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EL LIBERAL . Santiago

Guerra de Malvinas - Anécdotas que merecen ser recordadas 1ª parte

07/05/2022 23:16 Santiago
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Guerra de Malvinas - Anécdotas que merecen ser recordadas 1ª parte Guerra de Malvinas - Anécdotas que merecen ser recordadas 1ª parte

La guerra librada en 1982 entre

la República Argentina y el Imperio

Británico tuvo episodios

que permiten entender el presente

y sobre todo la convierten en una

bisagra para la historia universal.

Fue la

última guerra convencional en que se enfrentaron,

a gran escala, las fuerzas armadas

de dos países pertenecientes a Occidente,

sin olvidar el contexto internacional

de la guerra fría.

Sin dejar de lado los sentimientos patrióticos

y las sensaciones que los protagonistas

vivieron en aquellos intensos

74 días, es posible abordar aquella guerra

en los términos historiográficos con

que se estudiaron las grandes epopeyas

de la vida argentina: la guerra de la Independencia,

la guerra contra el Imperio

del Brasil y la guerra de la Triple Alianza,

contra el Paraguay.

Se han escrito centenares

de libros sobre el conflicto de 1982,

pero sigue faltando una obra que sintetice

el desarrollo militar de los acontecimientos

como Bartolomé Mitre escribió

la “Historia de Belgrano” o la “Historia

de San Martín”.

En estos días en que la invasión de

Rusia a Ucrania ha vuelto a poner a la humanidad

ante un conflicto que no se esperaba,

en la que se siguen cánones clásicos,

con operaciones militares que parecen

extraídas de libros de historia y sobre

todo se comenten actos atroces y criminales

que creíamos haber dejado atrás

como sociedad universal, es motivo de

interés el rescate de anécdotas sobre las

islas Malvinas, algunas de la propia guerra

y otras posteriores, que deben quedar

en la memoria histórica como perpetuo

homenaje a los héroes de Malvinas, que

dieron la vida por la Patria y a los veteranos

de guerra, que dieron lo mejor de sí

por la Bandera celeste y blanca. En este

espíritu, y fuera de lo que es costumbre,

voy a relatar anécdotas de la guerra que

pude conocer “in situ” gracias a sus protagonistas.

Una apuesta ligera que me

llevó a las islas en 2008

Corría la primavera de 2008 y me encontré

con un amigo, Jonathan, con quien estábamos

pensando algunos proyectos de trabajo juntos, y

mientras tomábamos un café a la sombra del gran

gomero de la Recoleta en Buenos Aires, me dispara

una pregunta inesperada: “¿No querés que viajemos

a Malvinas?”.

La sorpresa me hizo buscar

argumentos para esquivar una respuesta: “Mirá,

hasta que no se pueda viajar desde el país, no. No

me gusta la idea de tener que ir a Chile para cruzar

a las islas”. La contestación de Jonathan me

desconcertó: “Podemos salir de Río Gallegos…”.

Le retruqué: “¿Cómo? No puede ser, si están prohibidos

los vuelos comerciales desde aquí”. Para

no prolongar una discusión que creía inútil, salí

del paso diciéndole: “Si es así, comprá los pasajes

y vamos…”, convencido de que no era posible.

Sin embargo, al día siguiente por la tarde recibo

un llamado de Jonathan: “Todo listo, viajamos

el 6 de diciembre desde Río Gallegos”. Así fue que

a 26 años de la guerra, en una ventosa y soleada

tarde, llegamos en vuelo desde el territorio continental

argentino hasta la base naval británica de

Mont Pleasant, que recibe a todos los vuelos que

llegan a las islas Malvinas, a unos 70 kilómetros de

la capital, que los isleños llaman ahora “Stanley”,

ya que investigando descubrieron que al ser fundada

en 1843 no fue considerada puerto.

El dolor de mostrar el pasaporte argentino para entrar en las islas

Permítaseme decir que no fue fácil exhibir

el querido pasaporte azul de los argentinos para

entrar en las islas Malvinas. Mucho había meditado

sobre eso, y hubo dos razones que aliviaron la

tensión del momento.

La primera es que, más allá

de razones y de justicia, las islas están bajo dominio

del Reino Unido, y como dice una vieja frase

aristotélica que un argentino ilustre como el general

Juan Domingo Perón utilizó durante su vida: “La

única verdad es la realidad”. Esta realidad fáctica

no significa resignar ni un ápice de las convicciones

sobre la justicia y el derecho del reclamo argentino

de soberanía.Y la otra, que para mí fue la

definitoria, es que la República Argentina firmó un

acuerdo con Gran Bretaña el 14 de julio de 1999,

que además de habilitar los vuelos comerciales interrumpidos

desde 1982 estableció las condiciones

para ingresar en las Malvinas.

Ese convenio estableció, según la Cancillería

argentina, que con relación a la necesidad de portar

pasaporte argentino, se observa que ese acto

administrativo:

1.- No constituye ningún precedente por cuanto

está amparado por la fórmula de soberanía indicada

en la Declaración Conjunta emitida en Madrid el 19

de octubre de 1989 (el famoso “paraguas”).

2.- La exigencia de poseer pasaporte es también

para los ciudadanos británicos que ingresan

a las islas Malvinas, aúnpara aquellos procedentes

en vuelo directo desde Londres. Asimismo, fue claramente

indicado que no se admitiría ninguna diferencia

para los ciudadanos argentinos con relación

a los ciudadanos británicos y su acceso a las islas.

Y como el Buen Dios siempre nos ampara y

evita exagerar las angustias, al llegar me antecedían

dos británicos que exhibieron su pasaporte

color ciruela y pude ver como lo sellaban con el

símbolo del gobierno isleño. Así pasé el mal trago

con menos amargura que lo esperado. Vale destacar

que todos los documentos oficiales conjuntos

argentino – británicos usan la fórmula “Malvinas

– Falklands” para nombrar al archipiélago austral,

y que hubo un mutuo compromiso de ordenar

la toponimia isleña para no ofender a las partes. La guerra librada en 1982 entre

la República Argentina y el Imperio

Británico tuvo episodios

que permiten entender el presente

y sobre todo la convierten en una

bisagra para la historia universal.

Fue la

última guerra convencional en que se enfrentaron,

a gran escala, las fuerzas armadas

de dos países pertenecientes a Occidente,

sin olvidar el contexto internacional

de la guerra fría.

Sin dejar de lado los sentimientos patrióticos

y las sensaciones que los protagonistas

vivieron en aquellos intensos

74 días, es posible abordar aquella guerra

en los términos historiográficos con

que se estudiaron las grandes epopeyas

de la vida argentina: la guerra de la Independencia,

la guerra contra el Imperio

del Brasil y la guerra de la Triple Alianza,

contra el Paraguay. Se han escrito centenares

de libros sobre el conflicto de 1982,

pero sigue faltando una obra que sintetice

el desarrollo militar de los acontecimientos

como Bartolomé Mitre escribió

la “Historia de Belgrano” o la “Historia

de San Martín”.

En estos días en que la invasión de

Rusia a Ucrania ha vuelto a poner a la humanidad

ante un conflicto que no se esperaba,

en la que se siguen cánones clásicos,

con operaciones militares que parecen

extraídas de libros de historia y sobre

todo se comenten actos atroces y criminales

que creíamos haber dejado atrás

como sociedad universal, es motivo de

interés el rescate de anécdotas sobre las

islas Malvinas, algunas de la propia guerra

y otras posteriores, que deben quedar

en la memoria histórica como perpetuo

homenaje a los héroes de Malvinas, que

dieron la vida por la Patria y a los veteranos

de guerra, que dieron lo mejor de sí

por la Bandera celeste y blanca. En este

espíritu, y fuera de lo que es costumbre,

voy a relatar anécdotas de la guerra que

pude conocer “in situ” gracias a sus protagonistas.

Malvinas bien vale una misa

El viaje duraba una semana. Llegamos el sábado

6 de diciembre y teníamos el vuelo de regreso

el sábado siguiente. Nos dedicamos a caminar,

a hablar con quien estuviera dispuesto (no fue fácil).

El domingo fui a misa a la iglesia católica de

Saint Mary (Santa María) y fue muy impresionante

el esfuerzo de los fieles por ignorarme. Terminado

el oficio religioso, y ante la quietud de todos

los presentes decidí salir primero y en la puerta el

sacerdote me dijo, por supuesto en inglés: “Bienvenido,

lo invito a tomar un café a mi casa, como

acostumbramos aquí”.

Estaba claro que todos

sabían que era un argentino y actuaron en consecuencia.

Hay que tener en cuenta que la población

de las islas no llega hoy a los 3.000 habitantes

y eso convierte a la sociedad malvinense en

muy cerrada, no sólo por su cantidad de habitantes

sino por su condición geográfica de aislamiento.

Para ellos la guerra de 1982 fue un episodio

brutal y traumático.

En la casa del cura, todos actuaban como si

yo no estuviera allí, hasta que decidí encarar al

anciano que había leído el texto sagrado durantela

ceremonia. Se llama John Stewart y me sorprendió

su respuesta cuando le pregunté si era isleño,

porque airadamente me contestó: “No se confunda,

yo soy británico”. Y me explicó que los ingleses,

escoceses o galeses nativos que trabajan

en las Malvinas, podían permanecer allí décadas,

pero que terminada su vida laboral regresaban a

las otras islas, las británicas. Incluso me dijo que

la relación entre isleños y británicos nunca fue

buena. Mi sorpresa dura hasta hoy, ya que en el

país no analizamos este aspecto de la convivencia

social en las islas con profundidad. Hoy los nativos

malvinenses se reconocen como “islander”,

isleño. Ya no se usa más el gentilicio “kelper”.

Es sugerente que aún hoy los isleños usan

palabras en castellano: “gaúcho” para hablar de

los hombres del campo; “corral” para nombrar a

los recintos de piedra que se usan para agrupar

al ganado lanar; y sobre tomo me sorprendió ver

una obra pictórica realizada por un isleño donde

se observa a dos “gaúchos” ingleses tomando

mate en una vieja estancia malvinense.

Esa pintura

está en el museo histórico de las Malvinas, ubicado

en la vieja sede de Líneas Aéreas del Estado,

que durante años unió con sus vuelos la capital de

las islas con el continente.

Un gobernador inglés y el té de las cuatro de la tarde

El martes 9, caminando por la costanera de la

capital, esa postal universal donde aparece la iglesia

anglicana de Cristo, vi venir a un hombre muy

elegante. No es común ver sacos y corbatas en las

Malvinas. Reconocí al gobernador británico, el diplomático

Alan Edden Huckle. Lo encaré y diciéndole

quien era, le manifesté mi deseo de tener una

entrevista con él. No fue fácil escuchar que me dijera

“Tenga Ud. en cuenta que soy aquí la voz oficial

británica a cargo”. Luego de una breve conversación

me invitó a tomar el “four o’clock tea” en su

residencia.

Puntualmente a esa hora nos recibieron

funcionarios británicos y pasamos al despacho de

Huckle.

No pude evitar un nudo en el estómago cuando

al sentarme observé el retrato de la reina Isabel

II en el mismo lugar donde más de un cuarto de siglo

antes vi fotografiado el retrato de José de San Martín,

hecho que recordé en ese instante. Una charla

de 45 minutos se convirtió en una larga conversación

de más de dos horas. Siempre el diálogo nos

hace más sabios. Pero quiero compartir especialmente

un fragmento de aquel momento. Cuando se

genera confianza, uno se atreve a preguntas que no

esperaba realizar, y yo le dije a Huckle si no veía en

el futuro una solución al conflicto por las islas Malvinas

a la usanza del acuerdo que transfirió Hong

Kong a China.

La respuesta fue contundente: “Mire,

Lazzari, lo primero es que las Malvinas no son Hong

Kong, pero sobre todo la Argentina no es China”. El

mayor ejercicio de real politik que recibí en mi vida.

Ese día aprendí que las Malvinas estarán bajo

nuestro dominio territorial cuando la Argentina sea

un gran país, un potente país.

El gran desafío de los

argentinos que espera su concreción.

Si Dios quiere, el próximo domingo desde El

Liberal, seguiremos con las anécdotas que dan

carnadura a ese tiempo que nos permite compartir

nuestra vida con los únicos héroes de guerra que

la Argentina ha tenido en los últimos 150 años.

Lo que debes saber
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