamente a causa de la mala suerte sino por no contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus decisiones, precisamente por su baja tolerancia a la frustración y su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más inmediato. Desde esta óptica neuropsicológica, la "envidia sana" no existe, solo hay una y es "patológica".
El carácter enfermizo de la envidia ha sido considerado incluso en la tradición escolástica tomasiana. Según el psicólogo tomista Mart{in Echevarria, la envidia es una forma enfermiza o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de poseerlo todo; y que tendría dos causas: una intelectual o cognitiva (desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra afectiva (el temor a fallar en lo que se considera que supera las propias capacidades). También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones familiares de envidiosos que educan al niño en el resentimiento hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se prevalece envidia estará servida y el daño al niño realizado. Para Alfred Adler, la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente.
Los niños mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto.
El hermano mayor porque ha sido "único" objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve "destronado de su reinado" por la venida de otro hermanito con el que rivaliza; y puede recurrir a inconductas como "ser ahora muy malo", "orinarse encima" y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos perdidos.
También el menor porque suele ser objeto de mimos y protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y frustrante. Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto, sino como una forma de conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus causas, sino también sus efectos, consecuencias o funciones finalistas. La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social relacionado con la función de regulación del poder.
Habría que distinguir aquí entre una "envidia mimética" donde no solo es importante el objeto del deseo para el propio envidioso; sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son deseables y valiosos según la sociedad del momento en cuestión. En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son creados continuamente sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro exponente en los medios de comunicación y la publicidad. Y, por otro lado, estaría la envidia maléfica donde se desea que el otro pierda lo que tiene sin que sea necesario tenerlo uno mismo.
En este caso, la envidia está muy relacionada con las comparaciones sociales con otros donde el rebajamiento del otro cumple con la función o finalidad de la propia afirmación; operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario.
El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la misma persona y sociedad. Incluso hay quien provoca la envidia en otros haciendo ostentación de bienes materiales o cualidades como una forma de sentirse superior al envidioso. Para que se dé la envidia tiene que haber una serie de causas antecedentes: incluyen la presencia de objetos deseados que pertenecen a otros, desigualdades que hacen evidente la inferioridad de otros casi siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en sociedades democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a objetos de consumo social deseables, equilibrio real o imaginario de la propia inferioridad y/o sentimiento de superioridad ante el otro.








