“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Cuando Jesús se puso
en camino, un hombre corrió
hacia él y, arrodillándose, le
preguntó: “Maestro bueno,
¿qué debo hacer para heredar
la Vida eterna?”.
Jesús le dijo: “¿Por qué
me llamas bueno? Sólo Dios
es bueno.
Tú conoces los mandamientos:
No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás,
no darás falso testimonio,
no perjudicarás a nadie,
honra a tu padre y a tu madre”.
El hombre l e re spondió:
“Maestro, todo eso lo he
cumplido desde mi juventud”.
Jesús lo miró con amor y
le dijo: “Sólo te falta una cosa:
ve, vende lo que tienes y
dalo a los pobres; así tendrás
un tesoro en el cielo. Después,
ven y sígueme”.
él, al oír estas palabras,
se entristeció y se fue apenado,
porque poseía muchos
bienes.
Entonces Jesús, mirando
alrededor, dijo a sus discípulos:
“¡Qué difícil será para
los ricos entrar en el Reino
de Dios!”.
Los discípulos se sorprendieron
por estas palabras,
pero Jesús continuó diciendo:
“Hijos míos, ¡Qué difícil
es entrar en el Reino de
Dios!
Es más fácil que un camello
pase por el ojo de una aguja,
que un rico entre en el Reino
de Dios”.
Los discípulos se asombraron
aún más y se preguntaban
unos a otros: “Entonces,
¿quién podrá salvarse?”.
Jesús, fijando en ellos
su mirada, les dijo: “Para los
hombres es imposible, pero
no para Dios, porque para él
todo es posible”.
Comentario
Ignorar a Dios es morir;
conocerlo es vivir en él,
amarlo, tratar de parecerse a
él, esa es la verdadera vida.
Si deseáis la vida eterna...
primero tratad de conocerlo,
aun si “nadie lo conoce, si no
es por el Hijo y aquel a quien
el hijo considere justo revelárselo”
(Mateo 11,27).
Después de Dios, conoced
la grandeza del Redentor
y su gracia inestimable; “la
Ley, dijo el apóstol Juan, nos
fue dada por Moisés, pero la
gracia y la verdad nos fueron
dadas por Jesucristo” (1,17)...
Si la Ley de Moisés pudiera
darnos la vida eterna, ¿para
qué habría venido nuestro
Salvador al mundo a sufrir
por nosotros desde su
nacimiento hasta su muerte,
llevando una vida totalmente
humana? ¿Por qué el hombre
que cumplía tan fielmente
desde su juventud los mandamientos
de la Ley se lanzaría
a los pies de otro para pedir
la inmortalidad?
Este joven observaba toda
la Ley, y había estado apegado
a ella desde su juventud...
Pero él bien sabe que
aunque no le falte nada a su
virtud, la vida aún le hace falta.
Por eso va a pedirle al
único que lo puede conceder;
él está seguro de cumplir con
la Ley, pero le implora al Hijo
de Dios...
Las amarras de la Ley no
lo defendían bien del balanceo;
inquieto, abandona estas
aguas peligrosas y lanza
su ancla al puerto del Salvador.
Jesús no le reprocha haber
faltado a la Ley, sino que
comienza a amarle, conmovido
por esta muestra de dedicación.
Sin embargo, se declara
aún imperfecto...: es un buen
obrero de la Ley, pero es perezoso
en lo que respecta a la
vida eterna. La santa Ley es
como un pedagogo que encamina
a los mandamientos
perfectos de Jesús (Pablo a
los Gálatas 3,24) y hacia su
gracias. Jesús es “el resultado
de la Ley para que sea dada
la justicia a todos aquellos
que creen en él”.





