Guerra de Malvinas - Anécdotas que merecen ser recordadas 1ª parte Guerra de Malvinas - Anécdotas que merecen ser recordadas 1ª parte
La guerra librada en 1982 entre
la República Argentina y el Imperio
Británico tuvo episodios
que permiten entender el presente
y sobre todo la convierten en una
bisagra para la historia universal.
Fue la
última guerra convencional en que se enfrentaron,
a gran escala, las fuerzas armadas
de dos países pertenecientes a Occidente,
sin olvidar el contexto internacional
de la guerra fría.
Sin dejar de lado los sentimientos patrióticos
y las sensaciones que los protagonistas
vivieron en aquellos intensos
74 días, es posible abordar aquella guerra
en los términos historiográficos con
que se estudiaron las grandes epopeyas
de la vida argentina: la guerra de la Independencia,
la guerra contra el Imperio
del Brasil y la guerra de la Triple Alianza,
contra el Paraguay.
Se han escrito centenares
de libros sobre el conflicto de 1982,
pero sigue faltando una obra que sintetice
el desarrollo militar de los acontecimientos
como Bartolomé Mitre escribió
la “Historia de Belgrano” o la “Historia
de San Martín”.
En estos días en que la invasión de
Rusia a Ucrania ha vuelto a poner a la humanidad
ante un conflicto que no se esperaba,
en la que se siguen cánones clásicos,
con operaciones militares que parecen
extraídas de libros de historia y sobre
todo se comenten actos atroces y criminales
que creíamos haber dejado atrás
como sociedad universal, es motivo de
interés el rescate de anécdotas sobre las
islas Malvinas, algunas de la propia guerra
y otras posteriores, que deben quedar
en la memoria histórica como perpetuo
homenaje a los héroes de Malvinas, que
dieron la vida por la Patria y a los veteranos
de guerra, que dieron lo mejor de sí
por la Bandera celeste y blanca. En este
espíritu, y fuera de lo que es costumbre,
voy a relatar anécdotas de la guerra que
pude conocer “in situ” gracias a sus protagonistas.
Una apuesta ligera que me
llevó a las islas en 2008
Corría la primavera de 2008 y me encontré
con un amigo, Jonathan, con quien estábamos
pensando algunos proyectos de trabajo juntos, y
mientras tomábamos un café a la sombra del gran
gomero de la Recoleta en Buenos Aires, me dispara
una pregunta inesperada: “¿No querés que viajemos
a Malvinas?”.
La sorpresa me hizo buscar
argumentos para esquivar una respuesta: “Mirá,
hasta que no se pueda viajar desde el país, no. No
me gusta la idea de tener que ir a Chile para cruzar
a las islas”. La contestación de Jonathan me
desconcertó: “Podemos salir de Río Gallegos…”.
Le retruqué: “¿Cómo? No puede ser, si están prohibidos
los vuelos comerciales desde aquí”. Para
no prolongar una discusión que creía inútil, salí
del paso diciéndole: “Si es así, comprá los pasajes
y vamos…”, convencido de que no era posible.
Sin embargo, al día siguiente por la tarde recibo
un llamado de Jonathan: “Todo listo, viajamos
el 6 de diciembre desde Río Gallegos”. Así fue que
a 26 años de la guerra, en una ventosa y soleada
tarde, llegamos en vuelo desde el territorio continental
argentino hasta la base naval británica de
Mont Pleasant, que recibe a todos los vuelos que
llegan a las islas Malvinas, a unos 70 kilómetros de
la capital, que los isleños llaman ahora “Stanley”,
ya que investigando descubrieron que al ser fundada
en 1843 no fue considerada puerto.
El dolor de mostrar el pasaporte argentino para entrar en las islas
Permítaseme decir que no fue fácil exhibir
el querido pasaporte azul de los argentinos para
entrar en las islas Malvinas. Mucho había meditado
sobre eso, y hubo dos razones que aliviaron la
tensión del momento.
La primera es que, más allá
de razones y de justicia, las islas están bajo dominio
del Reino Unido, y como dice una vieja frase
aristotélica que un argentino ilustre como el general
Juan Domingo Perón utilizó durante su vida: “La
única verdad es la realidad”. Esta realidad fáctica
no significa resignar ni un ápice de las convicciones
sobre la justicia y el derecho del reclamo argentino
de soberanía.Y la otra, que para mí fue la
definitoria, es que la República Argentina firmó un
acuerdo con Gran Bretaña el 14 de julio de 1999,
que además de habilitar los vuelos comerciales interrumpidos
desde 1982 estableció las condiciones
para ingresar en las Malvinas.
Ese convenio estableció, según la Cancillería
argentina, que con relación a la necesidad de portar
pasaporte argentino, se observa que ese acto
administrativo:
1.- No constituye ningún precedente por cuanto
está amparado por la fórmula de soberanía indicada
en la Declaración Conjunta emitida en Madrid el 19
de octubre de 1989 (el famoso “paraguas”).
2.- La exigencia de poseer pasaporte es también
para los ciudadanos británicos que ingresan
a las islas Malvinas, aúnpara aquellos procedentes
en vuelo directo desde Londres. Asimismo, fue claramente
indicado que no se admitiría ninguna diferencia
para los ciudadanos argentinos con relación
a los ciudadanos británicos y su acceso a las islas.
Y como el Buen Dios siempre nos ampara y
evita exagerar las angustias, al llegar me antecedían
dos británicos que exhibieron su pasaporte
color ciruela y pude ver como lo sellaban con el
símbolo del gobierno isleño. Así pasé el mal trago
con menos amargura que lo esperado. Vale destacar
que todos los documentos oficiales conjuntos
argentino – británicos usan la fórmula “Malvinas
– Falklands” para nombrar al archipiélago austral,
y que hubo un mutuo compromiso de ordenar
la toponimia isleña para no ofender a las partes. La guerra librada en 1982 entre
la República Argentina y el Imperio
Británico tuvo episodios
que permiten entender el presente
y sobre todo la convierten en una
bisagra para la historia universal.
Fue la
última guerra convencional en que se enfrentaron,
a gran escala, las fuerzas armadas
de dos países pertenecientes a Occidente,
sin olvidar el contexto internacional
de la guerra fría.
Sin dejar de lado los sentimientos patrióticos
y las sensaciones que los protagonistas
vivieron en aquellos intensos
74 días, es posible abordar aquella guerra
en los términos historiográficos con
que se estudiaron las grandes epopeyas
de la vida argentina: la guerra de la Independencia,
la guerra contra el Imperio
del Brasil y la guerra de la Triple Alianza,
contra el Paraguay. Se han escrito centenares
de libros sobre el conflicto de 1982,
pero sigue faltando una obra que sintetice
el desarrollo militar de los acontecimientos
como Bartolomé Mitre escribió
la “Historia de Belgrano” o la “Historia
de San Martín”.
En estos días en que la invasión de
Rusia a Ucrania ha vuelto a poner a la humanidad
ante un conflicto que no se esperaba,
en la que se siguen cánones clásicos,
con operaciones militares que parecen
extraídas de libros de historia y sobre
todo se comenten actos atroces y criminales
que creíamos haber dejado atrás
como sociedad universal, es motivo de
interés el rescate de anécdotas sobre las
islas Malvinas, algunas de la propia guerra
y otras posteriores, que deben quedar
en la memoria histórica como perpetuo
homenaje a los héroes de Malvinas, que
dieron la vida por la Patria y a los veteranos
de guerra, que dieron lo mejor de sí
por la Bandera celeste y blanca. En este
espíritu, y fuera de lo que es costumbre,
voy a relatar anécdotas de la guerra que
pude conocer “in situ” gracias a sus protagonistas.
Malvinas bien vale una misa
El viaje duraba una semana. Llegamos el sábado
6 de diciembre y teníamos el vuelo de regreso
el sábado siguiente. Nos dedicamos a caminar,
a hablar con quien estuviera dispuesto (no fue fácil).
El domingo fui a misa a la iglesia católica de
Saint Mary (Santa María) y fue muy impresionante
el esfuerzo de los fieles por ignorarme. Terminado
el oficio religioso, y ante la quietud de todos
los presentes decidí salir primero y en la puerta el
sacerdote me dijo, por supuesto en inglés: “Bienvenido,
lo invito a tomar un café a mi casa, como
acostumbramos aquí”.
Estaba claro que todos
sabían que era un argentino y actuaron en consecuencia.
Hay que tener en cuenta que la población
de las islas no llega hoy a los 3.000 habitantes
y eso convierte a la sociedad malvinense en
muy cerrada, no sólo por su cantidad de habitantes
sino por su condición geográfica de aislamiento.
Para ellos la guerra de 1982 fue un episodio
brutal y traumático.
En la casa del cura, todos actuaban como si
yo no estuviera allí, hasta que decidí encarar al
anciano que había leído el texto sagrado durantela
ceremonia. Se llama John Stewart y me sorprendió
su respuesta cuando le pregunté si era isleño,
porque airadamente me contestó: “No se confunda,
yo soy británico”. Y me explicó que los ingleses,
escoceses o galeses nativos que trabajan
en las Malvinas, podían permanecer allí décadas,
pero que terminada su vida laboral regresaban a
las otras islas, las británicas. Incluso me dijo que
la relación entre isleños y británicos nunca fue
buena. Mi sorpresa dura hasta hoy, ya que en el
país no analizamos este aspecto de la convivencia
social en las islas con profundidad. Hoy los nativos
malvinenses se reconocen como “islander”,
isleño. Ya no se usa más el gentilicio “kelper”.
Es sugerente que aún hoy los isleños usan
palabras en castellano: “gaúcho” para hablar de
los hombres del campo; “corral” para nombrar a
los recintos de piedra que se usan para agrupar
al ganado lanar; y sobre tomo me sorprendió ver
una obra pictórica realizada por un isleño donde
se observa a dos “gaúchos” ingleses tomando
mate en una vieja estancia malvinense.
Esa pintura
está en el museo histórico de las Malvinas, ubicado
en la vieja sede de Líneas Aéreas del Estado,
que durante años unió con sus vuelos la capital de
las islas con el continente.
Un gobernador inglés y el té de las cuatro de la tarde
El martes 9, caminando por la costanera de la
capital, esa postal universal donde aparece la iglesia
anglicana de Cristo, vi venir a un hombre muy
elegante. No es común ver sacos y corbatas en las
Malvinas. Reconocí al gobernador británico, el diplomático
Alan Edden Huckle. Lo encaré y diciéndole
quien era, le manifesté mi deseo de tener una
entrevista con él. No fue fácil escuchar que me dijera
“Tenga Ud. en cuenta que soy aquí la voz oficial
británica a cargo”. Luego de una breve conversación
me invitó a tomar el “four o’clock tea” en su
residencia.
Puntualmente a esa hora nos recibieron
funcionarios británicos y pasamos al despacho de
Huckle.
No pude evitar un nudo en el estómago cuando
al sentarme observé el retrato de la reina Isabel
II en el mismo lugar donde más de un cuarto de siglo
antes vi fotografiado el retrato de José de San Martín,
hecho que recordé en ese instante. Una charla
de 45 minutos se convirtió en una larga conversación
de más de dos horas. Siempre el diálogo nos
hace más sabios. Pero quiero compartir especialmente
un fragmento de aquel momento. Cuando se
genera confianza, uno se atreve a preguntas que no
esperaba realizar, y yo le dije a Huckle si no veía en
el futuro una solución al conflicto por las islas Malvinas
a la usanza del acuerdo que transfirió Hong
Kong a China.
La respuesta fue contundente: “Mire,
Lazzari, lo primero es que las Malvinas no son Hong
Kong, pero sobre todo la Argentina no es China”. El
mayor ejercicio de real politik que recibí en mi vida.
Ese día aprendí que las Malvinas estarán bajo
nuestro dominio territorial cuando la Argentina sea
un gran país, un potente país.
El gran desafío de los
argentinos que espera su concreción.
Si Dios quiere, el próximo domingo desde El
Liberal, seguiremos con las anécdotas que dan
carnadura a ese tiempo que nos permite compartir
nuestra vida con los únicos héroes de guerra que
la Argentina ha tenido en los últimos 150 años.